Puccini de alto voltaje
Tras su registro dedicado a Giuseppe Verdi, The Verdi Album, y una incursión en el mundo de la opereta alemana y aledaños con You mean the World to me, el nuevo disco de Jonas Kaufmann para Sony Classical es Nessun Dorma – The Puccini Album, recital dedicado al compositor italiano que cuenta con la presencia magistral de Antonio Pappano en la dirección orquestal a la espléndida Orchestra dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia. Tanto Tony, como a nuestro tenor le gusta llamar coloquialmente a Pappano, como Kaufmann, recrean el prodigioso mundo expresivo y emocional de Giacomo Puccini, alcanzando cotas emocionales de muy alto voltaje. RITMO, que publicará una extensa entrevista con el tenor en su próximo número de octubre, analiza la trayectoria del cantante muniqués y examina detalladamente este excepcional registro, uno de los más importantes dedicados al compositor de Lucca. Un disco imprescindible que marca uno de los momentos más altos en la discografía del tenor, de Pappano y de la música de Puccini.
Algunos discos deberían llevar la prescripción de que su audición puede afectar seriamente a la salud. La carga emotiva del que nos ocupa puede acelerar más de un corazón, ya que la música de Puccini ofrece al espectador aquello que exactamente quiere oír: emoción. Esta ópera italiana, la de este disco, es como una telenovela culta, donde ocurren cosas inverosímiles que en la vida real no ocurrirían y donde la muerte, los engaños y las traiciones, arropados tras una música de la que es difícil abstenerse, surgen con una facilidad tan pasmosa, que cuando existe la naturalidad o lo que normalmente nos puede ocurrir en la vida diaria, es cuando hay que asombrarse. Al escuchar este disco prepárense para una sesión de pulsaciones aceleradas. Es música de alto voltaje, interpretada como pocas veces se ha podido escuchar.
The Puccini Album
Tarde o temprano debía de llegar. Tras incursiones discográficas en el verismo, Jonas Kaufmann por fin ha grabado un recital completo dedicado a Puccini, un compositor que es ideal para su arte y para sus características vocales, a pesar que el tenor sea alemán y a los alemanes tanta pasión desbordada les incomoda.
“Grabar este disco en Roma tuvo cuatro ventajas: una, adoro esta ciudad; dos, la orquesta es la excelente dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia; tres, el director fue Tony Pappano, con el que he pasado tantos felices momentos y profundas experiencias musicales en los escenarios de ópera y cuatro, es la ciudad de Tosca, la obra de Puccini y una de las óperas más potentes jamás escritas” (Jonas Kaufmann)
A los personajes de Puccini les ocurre que si algunos de sus problemas no se han solucionado en el último acto, la probabilidad de la muerte y del suicidio es muy alta. Todo en esta música rezuma mucha intensidad, pero con una curiosa paradoja, tanta intensidad viene descrita por una escritura de un excepcional refinamiento. Si Verdi es más parco en la pasión (no en la emoción), en el Verismo ésta toma velocidad de crucero y alcanza su momento álgido con Puccini, que se diferencia de sus contemporáneos en ser más refinado y hedonista en lo sonoro (ni Mascagni, Leoncavallo, Giordano, Zandonai, Boito o Ponchielli extraen de la orquesta tales sutilezas). Es curioso además que toda la pena y desgracia que les suceden a estos personajes, sea expresada con tanta belleza. Este hedonismo sonoro necesita de batutas que entiendan que esta música no solo es cantada desde el escenario, también desde el foso. Este encuentro afortunado entre Kaufmann y Puccini tienen un valor añadido en la figura de Antonio Pappano, sin duda alguna el director vivo que mejor dirige la ópera italiana, contando que ni Chailly ni Muti descienden al foso con la misma frecuencia con la que antes lo hacían. Y no solo la ópera italiana, ya que Tony, como le gustar llamarlo a Kaufmann, es un wagneriano soberbio y un músico muy completo.
