La música de Bach resiste cualquier trasvase instrumental y tímbrico. La hemos escuchado hasta en el acordeón de Anzellotti y, aun así, seguía sonando a Bach. De este modo se explica que El Arte de la fuga no tuviera un instrumento o conjunto instrumental definido. Simplemente es música, más allá del instrumento/s elegido/s. Bach sabía que su música podría acogerse a cualquier molde instrumental, siempre sonaría bien y grande. De esta manera, las Goldberg, posiblemente (qué tontería, sin “posiblemente”) la obra más grande escrita para teclado, conocen una nueva versión para trío de cuerda, tras el conocido arreglo de Dmitri Sitkovetsky. Se trata de un arreglo muy arriesgado del Garnati Ensemble, compuesto por Pablo Martos, violín; Yuval Gotlibovich, viola y Alberto Martos, cello. Arriesgado por romper moldes; arriesgado por variar sobre la variación; arriesgado por desorientar al oído cerebral, que espera otra cosa de la que recibe. Las Goldberg conocen interpretaciones desde la cortesía barroca más respetuosa (Leonhardt), al piano más alucinante (Gould), pasando por diversos arreglos (violas, órgano, arpa, etc.). Con el Garnati nos topamos con ecos piazzollianos (variación 26), tremenda belleza de arcos (22) o reinvención de la misma variación (8, 21...). Un mundo nuevo, sin duda.