Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
Haciendo "clic" en el título de cada disco o sobre la foto, accederá a su ficha y a la crítica publicada en Ritmo y, cuando es posible, a las diferentes tiendas donde podrá adquirir el disco físico, o a las plataformas digitales desde donde podrá escucharlo en "streaming" o descargarlo online.

Ritmo MARZO 2016 - Núm. 894

MUSIC - A JOURNEY FOR LIFE. RICCARDO CHAILLY.

Un retrato documental dirigido por Paul Smaczny. Incluye el Concierto para piano de Grieg. Lars Vogt, piano. Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig / Riccardo Chailly.
Accentus, ACC20254 ( DVD)



La crítica

RICCARDO CHAILLY: EL ÚLTIMO GATOPARDO

“La música es un elemento de esperanza, pues siempre nos ofrece una posible solución al problema, al conflicto violento o a las ansiedades de nuestras sociedades” (Riccardo Chailly)

A sus 63 años prácticamente recién cumplidos, Riccardo Chailly se ha convertido en uno de los directores más venerados y admirados de nuestros días. Un sabio de la batuta con universo sonoro propio, que deambula con pasos profundos por su esplendorosa etapa de madurez. El milanés y su gatopardiana silueta, engrosa esa élite cultural que ya forma parte indisoluble de nuestras vidas. Pese a que sus últimas entregas hayan dejado insatisfechos a casi todos, hoy aún sigo poniéndose nervioso cuando arranco el envoltorio de plástico al adquirir sus nuevos registros. El todopoderoso realizador y productor Paul Smaczny nos propone un certero, íntimo y entrañable retrato (sin subtítulos patrios) del artista y del ser humano, capaz de fundir en un mismo encuadre música y vida.

Fatto a Milano

Dos escenarios (de opuesta titularidad) gravitan narrativamente sobre el documental. En el primero, nos despatarramos ante la belleza natural del balcón de su mahleriana casa enclavada en el valle alpino de Engadina, al este de Suiza. Silencioso templete donde estudiar las partituras (nos desvela su particular método de trabajo regido por lapiceros de colores y valores mnemotécnicos). El otro, de carácter público, adquiere rasgos de altar, pues se trata de su despacho en la Gewandhaus, de cuya pared cuelgan (cuales espadas de Damocles) los retratos de dos de sus más insignes titulares, Arthur Nikisch y Bruno Walter. Sorprendió a todos el anuncio de su rescisión contractual que le unía a esta histórica agrupación (cuatro años antes de lo estipulado). Este verano debutará como mandamás de la Orquesta del Festival de Lucerna con una Octava de Mahler, Sinfonía que la muerte de Claudio Abbado quebró, pues fue la única del ciclo aún pendiente de programar en el veraniego festival. En 2017 se enfrentará a otro desafío, apropiarse del foso de la que fuera de joven su segunda casa, la Scala de su Milán natal. El director no confiesa que con nueve años reproducía discos en su cuarto mientras dirigiría una invisible orquesta. Entre las amistades de su padre, el compositor Luciano Chailly, se encontraba el director Franco Ferrara. Una noche, tras la cena, le propuso dirigir el disco de la Obertura Egmont. Ese mismo verano se lo llevó bajo su protección a estudiar a Siena. El otro nombre que le influyó marcadamente en su concepción sonora, es su paisano Abbado, a quien asistió en los años de la Scala y al que inunda en elogios y pleitesías. Como buen italiano, siente devoción por la familia (sus hijos, nietos y esposa comparten algunos planos), asegurando que “no podría hacer música si no tuviera detrás un núcleo familiar que me da la fuerza espiritual para encarar el trabajo”

El filme incluye muchos y variados pasajes musicales, siempre bien insertados en las confesiones de nuestro protagonista. La mayoría con la orquesta de Leipzig como ejecutante. Asegura que esta emblemática agrupación “posee una tradición irrepetible que le otorga un mundo sonoro y cultural único y extraordinario, pues ellos son la madre de todas las orquestas sinfónicas germanas”. Algunos de sus solistas participan del esbozo, tachando su etapa como irrepetible. Entre risas, uno de los contrabajos nos cuenta el cabreo que pilla cuando surge la rutina, de ahí que durante algún ensayo les pida que “no pongan el piloto automático”. De entre todos estos fragmentos de espejo (que van de Verdi a Mendelssohn y de Puccini a Ravel), sobresale la música de Mahler, compositor estrechamente ligado a su figura. Nos adentramos por sus últimos registros de Leipzig (de la Cuarta a la Sexta Sinfonía) tan influenciados por Bruno Walter. Partituras que, en sus manos, se sobredimensionan, adquiriendo estigmas de perpetuidad, pues su Mahler será referencial por los siglos de los siglos.

Hélène Grimaud (que ensaya el Concierto en sol mayor de Ravel) acaba rendida a sus pies ante esa “transparencia tan bien integrada que permite escuchar cada detalle de la articulación”. Chailly recuerda entre risas como en los setenta Karajan actúo de futurólogo, pues le predijo que su forma de entender la música era perfecta para Leipzig. La fecha de producción (2012) nos depara un incoherente capítulo dedicado al Palau valenciano, poco antes de que saltara en mil pedazos tras la detención de Helga Schmidt. Ella nos habla de su Bohème (se muestran algunos pasajes del ensayo general), ajena aún a todo el ruido y furia que le deparaba el destino. “La música nos trae consuelo en momentos de soledad y dolor, es una parte imprescindible de la vida”, nos esculpe el maestro antes de, como buen italiano, darse un paseo en moto.

Grieg

Como impagable complemento al documental se incluye una grabación del Concierto para piano de Grieg, nunca editada. Registro de 2013 con un Lars Vogt que parece entrar en trance frente al teclado. Un Grieg que también posee lazos de unión con Leipzig, pues pateó sus calles en sus años mozos de estudio. Lo mejor de la versión es la brillantez sonora de la agrupación sajona, en un ejercicio superlativo de elegancia estilística, aferrada a ese particular canto y fraseo “made in Chailly”. Lectura lúcida y de altos vuelos, vigorosa y corpulenta, bien contrastada en sus luces y sombras, acertadamente tensada en su esbozo sonoro (huele más a Liszt que a Schumann). Un épico e impulsivo Vogt (capaz de tocar con las arrugas de la cara), intenta robarle la batuta al milanés, pues no ceja de regalar gestos de complicidad a la orquesta. Pone al límite el instrumento, utilizando todo el cuerpo, apoyándose continuamente en los pedales para subir decibelios. Pese a su incuestionable virtuosismo, a Vogt le falta una mayor dosis de calidez y resuellos líricos, sobre todo en ese Adagio donde un serenado Chailly es el único capaz de crear bruma. En la discutible y libertaria propina del chopiniano Nocturno en do sostenido menor Op. Posth., Vogt hace lo que le da la gana con el tempo y la dinámica, estirando el rubato con el fin de apurar hasta la última gota de expresividad.

Javier Extremera

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