Hay dos Venecias. La íntima y espiritual, la de los palacios y las academias, la de los madrigales que detienen el tiempo. Y la pública y gloriosa, la de San Marcos, las procesiones y el poder sonoro con que la Serenísima proclamaba su alianza con el cielo. A esa Venecia nos traslada I Fagiolini, la que en 1612 celebra las Vísperas de Santa Giustina, patrona elegida para conmemorar Lepanto, compartiendo altar con la Virgen del Rosario. La investigación de Hugh Keyte y la dirección flexible e imaginativa de Robert Hollingworth no reconstruyen, sino que devuelven al presente una Venecia que se permite el lujo de seguir viva.

El Magnificat de Giovanni Gabrieli, restaurado por Keyte a partir de manuscritos de Graz, amplía el original de triple coro a siete con ecos antifonales y el tropo Sicut locutus est como emblema del mito de la república elegida. Los salmos de Viadana del Salmi a 4 cori de 1612 muestran escritura clara y equilibrada. El Ave maris stella une a Monteverdi y Soriano con glosas instrumentales, mientras el Quae est ista de Palestrina abre un espacio de contemplación antes del cierre. El motete In ecclesiis devuelve el equilibrio policoral y esa teatralidad sagrada que convirtió la basílica en símbolo de poder y fe.

Hollingworth no dirige, orquesta el aire. Todo vibra: coros, voces e instrumentos doran el sonido hasta hacerlo tangible. Más que una recreación, una epifanía acústica, la grandeza como lenguaje, la ciudad celebrándose a sí misma bajo los mosaicos de oro.

Mercedes García Molina