Un filme de Jan Schmidt-Garre con Francesco Piemontesi.
Naxos 2.110778 (DVD) · 90‘ (Bonus: 60’) Subt. Esp.
PIEMONTESI Y VAN MANEN: PURA ALQUIMIA
El extraordinario pianista Francesco Piemontesi es el instigador y padre putativo del primer viaje fílmico de este mes. Aventura que consumió más de un año de su vida y que trae por título La alquimia del piano. Para comandar el timón se echó mano de ese maestro del documental musical que es el alemán Jan Schmidt-Garre, cineasta en vías de extinción que sigue combatiendo en su particular trinchera por la defensa de este subgénero cinematográfico con altas ínfulas artístico-sonoras.
El filme le germinó al suizo de forma obsesiva a través de una ensoñación, de un descubrimiento que provocó su particular caída del caballo camino de Damasco.
Uno de sus reverenciados maestros en el arte de las blanquinegras, Stephen Kovacevich, le hizo escuchar una vieja grabación casera de Rachmaninov en su casa de Lucerna, ejecutando la versión pianística de sus maravillosas y nostálgicas Danzas Sinfónicas. Corría entonces el año 1940 con los nazis ya desangrando media Europa, cuando el director que iba a estrenar su versión orquestal en Filadelfia, Eugene Ormandy, decidió grabar esta sesión preparatoria en Villa Rachmaninov en un viejo disco de acetato. Su reveladora escucha le planteó a Piemontesi múltiples preguntas sobre los condimentos, potingues y demás revoltijos que deben utilizarse a la hora de resucitar una pieza al piano, pretendiendo plasmar en este ensayo fílmico con subtítulos en español (y que se ve sin pestañear) cuáles son los elementos y mecanismos al servicio del ejecutante cuando decide explorar a fondo el instrumento.
En la búsqueda de esa jurisprudencia no escrita, incluso hay lugar para la ficción, pues el encuentro Rachmaninov/Ormandy es rememorado en blanco y negro con actores revoloteando por el inmueble y con el pianista uzbeco Eldar Nebolsin dando vida al compositor ruso (corte de pelo rasurado incluido).
En su viaje por los laberintos expresivos y sonoros del instrumento que le da de comer, Piemontesi se rodea de una memorable plana mayor del teclado de ayer y de hoy como son Pires, Brendel, Kovacevich, Chochieva o Avdeeva.
Pero de todos ellos quien curiosamente deja una huella más profunda es el cura pianista Jean- Rodolphe Kars, que entre misa y misa en su iglesia de Paray-le-Monial es asaltado por la cámara para que intente explicar cómo su inesperada entrada en la fe católica le hizo abandonar de inmediato su carrera profesional. Mientras toca un Preludio de Debussy en un terriblemente desafinado piano, explica con pelos y señales lo que siente cuando se adentra en la música de Messiaen, quien afirma ser un claro ejemplo de “teología sonora”, pues mientras sortea un pasaje de las Veinte miradas sobre el Niño Jesús nos convence de que el de Aviñón “consigue aproximarnos a verdades teológicas que de lo contrario serían muy difíciles de expresar” (“yo nací siendo creyente”, le gustaba repetir continuamente al creador de la Turangalila).
En la pausa de un ensayo en Ribadeo frente a Schubert, Maria João Pires afirma que “el piano no se toca con la mente, sino con el cuerpo”. Desde su casa, Stephen-Bishop Kovacecich, aparte de rememorar a la gran Myra Hess (de la que fue alumno), nos regala una divertida lección de cuándo tocar las teclas con la palma de la mano plana o cuando hacerlo con los dedos en redondo. Un volcánico Antonio Pappano en su despacho del Covent Garden se explaya sobre la relación entre el piano y la orquesta, en cómo el sonido de esta puede influir enormemente sobre la sonoridad de su hermano pequeño. Para ello se enzarza en una lectura pianística de pasajes operísticos de Tosca o La Bohème con ese temperamento y fervor pasional que siempre le ha caracterizado.
Pero la gran sorpresa nos la llevamos en la visita al barrio londinense de Hampstead con la presencia mitológica de Alfred Brendel, que pese a su inevitable desgaste físico, sigue manteniendo intacta una mente privilegiada para la música. Piemontesi lleva dos décadas trabajando con el maestro, quien no para de corregirle y de ofrecerle pistas con las que intentar descifrar la D 960. “Schubert jamás debe ser demasiado floreado” le espeta mientras se acomoda en su sillón. Inolvidable.
Aparte del propio filme, se incluye un impagable extra en forma de recital, filmado en la hermosa Villa Senar, la casa estilo Bauhaus que Rachmaninov tenía a orillas del Lago Lucerna. Yulianna Avdeeva, Zlata Chochieva y el propio Piemontesi ofrecen un estupendo programa sobre el robusto y denso piano que la Steinway de Hamburgo le obsequiara al compositor en su exilio suizo. Avdeeva confiesa en un receso que ella también se siente un poco como él, pues tampoco puede regresar a su país a sugerencia de otro insigne compatriota suyo: Putin. Aparte de las inevitables piezas de Rachmaninov, se suman otras de Beethoven, Schubert, Chopin y Scriabin, ofreciendo una hora de gran verdor pianístico.
Javier Extremera