Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
Haciendo "clic" en el título de cada disco o sobre la foto, accederá a su ficha y a la crítica publicada en Ritmo y, cuando es posible, a las diferentes tiendas donde podrá adquirir el disco físico, o a las plataformas digitales desde donde podrá escucharlo en "streaming" o descargarlo online.

Ritmo MARZO 2012 - Núm. 850

SCHUMANN: Concierto para piano. TCHAIKOVSKY:Concierto para piano y orquesta núm.1.

Daniel Barenboim, piano.
Orquesta Filarmónica de Munich.
Dir.: Sergiu Celibidache.
EuroArts, 2066588 (DVD)



La crítica

DOS LOCOMOTORAS

Crítica conjunta de los DVDs.:

BRAHMS: los 2 Conciertos para piano y orquesta. Daniel Barenboim, piano. Orquesta Filarmónica de Munich. Dir.: Sergiu Celibidache.
EuroArts, 206688. DVD

SCHUMANN: Concierto para piano. TCHAIKOVSKY:Concierto para piano y orquesta núm.1. Daniel Barenboim, piano. Orquesta Filarmónica de Munich. Dir.: Sergiu Celibidache.
EuroArts, 2066588

Celibidache pasó toda su vida echando pestes contra los discos. Antes de 1950 había hecho algunos, y a partir de ahí comenzó una larga y confusa ceremonia alrededor de sus grabaciones pirata que duró hasta el final de sus días, porque, efectivamente, tuvo que salir a la palestra en más de una ocasión para defender sus ideas y derechos. Presto ya a desaparecer de la faz del planeta, sin embargo, cambió de opinión y se dejó grabar. Pero filmando el concierto.

Llegaron así al vídeo tomas de algunas sinfonías de Bruckner (Quinta, Sexta, Séptima –dos veces,una con la Filarmónica de Munich y otra con la Filarmónica de Berlín-  y Octava), la Sinfonía Clásica de Prokofiev y la Nuevo Mundo de Dvorak, todas para Sony, que comercializó en soporte de laserdisc, y los cuatro conciertos que EuroArts publica ahora en dos DVDs, todo ello producido por Metropolitan Munich.  Las versiones de estos cuatro conciertos datan de 1991; Barenboim tenía 49 años y “Celi”, 79. Todavía viviría seis más.

Escuchar hoy versiones como estas de músicas como estas en tomas como estas da mucho que pensar. Son conciertos de sala, sin trampa, sin añadidos y supresiones. Y son versiones irrepetibles en sentido estricto. En todos los sentidos. Yo he escrito –y sigo haciéndolo- sobre Barenboim lo indecible; siempre me ha parecido un fenómeno musical de inmedible alcance. Mis alabanzas se han repetido en estas páginas hasta la saciedad. Y hasta tal extremo de que he sido objeto de burlas, cuando no de insultos, desde los más variopintos rincones. Modernamente, en blogs y cosas así. Me da igual, por supuesto, porque creo que digo lo que pienso,y quien hace eso no peca. Pero hay cosas que me hacen sonreír. Por ejemplo, cuando se alaba al argentino y a continuación se le masacra inmisericordemente en función de razones (¿) espurias. Ejemplo: con  “Celi”, un genio; al día siguienre, solo, un histriónico tramposo. Etc. En fin, ni sé cómo tengo todavía fuerzas para ocuparme de estas tonterías. Hablemos de los conciertos. Hablemos de cosas realmente serias.
 
Cuando Barenboim tocó para Celibidache en estos conciertos ya sabía algo de dirección orquestal. Primer inconveniente; el choque de egos podía causar estragos. Y en el caso de los conciertos de Brahms a esa coincidencia se le sumaba otra todavía más fuerte: Barenboim era un consumado especialista en la parte pianística, cosa perfectamente acreditada desde que casi un cuarto de siglo antes los grabara para EMI con Barbirolli. ¿Qué haría ahora el solista? ¿Se plegaría al concepto de Celibidache sin poner inconvenientes? Pues sí; es lo que hizo: en manos de esta soberana sociedad los dos de Brahms y el de Tchaikovsky se convierten en músicas de otro mundo. Con el de Schumann, sin embargo, cero que ninguno de los dos alcanzó tales inescalables alturas. Y no deja de ser curioso. Baremboim solo había grabado una vez el concierto de Schumann  (bajo la floja dirección de Fischer-Dieskau) y nunca, que yo sepa,  el de Tchaikovsky, que por cierto años más tarde dirigiría portentosamente a Lang Lang. Los resultados en ambos son bien distintos. El de Schumann es una versión para mi gusto rara, y, también para mi gusto, criticable por no llegar a irradiar la poesía que esta partitura única y dificílisima encierra. Es una interpretación que no escapa en ningún momento a un severo control de medios sonoros, que solo se sale del guión cuando ambos deciden ennegrecer el mensaje, pero nunca cuando es necesario expandir lirismo. No me ha entusiasmado esa idea. Al contrario, en Tchaikovsky los dos se ponen de acuerdo para que pase a la posteridad una idea que pocos colegas suyos antes habían sido capaces de explicar con propiedad: que estamos ante una obra maestra de la música y no del virtuosismo. Que por cierto tampoco falta, porque ambos despiegan una técnica extrema. Sencillamente impresionante.

Y Brahms. Una versión difícil la del Primero y de una madurez y verdad apabullantes la del Segundo. En el primer caso la califico de difícil porque Celibidache impone el más complicado de los conceptos –no el menos inteligente, desde luego- para la obra: verla como una composición de madurez, cuando en realidad se trata de una tormentosa música de juventud. Si habláramos de otro compositor, sencillamente añadiríamos: error. Pero se trata de Brahms, y ciertos conceptos aplicados a su música saltan por los aires. Su primer concierto para piano se puede escuchar en el más confortable y apacible otoño y no al salir de una tórrida siesta veraniega, sin traicionar nada ni a nadie. Así de múltiple es esta música milagrosa hecha por un joven que parece haberlo conocido ya todo. Y así lo ve Celibidache y se lo hace ver a Barenboim, para momentáneo olvido de lo que antaño le pidiera Barbirolli. En el Segundo, sin embargo, nada es equívoco o interpretable. Es lo que es. Un exacerbado y extremo canto romántico que equilibra portentosamente la belleza de lo interior y lo exterior como una unidad indisoluble e impenetrable. Los dos cantan y hacen cantar a la orquesta hasta el infinito hasta derretirnos de placer en la escucha. Una experiencia de disfrute musical de las que se pueden vivir en contadas ocasiones.

Bueno, lo dicho. Ahora alguien por ahí saldrá  espetando: “ este tío no tiene solución, siempre está igual con Barenboim”. Pues vale.
    
PGM
                     

 

1955
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