Carles Marín juega con fuego… Pero lo hace sentado en su piano, protegido por un invisible círculo ignífugo que, como a Brunilda, le envuelve en estos generosos setenta minutos. Y es con la Valquiria de Brunilda con la que se abre esta grabación, una paráfrasis de concierto del propio Marín, que aborda con grandioso sonido las demandas de la “cabalgata”. Más Wagner, el portentoso Liebestod en el arreglo de Liszt o la escena del Fuego Mágico en el arreglo de Louis Brassin, una pequeña joya en las manos de Marín, que “dirige” a su piano hacia esa mágica conclusión. Ya habla Justo Romero en las notas del origen valenciano del pianista, que históricamente se siente vinculado al fuego. Pero es también la reflexión que hay en él (Feux Follets de Liszt), saber apartarse a tiempo para no quemarte pero estar cerca para calentarte. De hecho, el mayor peligro de este disco sería ese, quemarse. La inteligencia de Marín lo lleva al terreno justo, como en Feux d’artifice de Debussy, llevado con una precisión rítmica y un colorido sensacional, pero nada efectista. Las Variaciones Eroica de Beethoven hacen de parada reflexiva hacia la mitad del disco, para proseguir con el Wagner-Liszt y su fuerte color cromático, para saltar al preciosista Falla del fuego del Amor brujo. In Flame de Cesar Cabedo, encargo de Marín, es una obstinación hacia la llama total, nada fácil de tocar… Un disco generador de energía.

Gonzalo Pérez Chamorro