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Crítica / Virtuosismo de fantasía, trío, sonata y fuga - por Luis Mazorra Incera

Madrid - 05/12/2023

La estética neorromántica (en realidad, romántica a secas y en toda regla) de Rachel Laurin en su Fantasía y fuga en re mayor brilló en la fluida interpretación de Katelyn Emerson al órgano de la sala sinfónica del Auditorio Nacional de Música en el ciclo sabatino Bach-Vermut del CNDM.

Una obra que afrontaba la citada organista con éxito, superando de inicio todas las complicaciones que logran esa difícil y flexible expresividad romántica para un instrumento de tantas rigideces, inercias y sinergias como es el gran órgano.

En un oportuno cambio de modo, mayor-menor, y sin bajar en modo alguno el listón de compromiso técnico, quizás al contrario, la bella Tercera sonata en trío en re menor Johann Sebastian Bach aportó un remanso de calma (sobre todo en lo dinámico y tímbrico) a la vez que se ajustó al sufrido titular del ciclo (BACH-Vermut).

Un amplio, contumaz y conmovedor Adagio e dolce fue buena prueba de ello, antes de acometer el más virtuoso y fugaz Vivace.

Con Charles Tournemire volvimos a sumergirnos en la fantasía…: Fantasía-improvisación sobre el “Ave Maris Stella” (reconstrucción de Duruflé). Esta vez, en una estética más atrevida e imaginativa, la versatilidad y virtuosismo de Katelyn Emerson quedaban aún más patentes y, en cierto modo, “puestas al día”.

Una paleta sorprendente de timbres y dinámicas sobre la base de una exigente partitura scherzante que, un tanto hechizados, se tardó en aplaudir a su conclusión.

Sin salir de esta nueva estética organista del siglo pasado en tradición gala, volvimos a la compleja estructura de Sonata en trío de la mano de Jean Langlais, uniendo así ambas estéticas y formas presentadas sucesivamente con anterioridad. Todo un eximio ejercicio de programación en lo tonal como vimos y ahora, en un modo aún más ambicioso, en lo estético.

Bajo el nombre de Sonata eroïca no se escondía precisamente la pretensión monumental propia de un final de concierto, incluso en éste de permanente exigencia en lo técnico. Firmada por Joseph Jongen dio pie a que Katelyn Emerson mostrara al órgano toda la magnificencia de que este instrumento es capaz. Ya su monumental unísono octavado inicial daba muestras de ello, hasta los (obligados…) fugados del tramo final con imponentes (¿obligados también?) octavados temáticos en el pedal.

También en su interior, hubo tiempo para la exquisita sutileza en clima de variación y etérea melodía acompañada dentro de un planteamiento más contemporizador en lo estético, que volvía a aquella aspiración romántica de imitar y reproducir en la medida de lo posible (¡... y mas allá…!) la orquesta sinfónica.

La vertiginosa propina en la forma de un prototípico perpetuum mobile a (siempre) parejo nivel técnico, no bajó la guardia.

Luis Mazorra Incera

 

Katelyn Emerson, órgano.

Obras de Bach, Jongen, Langlais, Laurin y Tournemire.

CNDM/Bach-Vermut. Auditorio Nacional de Música. Madrid.

 

Foto © Rafa Martín

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