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Crítica / Variando entre teclas y vientos - por Abelardo Martín Ruiz

Madrid - 16/05/2022

Este pasado jueves, día 12 de mayo, tuvimos ocasión de presenciar uno de los conciertos pospuestos, desde hacía meses, de entre los confirmados dentro del ciclo Liceo de Cámara XXI por el Centro Nacional de Difusión Musical, el que dispuso al reconocido pianista y director Christian Zacharias con una de las formaciones preeminentes en el ámbito tanto nacional como europeo de instrumentos de viento, el Azahar Ensemble.

La propuesta de programa, con composiciones concebidas durante el período de transición comprendido entre los siglos XVIII y XIX, del último estilo clásico al incipiente estilo romántico, puso su epicentro en torno a la figura de Beethoven como pianista y creador de obras tempranas para diversas combinaciones de cámara, así como en la figura de Reicha, músico coetáneo a la época del primero y que heredó el conocimiento de la tradición previa con un catálogo sobre el que se ampliaría el lenguaje preconizador de la nueva estética romántica.

La cita obtuvo una magnífica acogida por parte del público, echándose en falta seguramente una aproximación mucho más directa por parte de jóvenes y futuros instrumentistas para los que este tipo de agrupaciones, habitualmente poco establecidas de manera estable, y con integrantes pertenecientes a nuevas generaciones de inmenso potencial y calidad, podrían representar un marco de referencia a partir del que seguir experimentando y aprendiendo en su proceso de formación. La distribución del repertorio se dividió en una primera parte a la manera de una introducción tanto del piano como del quinteto de viento y una segunda parte en la que colaboraron casi todos los instrumentistas, con la ausencia de la flauta.

La presentación de Christian Zacharias ante la audiencia se adscribió prácticamente a una puesta en escena característica de una personalidad que se presupone como la de uno de los intérpretes con mayor recorrido, experiencia y determinación artística, con la asunción del hecho musical a la manera de un acontecimiento sensitivo y sensorial que comenzaría antes incluso de llegar al instrumento.

La exultante e incluso por momentos posiblemente incomprensible facilidad con la que acometió permanentemente la música del genial autor de Bonn denotó una más que elevada exigencia personal para con un estilo, el clásico, del que continúa siendo uno de sus mejores exponentes en el panorama artístico, desarrollado a través también de la profundización en otros repertorios ajenos a su propio instrumento en su faceta como director. En su proposición destacó la elección de unos tempi realmente vivos en todas las variaciones del tema y en los movimientos de la sonata, los cuales, lejos de representar un mero alarde de virtuosismo y solvencia, otorgaron al discurso una más que notable consistencia en la unidad de la forma, destacando la claridad en una ejecución limpia, formidablemente articulada, elegantemente fraseada y perfectamente timbrada.

El camino extendió la puerta de entrada a un temperamento dramático y apasionado, con un marcado componente todavía tradicional en su estructura, en el que, dentro del claroscuro característico, hubo espacio para la emotividad más íntima y sentimental, con motivo del expresivo lirismo de unas manos firmes pero conectadas estrechamente con cada delicada transición. Como contrapartida, la pretensión de enlazar casi sin solución de continuidad las secciones, o la voluntad por iniciar de manera súbita cada uno de los períodos, incluso con gente accediendo a la sala, pudo resultar ligeramente excesiva, ante la necesidad de otorgar el óptimo margen de respiración a una música no exenta de densidad y contenido.

Por su lado, la presentación del Azahar Ensemble cumplió con las expectativas generadas por parte de una de las agrupaciones de viento con mejor trayectoria, con un origen en el entorno nacional y con frecuentes compromisos en diversos países, e incluso con recientes incorporaciones frente a la plantilla de inicio.

La versión de Reicha, uno de los principales artífices del quinteto de viento, estuvo configurada por una aproximación de maravillosa precisión que impactó considerablemente desde las primeras notas, con la predominancia de unos balances perfectamente estructurados y la conformación de una personalidad de grupo, a través de un planteamiento común, en la que las aportaciones específicas hallaron una adecuada integración entre la individualidad y la unificación de la colectividad. Con especial profusión en el interés y en la riqueza en el acompañamiento melódico, siempre asumiendo el sublime cuidado de los fraseos, resultaron exquisitas las intervenciones.

La flauta, delicada, ágil y de absoluta elegancia, se mantuvo siempre cercana a un oboe de centrada ubicación y disposición para con todos los miembros, con un especial énfasis en la estabilidad del registro grave del instrumento. Por su parte, a una más que encomiable precisión de una trompa redonda y noble, el fagot añadió un fundamento de base mediante profundas sugerencias de una embriagadora calidez y consistente variedad en su rango dinámico.

Finalmente, el clarinete expuso en sus frases un sutil gesto bien organizado, en concordancia con sus compañeros, acompañado de movimientos que, si bien estuvieron en conexión corporal con la intención comunicativa, pudieron resultar quizás excesivos en determinados períodos. En cualquier caso, la idea de un discurso homogéneo, con una acertada ordenación entre las fases de inicio, desarrollo y finalización en cada uno de los fragmentos, resultó el parámetro dominante en una visión de la técnica, puesta al servicio de la música, conceptuada como una idiosincrasia propia a su máximo nivel de expresión.

Como culminación, la síntesis de todas las características anteriormente descritas se puso de manifiesto en la última obra, el quinteto de Beethoven, con un Zacharias organizando desde su puesto la gestión de una partitura en la que se percibieron bastantes más reposos y tiempos de resonancia que al inicio de la velada, así como prevaleciendo la excepcional ligereza de los pasajes idiomáticos más demandantes de un piano casi protagonista y con una prevalencia tímbrica en los maravillosos colores establecidos entre los vientos.

En su interpretación, resulta necesario poner de manifiesto la sensación compacta en la energía del primer movimiento, así como las intervenciones de un segundo movimiento en el que el fagot y la trompa destacaron con unas aportaciones solísticas francamente magistrales, pasando el oboe y el clarinete a gestionar la cohesión de un grupo que supo hallar, durante su tránsito por la afectividad y la sensibilidad intrínsecas del músico germano, una gestión de la dimensión del tercer movimiento que evolucionó hacia una apoteósica conclusión.

Abelardo Martín Ruiz

 

Christian Zacharias, piano

Azahar Ensemble (André Cebrián, flauta - María Alba Carmona, oboe - Miquel Ramos, clarinete - Antonio Lagares, trompa - María José García, fagot)

Obras de Ludwig van Beethoven (1770-1827): Doce variaciones para piano en la mayor sobre una danza rusa del ballet, Das Waldmädchen, WoO 71; Sonata para piano número 1 en fa menor, opus 2; Anton Reicha (1770-1836): Quinteto de viento en mi menor, opus 88, número 1; Ludwig van Beethoven: Quinteto para piano y vientos en mi bemol mayor, opus 16

Centro Nacional de Difusión Musical, Liceo De Cámara XXI

Auditorio Nacional de Música, Sala de Cámara

 

Foto © Rafa Martín

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