Haciendo un repaso por el disco, no se ha omitido ninguna de las óperas en las que hay un tenor, excepto Sour Angelica, escrita solo para voces femeninas. De este modo, este Puccini Album es exactamente eso, un recorrido por la evolución tenoril en su música (Puccini es principalmente compositor para papeles femeninos, como Haendel o Janácek; entendió a la mujer y trazó finos retratos de ellas en casi todas sus óperas), desde la temprana Le Villi hasta la descomunal Turandot, donde se encuentra el aria que da título al disco.
“Nessun Dorma, estas palabras todo el mundo sabe lo que significan, siendo una de las razones para que la gente se haya enamorado de la ópera, en parte gracias a los tres tenores y a aquel recital donde la interpretaron” (Jonas Kaufmann)
De entrada, Manon Lescaut nos ofrece el mejor ejemplo posible del tenor, que ha cantado esta ópera en escena en repetidas ocasiones. En “Donna non vidi mai” la lentitud del fraseo permite apreciar el énfasis de la pronunciación y la entidad de cada palabra. Las medias voces están sujetas al mínimo quiebro, es una posición de la voz forzada, que no pierde su color peculiar. La dirección de Pappano es de fábula, pocas veces se ha escuchado tanto matiz y, paralelamente, tanta intensidad. En los restantes fragmentos de la ópera cantados a dúo con Kristine Opolais, la batuta de Pappano describe el drama como nadie, hay un trabajo de fina introspección. La soprano no tiene el timbre de una Freni, pero convence por su estudio del personaje, menos frágil que de costumbre. En “Oh, sarò la più bella”, así como en “Presto! In fila…!” y “No pazzo son!” (alucinante esta última) se percibe que han rodado esta ópera en el escenario y nadie se sorprendería si se afirmara que está grabada en vivo. Este Des Grieux avisa del Calaf que está por llegar. Y una pregunta, ¿acaso no están Tristan e Isolda presentes, obra amada por Puccini, en este destino trágico de Manon Lescaut, con barcos de por medio y con un intermezzo a modo de un preludio fluctuante tonalmente que envuelve toda la trama?
Óperas tempranas
Tanto Le Villi como Edgar son “óperas de laboratorio”, fuente y experimentación melódica que posteriormente tendrían desarrollos y evoluciones en las óperas de madurez. Con Le Villi (estrenada en Milán el 31 de mayo de 1884), Puccini comienza su descripción de personajes, su distribución de escenas y, por encima de todo, comienza a perfeccionarse en una de sus especialidades: las arias de fatalidad y de despedida, las grandes arias dramáticas. “Torna ai felici dì” es precisamente la primera gran aria para tenor del catálogo pucciniano, tal vez el momento más brillante de una ópera que salpica pero no moja. Es con Kaufmann cuando parece salirse de su ajustado traje para ponerse uno más lucido y llegar a ser el aria que todavía no es. Es decir, pocas veces se ha escuchado esta música así, e insisto, de nuevo con un Pappano magistral. La línea de canto de Kaufmann es lenta, se desliza dolorosamente, cansada y emotiva (marca de la casa), es de una pureza especial, que sorprende por la evolución psicológica y trágica del personaje y por el buen uso que hace el tenor de las cuartas y quintas (“cansadas”) en la melodía. En Edgar la sensualidad brota a flor de piel, tanto por el canto del tenor como por la dirección de Pappano.
El dúo con el que finaliza el precioso primer acto de La Bohème quizá no tenga en Opolais la fina cantante que se precisa, pero tampoco es Kaufmann un Rodolfo que parezca pasar mucha hambre, ambos están por encima de la propia situación que se describe, pero cantan como soles, contando de nuevo con el aliado perfecto desde la batuta. El final en unísono, de una belleza suprema, no se recrea en el exceso.
