De nuevo nos visitan, en el magnífico Ciclo de Lied del CNDM y el Teatro de la Zarzuela de Madrid, el barítono de 32 años Konstatin Krimmel y el pianista Ammiel Bushakevitz, de 38. Dos jóvenes artistas que afrontan el peliagudo mundo del lied con una maestría excepcional.
En su primera y anterior visita comenté que poseía una voz de barítono lírico,que manejaba con un brillo excepcional en el forte, pero que domina ese arte, virtud de muy pocos, que es el de adelgazar la voz sin falsetes prefabricados ni amaneramientos. Si además añadimos que tiene una expresividad fuera de serie, sin excesos, y una inteligencia sobresaliente para interpretar cada lied con los colores que cada uno exige, hay que felicitarse de que su edad no sea un impedimento para unirle al gran Andrè Schuen, 38 años, en la primera línea de la nueva generación de liederistas.
En esta ocasión el recital lo integraron obras de Schubert, Carl Loewe, llamado por algunos el Schubert del Norte, y del para mí desconocido compositor Eusebius Mandyczewski, un discípulo de Brahms, seguidor del romanticismo alemán.
En primer lugar hay que decir que le recital no fue planteado por el camino de lo fácil y trillado, contó con una serie de composiciones, salvo algunas excepciones, de temática dolorosa, añorante, trágicas, como El señor Oluf (Herr Oluf) de Loewe, escalofriantes como las dos versiones, de Loewe y Schubert, de esa joya que es El rey de los alisos (Erlkönig) la desolada Vida fantasma (Geisterleben) también de Loewe, y del mismo compositor, la tremenda Danza macabra (Totentanz) y La nostalgia del sepulturero (Totengräbers Heimwehe) de Schubert; en la segunda parte del recital la resignada Nocturno (Nachtstück) Después vinieron las canciones de Mandyczewski, de temática semejante, con textos en rumano.
Como propinas, otro lied y la maravillosa Ständchen (Serenata) de Schubert.
Krimmel dio una lección de versatilidad, pureza de canto y de un talento interpretativo fuera de serie; nada fue superfluo y todo tuvo el tono que cada lied requería. En ningún momento programa tan árido pareció serlo; muy al contrario fluyó con una naturalidad asombrosa. Su voz es bellísima, con un timbre recio y transparente. Enumerar sus aciertos en cada una de sus intervenciones sería demasiado prolijo, baste decir que fue impecable a niveles vocales y dramáticos del principio al fin. Y además contó con la colaboración inapreciable de ese joven pianista, veterano ya en estos ciclos de la Zarzuela, Ammiel Bushakevitz que formó un todo inseparable con el barítono.
Una velada para no olvidar.
Francisco Villalba
Konstantin Krimmel, barítono, Ammiel Bushakevitz, piano
Obras de Franz Schubert, Carl Loewe y Eusebius Mandyczewski
Teatro de la Zarzuela, Madrid.
Foto © Elvira Megías