Un documental de Dorian Supin. The Hilliard Ensemble / Paul Hiller.
Arthaus, 109115 (DVD)
ARVO PÄRT: DEVOCIONARIO MUSICAL
“Podría comparar mi música con la luz blanca que contiene todos los colores. Sólo un prisma puede dividirlos y hacerlos aparecer; este prisma podría ser el espíritu del oyente” (Arvo Pärt)
A sus 80 años recién cumplidos, el compositor estonio Arvo Pärt ha conseguido hacerse un hueco en las programaciones de medio mundo, provocando incluso ciertos recelos entre los colegas de oficio, pues sus composiciones han conseguido romper la barrera de la inaccesibilidad con la que hoy se despacha a la música contemporánea. Por norma, se tiende a pensar que aquello que conlleva éxito o popularidad no puede poseer auténtica calidad artística. Su gran logro ha sido conseguir que sus obras resuenen tanto en los auriculares de alguien que viaja en metro (impagable la fidelidad del sello ECM), como entre las butacas de la más exquisita sala de concierto. Con su embarbada y asceta figura, mitad monje ortodoxo, mitad Omero Antonutti en El Dorado, ha reunido un grupo de fieles oyentes (creyentes, la gran mayoría), que devoran en estado de trance sus atmosféricas composiciones, la mayoría tocadas por un halo místico y ungidas por melodías que se adhesivan fácilmente a nuestra memoria auditiva (imposible no acordarse de los Górecki o Tavener). Su música se reconoce en tan solo un par de compases, pues posee identidad y universo propio, por tanto, cánticos condenados a la extinción cuando su cuerpo se convierta en ansiado espíritu. Cuando arranque el éxodo de este inventor a su soñado país de Tintinnabuli (tintineo en latín y nombre asignado a su particular técnica compositiva).
Su legado se podría resumir en una eterna búsqueda, en una pregunta sin respuesta, en un principio sin final. Un placentero balneario en el que desconectar de este mundo cada vez más ruidoso y caótico. Sus señas de identidad son muy visibles: polifonías y música coral (casi siempre escritas en latín), misticismo, quietud y recogimiento religioso, como buen hijo adoptivo de John Cage, una carcasa estructural extirpada del repetitivo minimalismo y el silencio, tan importante en su obra como el sonido. Sugerentes visualmente, es fácil encontrarse alguna de sus piezas invadiendo los fotogramas de una película, pues sus armonías se ensamblan a la perfección con la imagen.
Dos documentales (sin subtítulos patrios) separados temporalmente entre sí, nos sirven para homenajear su entrada en lo octogenario. El inaugural, que nos sumerge por los primeros éxitos de su carrera, nos traslada a 1988. En la catedral de Durham se va a representar su Pasión según San Juan. La omnipresente cámara de Dorian Supin nos introduce por sus calles y sus gentes, en una eficaz inmersión sobre el Pärt compositor y el Arvo padre de familia (le vemos incluso almorzar con su esposa e hijos durante el exilio berlinés). El arte y la vida fundidos por el ojo del cinematógrafo. El filme posee momentos de puro cine, de esos que consiguen rasgar la pantalla, gracias a su veracidad y al certero planteamiento formal. Asume riesgos narrativos, amparándose en lo imprevisible y en su afán por sorprendernos en cada plano, en cada meditada secuencia, intentando descifrar algunos jeroglíficos de la condición humana. Y todo usando las herramientas más esenciales del cine, esas que por desgracia no forman parte del manual de estilo de los realizadores de hoy. El estonio más que hablar predica, pues con su reflexiva presencia y pausada verborrea, parece un personaje de una película de Tarkovski. Vemos a Paul Hillier, uno de sus primeros y más fervientes defensores, enfrentarse junto al ensemble que lleva su nombre a la polifónica Pasión, atento siempre a las indicaciones y sugerencias del padre de la criatura. Música inmaterial y aérea, pues el tiempo parece detenerse, sin cambios de tonalidad ni contrastes, manada de un imaginario cielo que ahonda en la simplicidad. Tras esta aleccionadora introducción, se incluye apropiadamente la posibilidad de ver la representación completa de esta dilatada obra coral (más de 70 minutos) de índole gregoriana y de hipnótico recogimiento para algunos (insufrible tortura para otros), que nos habla del mundo antiguo sin perder de vista al moderno. El silencio de Dios trasladado al papel pautado.
Javier Extremera