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Crítica / Un Mahler visceral para cerrar temporada - por Juan Carlos Moreno

Barcelona - 02/06/2023

Pocos programas más idóneos para cerrar una temporada definida por el leitmotiv “Muerte o retorno” que el que la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) interpretó el pasado 26 de mayo en L’Auditori bajo la batuta de su titular Ludovic Morlot: en la primera parte, Le Tombeau de Couperin, una suite de seis danzas que Ravel compuso entre 1914 y 1917 en memoria de otros tantos amigos muertos en el campo de batalla; en la segunda, la Sinfonía n. 5 en do sostenido menor de Mahler, partitura que transita desde la idea de la muerte representada en la marcha fúnebre del primer movimiento hasta un final triunfal, aunque no exento de sombras e interrogantes.

Las mejores actuaciones que Morlot ha firmado esta temporada, la primera como titular de la OBC, han sido aquellas en las que ha abordado repertorio moderno o francés. La obra de Ravel no fue una excepción, con el interés añadido de que no se limitó a dar los cuatro movimientos orquestados por el compositor, sino que le añadió los otros dos de la versión original para piano (Fuga y Toccata), en la meritoria instrumentación que en 2013 realizó el británico Kenneth Hesketh (n. 1968). Morlot resaltó con habilidad el exquisito refinamiento de la escritura raveliana y su imaginación tímbrica (especialmente afortunadas se mostraron las maderas en la Forlane), así como el sutil neoclasicismo, humorismo y melancolía que impregnan toda la partitura.

Aunque las dos obras del concierto apenas están separadas por quince años, la diferencia entre ellas no puede ser mayor. La afirmación de Mahler de que la sinfonía es un mundo, en el sentido de que es capaz de plasmar todo tipo de vivencias, sensaciones y emociones, halla su más paradigmática expresión en la Quinta. Tanto, que probablemente sea la más mahleriana de todas sus sinfonías por sus acusados contrastes, no ya entre los diferentes movimientos, sino también en el interior de cada uno de ellos. La estructura en cinco movimientos y tres partes, con un Scherzo como eje central y, tras él, un Adagietto para cuerdas solas y arpa, es solo una de las peculiaridades de esta partitura en la que lo trágico y lo bufo, lo serio y lo popular, lo sublime y lo banal se dan la mano sin solución de continuidad.

Una obra así hay que abordarla con respeto, pero sin miedo, y eso es lo que hizo Morlot: explotar sus contrastes y aristas, incluso a riesgo de caer en el histrionismo. Dio así una versión que fue in crescendo, con una marcha fúnebre convenientemente ominosa y agitada; un Stürmisch bewegt que sonó con la vehemencia requerida, pero también con acento de rebeldía y rabia, para dejar a continuación paso a un Scherzo caleidoscópico por la variedad de estilos, acentos y ataques que Mahler propone y que Morlot delineó con pulso firme, si bien a costa del matiz y la claridad sonora. El movimiento menos convincente quizá fue el Adagietto, una isla de paz dentro de la obra que la batuta expuso con un tempo más bien ligero, como si así quisiera evitar cualquier muestra de afectación o amaneramiento. Lo consiguió, sin duda, pero también que su belleza y expresividad resultaran epidérmicas. En el Rondó final, con toda la orquesta de nuevo en acción, Morlot volvió a sentirse más cómodo, atacando con ímpetu sus contrastes.

La OBC solventó con nota la prueba en todas sus secciones, aunque a la cuerda le sigue faltando en ocasiones algo más de cuerpo, volumen y determinación, y a los metales precisión y limpieza. Especial mención merece el primer trompa, un impecable Juan Manuel Gómez que en el Scherzo abandonó su posición habitual en la orquesta para situarse como solista al lado del director.

Juan Carlos Moreno

 

Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Ludovic Morlot.

Obras de Ravel y Mahler.

L’Auditori, Barcelona.

 

Foto © May Zircus

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