Sinfonías, conciertos y óperas.
Varias orquestas / Carlo Maria Giulini.
Warner Classics 2173244121 (60 CD)
INDISPENSABLE TRATADO DE DIRECCIÓN
Veinte años después del fallecimiento de Carlo Maria Giulini (1914-2005), Warner Classics reúne todas sus grabaciones de estudio para Columbia, HMV, Pathé y Electrola y lanza la más extensa recopilación disponible de su legado discográfico, brindándonos una oportunidad privilegiada para revisitar el arte de un director que concebía cada concierto como una experiencia transformadora.
Sin duda, el que ofreció el 21 de octubre de 1991 en el recién inaugurado Palacio de Festivales de Cantabria con el Requiem de Verdi en los atriles lo fue para quien firma estas líneas, aunque por entonces uno no fuera del todo consciente de su auténtica jerarquía. Entre otras muchas cuestiones, desconocía dos que hoy, al hacer esta mínima semblanza, me parece conveniente destacar: que fue su contacto temprano con maestros como Bruno Walter y Victor de Sabata lo que modeló su concepción de la dirección, alejada del autoritarismo y centrada en la colaboración con los músicos, y que pocas figuras en la historia de la dirección orquestal encarnan con tanta coherencia una ética del servicio a la música como la suya.
El sensacional lanzamiento de Warner abarca veintiocho años (1952-80) de una trayectoria singular, alejada de cualquier afán de protagonismo o del estruendo mediático que encandiló a contemporáneos como Bernstein y Karajan y marcada por la introspección, el respeto escrupuloso al compositor y una búsqueda incesante de verdad espiritual en la interpretación. El consenso crítico a la hora de apreciar ese arte interpretativo alcanza a describir su técnica gestual como elegante y austera. En efecto, Giulini evitaba cualquier afectación teatral y sus movimientos eran precisos, funcionales, contenidos; no dirigía notas ni ritmos, sino ideas, emociones y estructuras; rechazaba los criterios “históricamente informados” si no le permitían alcanzar el corazón expresivo de la obra y sus tempi (generalmente tenidos por lentos) favorecían la claridad de la textura y el peso dramático del discurso musical.
En este sentido, la presente recopilación constituye todo un tratado de dirección de interés altísimo en el que, al valor estrictamente musical que le otorga el aficionado, se añade el musicológico que tiene para el especialista. Así, como Thomas Saler señala en su libro Serving genius (2010), resulta revelador observar cómo el Giulini que dirige a la Philharmonia (presente en treinta de los sesenta discos que contiene la caja), adopta tempi sensiblemente más rápidos que los de sus versiones posteriores de las mismas obras, recogidas en las ediciones de Deutsche Grammophon y Sony Classical. Un caso particularmente ilustrativo es el tercer movimiento de la “Patética” de Tchaikovsky: en la grabación de estudio realizada en 1959 con la orquesta fundada por Walter Legge (CD 53), Giulini lo aborda a un vertiginoso tempo de 170 negras por minuto, frente a las 156 negras por minuto que marcaría en su interpretación de noviembre de 1980 con la Filarmónica de Los Ángeles para el sello amarillo. Ambas versiones, por cierto, superan la indicación original de la partitura, que señala 152 por negra. Lo mismo ocurre en su lectura del Requiem de Verdi de 1964 (CD 56), donde los compases iniciales del “Dies irae”, que tanto me impresionaron aquel día en Santander, suenan a 88 blancas por minuto. En cambio, en la grabación de 1989 con la Filarmónica de Berlín (DG), Giulini optaría por un tempo notablemente más contenido, en torno a las 70 blancas por minuto. Algo semejante podríamos decir del célebre Adagio de la Novena Sinfonía de Beethoven al frente de la London Symphony (CD 3) y sus 16’25’’ de duración, en llamativo contraste con los 18’33’’ que el maestro se toma con los músicos alemanes veinte años más tarde.
Del mismo modo, los oyentes más avezados advertirán cómo, bajo su dirección, la sección de cuerdas de la Philharmonia despliega una precisión de tal calibre que incluso podría situarse por encima de la que lograría más adelante con la Sinfónica de Chicago. Un ejemplo elocuente lo ofrece de nuevo Tchaikovsky con el último movimiento de la Segunda Sinfonía “La Pequeña Rusia”, grabada en 1956 (CD 52), donde el empuje rítmico alcanza un nivel de urgencia casi febril.
Una audición atenta y comparada con las recopilaciones mencionadas, revela, por tanto, que el Giulini de los años 50 y 60 no es aún el director contemplativo y meditativo por el que comúnmente se le tiene, pero sí un artista que irradia una energía vibrante, poderosa. En cualquier caso, el principal atractivo de este lanzamiento para el aficionado de a pie no radica en la posibilidad que le ofrece de estudiar el cambio estilístico provocado por ese giro en su concepción del tiempo musical, sino en el hecho de que aporta una visión muy completa de su repertorio (no demasiado amplio, cuidadosamente seleccionado y conformado solo por aquellas obras que resonaban en su mundo interior) y en que lo hace en versiones de una calidad que oscila entre lo sobresaliente y lo excepcional. Entre tanta maravilla, que incluye inéditos y alguna que otra rareza, en lo sinfónico destacan Beethoven, Brahms y Bruckner, que acaparan diecinueve discos, mientras que en la ópera, sobresalen esas referencias absolutas que son su Don Giovanni, Le nozze di Figaro, Iphigénie en Tauride o el Don Carlo de su queridísimo Verdi, a quien consideraba un modelo ético además de musical. Indispensable.
Darío Fernández Ruiz