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Crítica / Una noche para nostálgicos - por Alicia Población

Peralada - 05/08/2022

Hace 22 años que el tenor barcelonés Josep Carreras no protagonizaba uno de los conciertos que integran el Festival Castell de Peralada. El último fue en el año 2000, junto con Jaume Aragall e Isabel Rey, acompañados por la Orquestra Simfônica del Vallès.

El pasado 3 de agosto, en el paraje idílico que propone el Festival, el cantante, acompañado por la Orquesta del Grand Teatre del Liceu y la batuta de su sobrino David Giménez, volvió a subirse al escenario para ofrecer un programa del que no se supo nada hasta ultimísima hora y que, lejos de pasajes operísticos complejos, iba más hacia la canción catalana y napolitana.

El concierto se abrió con Navarraise, del Ballet Suite Le Cid de Massenet. Una apertura desde luego rimbombante y con una correcta y precisa interpretación por parte de la orquesta que, sin embargo, estuvo falta de fuerza para comenzar un recital como el que se presentaba.

Tras la primera toma de contacto, el tenor de la noche salió a escena interpretando L’ultima canzone, de Tosti. La primera impresión al escuchar a Carreras fue la de un quiero y no puedo ya que su voz se quedaba muy por debajo de la enorme orquesta que le acompañaba, pese a la amplificación y el empeño del solista. No fue este el caso de su compañera de concierto, la soprano croata Martina Zadro, quien inició el recital con el Bolero de Verdi Siciliana, Mercè, dilette amiche con el que supo convertirse en la festiva Elena, feliz por su próximo matrimonio con Arrigo.

Le llegó el turno a Grieg y a Martínez Valls con un Carreras que se quedaba sin aire y que, quizá por esto mismo, se adelantaba a la orquesta. Hacia la mitad de la primera parte sonó el Waltz número 2 de Shostakovich en una interpretación orquestal que, de tan sobria, se quedó sosa. Sin apenas dinámicas, la música se mantuvo en un mismo plano sin que sobresaliesen siquiera los solistas que llevaban el tema principal.

Un dúo y un par de piezas cortas más en solitario por parte de Carreras y Zadro respectivamente dieron fin a la primera mitad del concierto.

Tras la pausa, Isabel Suqué Mateu, presidenta de la Fundación Festival Castell de Peralada, hizo entrega de la Medalla de Honor a Carreras, quien debutó por primera vez en Peralada en 1985, cuando aún no existía el Festival. Durante la entrega, se proyectaron en las pantallas contiguas al escenario momentos en los que el tenor había actuado, especialmente el emotivo concierto del año 1988, recordado por ser el primero que hizo tras haber superado la leucemia con un exitoso trasplante de médula.

Durante la segunda parte se notaron ciertos cambios en la amplificación. Carreras cantaba con soltura y algo más desahogado y la orquesta, exceptuando al primer atril de violines, a quienes se les escuchaba más que a todo el viento metal, estaba en una dinámica adecuada para el acompañamiento. Gustó especialmente el aria Les Filles de Cadix, de Léo Délibes, que interpretó Zadro exhibiendo un alarde y un gusto que transportaban a Andalucía. A la soprano le siguió un Carlos Gardel para nostálgicos cantado con amplio vibrato por Carreras, que levantó aplausos y algún que otro coro desde el público.

Al término, el tenor volvió a salir al escenario, pero esta vez acompañado por la joven cantante Mariona Escoda. Cantaron juntos Un núvol Blanc, de Lluís Llach en el que Escoda nos sorprendió a todos con una voz dulce y traslúcida, alejada del lírico, pero dotada de la fuerza y entereza que caracteriza al canto moderno un género en el que destaca.

Cuando el concierto parecía llegar a su fin empezó la ronda de bises. Se interpretaron nada más y nada menos que ocho propinas entre las que destacaron O sole mio, My way o el Brindis, que fueron ovacionadas cada vez con más fervor por la audiencia.

De momento el tenor no tiene intención de dejar los escenarios. “Todavía tengo el instrumento en condiciones suficientemente buenas para exponerlo en público” afirmaba Carreras a finales del mes pasado. Sin embargo, su actuación la pasada noche, sembraba dudas sobre esta afirmación. De hecho, aunque hacia el final del concierto el tenor demostró que se había guardado buenas energías para la traca final, durante toda la primera parte del recital hubo serios fallos en la amplificación por acople de microfonía, quizá en un intento de darle más cuerpo a una voz que ya no es la que era.

A pesar de todo, la audiencia supo, sin duda, disfrutar de su ídolo y volver a emocionarse. Carreras, a su vez, ya había vaticinado que no saldría a sufrir sino a disfrutar con un repertorio amable y sin pasajes complejos. En cualquier caso, el concierto fue una noche para nostálgicos y un homenaje para quien continúa despertando la emoción de su público y sigue entregándose a la música.

Alicia Población

 

Josep Carreras

Martina Zadro, Mariona Escoda

Orquesta del Grand Teatre del Liceu / David Giménez

Festival Castell de Peralada

 

Foto: Isabel Suqué Mateu, presidenta de la Fundación Festival Castell de Peralada, hizo entrega de la Medalla de Honor a Carreras, quien debutó por primera vez en Peralada en 1985 / © Miquel González – Shooting

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