Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Una orquesta a la altura de la música - por Abelardo Martín Ruiz

Madrid - 24/03/2022

El pasado domingo, día 20 de marzo, en conmemoración por el Día Europeo de la Música Antigua, tuvimos la ocasión de presenciar en el Auditorio Nacional de Música de Madrid el concierto que acometió la Orquesta Barroca de Sevilla, dirigida para este compromiso por Giovanni Antonini, y perteneciente al ciclo Universo Barroco de la programación del Centro Nacional de Difusión Musical, con la integral de las cuatro Suites para orquesta de Johann Sebastian Bach.

Este compendio representa una de las principales colecciones de música instrumental del compositor germano, con obras creadas a medio camino entre las ciudades de Cöthen y Leipzig, e incluso aunque las primeras copias manuscritas que han llegado hasta nosotros se enmarcan entre los años 1724 a 1738, las fechas concretas de estas composiciones permanecen indeterminadas, pese a que se concibe una intención fundamentalmente unitaria. La estructura comporta la estandarización paradigmática de la forma de la suite barroca, comprendida por sucesivas danzas procedentes de diferentes entornos europeos y manteniendo la influencia francesa en unas monumentales oberturas, así como empleando diversas instrumentaciones. La propuesta de la formación hispalense preservó la ordenación ascendente, con la sugerencia eminentemente festiva de la misma.

La Suite número 1 nos ofreció desde su mismo inicio el planteamiento que predominaría en el recorrido del concierto, con una concepción enérgica y conectada permanentemente entre los movimientos dentro de la perspectiva de un Antonini que mostró, mediante una gestualidad activa y ágil, un enfoque marcadamente italiano en la elección de unos tempi con ligereza que mantuvo firmemente conectada la configuración del propio discurso. La sonoridad se halló establecida con sentido formidable desde los instrumentos graves, con los violonchelos de Mercedes Ruiz y Víctor García, el contrabajo de Ventura Rico y el clavicémbalo de Alejandro Casal, en quienes predominó su fundamento sonoro respecto a unos violines primeros y segundos que transmitieron una interpretación equilibrada, con una buena tanto proyección como dicción de los fragmentos demandantes del movimiento de la Ouverture. La sucesión de las danzas posteriores fue emprendida de manera efectiva y con una intensidad que incrementó especialmente la afectividad exuberante e intrínseca, así como con elaborados contrastes de colores y una determinante intencionalidad en las sinergias de la cuerda que convergieron en alternancias tanto de carácter como de tempo. Como complemento, resulta necesario destacar las intervenciones de los instrumentos de viento, con el fagot de Alberto Grazzi, completamente conectado con su funcionalidad de sustento expresivo; y la magistral complicidad de los oboes de Jacobo Díaz y José Manuel Cuadrado, quienes compartieron un profundo lirismo en la elaboración de sus frases.

Como continuación, la Suite número 2, una de las más conocidas de la serie, nos descubrió a un apoteósico Rafael Ruibérriz de Torres, quien acometió la partitura del traverso solista con una calidad excelsa, manteniendo constantemente una transparente elegancia a partir de una técnica depurada, puesta al servicio de la música, y con una perfecta resolución de los pasajes demandantes de gran protagonismo en la Ouverture, en combinación con unas intervenciones de la cuerda bien equilibradas tanto en su articulación como en su balance dinámico. Como particularidad, en la interpretación solista se observó, de idéntico modo, el exquisito gusto del Rondeau, la encomiable emotividad de la Sarabande, la impecable elegancia de la Polonaise, con su refinado Double a imitación de un ensemble de cámara; o el extrovertido virtuosismo idiomático de la Badinerie desde una profusa ornamentación que se integró de la forma más impredecible en este vivo movimiento culminante. Resulta necesario exponer una mención particular en relación a la calidad de Ruibérriz de Torres como uno de los artistas preeminentes como especialista del traverso histórico, sabiendo dominar los registros de un instrumento con considerables dificultades en los parámetros de dicción y proyección. Los restantes instrumentistas presentes en el escenario también contribuyeron, con una soberbia escucha, a la conformación de esta exquisita a la par que conmovedora visión.

La segunda parte continuó el tránsito con la Suite número 3, en la que, junto a la inclusión de oboes, fagot, trompetas y timbales, la cuerda retomó nuevamente su protagonismo en una Ouverture solemne, de carácter enérgico y virtuoso, en la que tuvimos la oportunidad de disfrutar también de las intervenciones individuales de los solistas de las secciones de cuerda. Entre las mismas, destacó el virtuoso primer violín solista en la sección imitativa, con una escritura técnicamente exigente, interpretada de forma elegante y brillante por la concertino, Lina Tur. Esta idéntica propuesta se mantuvo en el Air, movimiento en el que se dispuso toda la afectividad y la sentimentalidad romántica del músico alemán por parte del conjunto de la cuerda, y en el que las sugestivas intervenciones solistas comprendieron una sonoridad diferente a la orquestalmente habitual en este tiempo, con una textura ligera y luminosa, adornada consecuentemente por delicados ornamentos. En contraposición a la primera de las suites, las violas, personificadas por José Manuel Navarro, Kepa Artetxe y Carmen Moreno, lideraron la interacción con los violines intercambiando sus posiciones con las de los oboes, aumentando ostensiblemente el efecto estereofónico y el empaste de todo el combinado. La preponderancia de la cuerda también mantuvo esta predominancia en las danzas posteriores, culminando con una Gigue de elegancia y naturalidad acordes a la dirección de un Antonini que invitó a la continuidad y que en ningún momento perdió la característica articulación con sus claras indicaciones.

Como conclusión, la Suite número 4 abordó al colectivo instrumental más amplio de toda la serie, idéntico al de la obra previa, pero con la inclusión de un tercer oboe. La sonoridad compacta y resonante de la cuerda estuvo complementada por la profundidad penetrante de unas exultantes y poderosas trompetas, introducidas por Jonathan Pia, Ricard Casal y César Navarro, así como por la percusión desde los timbales de José Tur, quien terminó de estructurar, con su demarcada intensidad, la sonoridad más ampulosa de toda la velada. En la Ouverture, los contrastes tímbricos estuvieron acompañados por las alternancias de aportaciones entre las cuerdas y los vientos, con un particular protagonismo del soporte proporcionado por el fagotista Alberto Grazzi en las distintas intervenciones homogéneas, conectadas y maravillosamente interpretadas por los oboístas Jacobo Díaz, José Manuel Cuadrado y Valle González, quien se incorporó en la parte del tercer oboe con un hermoso colorido sonoro y una cuidada compenetración. La calidad de una agrupación establecida como una de las más prestigiosas de entre las dedicadas a la música antigua en el ámbito nacional obtuvo su mayor relevancia en unas danzas que se orientaron a una esplendorosa conclusión de extraordinaria plenitud, provocando la entusiasta acogida del público. Esta aclamación fue agradecida por parte de la orquesta con una repetición de la Réjouissance desenfadada del último movimiento.

Abelardo Martín Ruiz

 

CENTRO NACIONAL DE DIFUSIÓN MUSICAL: CICLO UNIVERSO BARROCO 2021/2022

 20 de marzo de 2022, 19:00 horas

Auditorio Nacional de Música de Madrid, Sala Sinfónica

Johann Sebastian Bach (1685-1750), Integral de las Suites para orquesta, BWV 1066-1069

Orquesta Barroca de Sevilla / Giovanni Antonini, director

 

Foto © Rafa Martín

761
Anterior Crítica / Apasionante violonchelista - por José Antonio Cantón
Siguiente Crítica / Apuntando maneras - por Francisco Villalba