Ellos, los machos
Cuando se publicó el disco Verdi, nuestro colaborador Javier Extremera habló así de Jonas Kaufmann: “Cantante más técnico que instintivo, deudor de una formulación perital más que de sus vísceras expresivas, sus incursiones wagnerianas le han convertido en una poderosa personalidad, aferrado a su timbre de lírico spinto y a ese agraciado físico de macho cabrío. Un masculinizado porte con mucho trapío que le ayuda a la hora de hacer creíbles los personajes que encarna, mascullando virilidad, hombría y músculo de gimnasio. Pese a ese engolamiento, al que por desgracia recurre con frecuencia (y que a veces enturbia su bella línea de canto), su voz es comunicativa y tórrida, de esas de inflamar tímpanos, con una gran resonancia acústica y una dulce ternura muy varonil. Transmisión canora donde prevalecen los colores grises y melancólicos”. Nada mejor esta descripción para los personajes muy masculinos que describe Puccini en Tosca, Madama Butterfly y La fanciulla del West. Cavaradossi es personaje bien arraigado en la carrera del tenor, lo ha cantado en distintas etapas de su vida y siempre le ha dado su especial empuje, en cada ocasión con mayor elegancia y conocimiento del ser. Escuchar su “Recondita armonia” es levantarse del asiento (lo grabó con un polo rojo, nada más significativo) y gozar con una interpretación distinta, tensa pero elegante, de una fuerza expresiva mayúscula. Pinkerton, ese excitado yanqui que desflora a una jovencísima nipona embobada con él, nos deja una versión del “Addio, fiorito asil” muy potente. Habría que ver en escena este personaje y ese primer acto irrepetible. Esta pequeña aria es una invitación a la imaginación de lo que podría dar de sí, ya grabado con el propio Pappano con Gheorghiu (Emi-Warner). Y finalmente el Dick Johnson de La fanciulla, ópera de rara intensidad, aquí volcada en un pasional choque de trenes entre el tenor y el director, a los que se añade una pequeña intervención del coro y de Massimo Simeoli. “Ch’ella mi creda libero” no se ha escuchado jamás tal y como está cantada aquí. Apasionante.
“La fanciulla fue estrenada en el Metropolitan por Caruso, el personaje encierra contradicciones, es un héroe atípico, un reflejo de la propia personalidad de Puccini” (Jonas Kaufmann)
Nessun Dorma
Para llegar la guinda del pastel, antes hay que descubrir tres joyas rara vez cantadas como lo están en este disco. Se trata de “Parigi! È la città dei desideri”, de La Rondine, a la que el tenor aporta su bien conocida afinidad con la opereta alemana, como ya nos mostró en su reciente disco. Igualmente desgarrador es su “Hai ben ragione” de Il Tabarro, donde Luigi no mantiene esperanzas en que su vida mejore, ideal para el timbre poderoso del tenor, que transmite la queja con especial fervor.
Y de ahí a quizá lo más sorprendente del disco, ya que difícilmente se puede escuchar de esta manera: “¡Firenze è come un albero Fiorito” de Gianni Schicchi, donde Rinuccio defiende las bellezas de su Florencia y aguarda con ganas la presencia de Schicchi para que solucione los problemas de testamento que ha derivado la muerte de Buoso Donati. Lo demás es bien conocido… Este fragmento suele ser interpretado por tenores de pequeña escala y de voz lírica, pero nunca spinto, y aquí nuestro tenor abruma por la potencia e intensidad que imprime a la breve página. Es de imaginar que Lauretta, su novieta, se desviviría por alguien que entona así su momento dorado en la ópera.
Puccini, hedonista en su vida privada, conoce bien el secreto de la noche y la utiliza magistralmente en Turandot y en su “Nessun dorma”, con recursos como la “sviolinata” (duplicación o triplicación de la melodía vocal en la orquesta con la escala de tonos enteros), creando un clima a flor de piel, sensible, con instantes bellísimos y de enorme intensidad en un crescendo emotivo que forma parte de la pura emoción. Por momentos el texto parece amoldarse a la música como un bebé podría hacerlo en los brazos de su madre a la hora de dormir. Es así como el tenor, junto a un inspiradísimo Pappano, afloran una interpretación de una creatividad muy sutil, que condensa poco a poco la emoción para hacerla llegar a su éxtasis final, que es el cierre de un disco excepcional, histórico, un Puccini de alto voltaje.
Por Gonzalo Pérez Chamorro