Un lujo redescubrir estas, por desgracia, ocultas y olvidadas joyas operísticas del gran Rimsky-Korsakov, que el tiempo está poniendo pasito a pasito en el lugar que merecen. La Nochebuena (1895) está basada en una fábula de Gogol (ya adaptada por Tchaikovsky en Vakula el herrero) y es un maravilloso y seductor cuento de navidad repleto de magia, humor, amor, denuncia social, enredos y deliciosa escritura musical (un Hänsel und Gretel a la rusa). Todo es posible en esta gozosa obra: brujas volando con escoba, borrachines de schnapps, zarinas de reinos lejanos o el mismísimo Satanás.

Weigle dirige con la chispa, el ritmo vivaz y el colorido impresionista que demanda la partitura y su festiva carga de folclore eslavo, tan inherente al compositor san petersburgués. La magnífica escena de Loy (en uno de sus mejores trabajos) es de una desbordante belleza plástica, que sabe jugar a la perfección con la luz y el espacio, repleta de fantasía e imaginación, visualmente muy impactante (uso de cables voladores incluido).

Dotada la joven pareja de enamorados, con el encantador fraseo del tenor lírico Vasiliev, dando vida al embelesado herrero, y la soberbia Oksana de Julia Muzychencko de poderoso timbre y hermosa emisión (admirable en su lánguida Aria del último Acto). El hondo Chub de Tikhomirov demuestra que la privilegiada escuela de bajos eslavos sigue vivita y coleando.

Javier Extremera