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Crítica / Un devenir fluido y flexible - por Luis Mazorra Incera

Madrid - 20/02/2024

El sonido que proyecta el violín en manos de Bomsori combina con naturalidad aparente, precisión y dinámica. Ambos en tal justo equilibrio que permiten, con tempi de vértigo, un alto grado de flexible musicalidad.

La versión del monumental Concierto para violín de Tchaikovsky que ofreció en su temporada en el Auditorio, la Orquesta Nacional de España bajo la batuta de Krzysztof Urbański, tuvo una fina y virtuosa definición.

Y es que el director polaco goza de cualidades, celeridad, ligereza, actitud, delicadeza del gesto y reflejos, que destacaron aquellas otras virtudes solistas en un entramado siempre bien delineado, tanto en esta pieza de repertorio como en las dos que le rodearon.

Tanto es así, que el público, por su cuenta y riesgo, decidió espontáneamente, aplaudir el inicial y más enjundioso Allegro moderato escrito en rotunda forma sonata, con inusitado desahogo, tanto por su amplia duración como por su extroversión y sonora contundencia. Cualidades combinadas que llevaron esta explosión de aprecio a unas dimensiones un tanto incómodas para los celebrados sobre las tablas (!).

Una ocasión extemporanea, pues, inoportuna dirían quizás los más experimentados melómanos, pero que, ya en caliente, entraba dentro de cierta lógica. Más aún con la solidez con que, a priori, se despliega la forma en este contundente movimiento de Tchaikovsky.

Un autor al que se le han colgado muchos sanbenitos, entre ellos, el de no dominar la forma (!?) o… el de substituirla de continuo por una fácil (?!) inspiración melódica.

Les pediría a estos sesudos platicantes de lo indecible que se detuvieran sobre este movimiento, por ejemplo, y, bueno, por qué no, en versiones tan fluidas y flexibles como ésta misma.

Una versión que apostó, de principo a fin, más por un dominante lirismo romántico (algo melifluo en su primera exposición), que por la gruesa plasticidad mayestática, algo henchida e imperial con que se suele plantear. Una plasticidad que, también es verdad, puede llegar a ocultar en otras versiones, sus obvias cualidades estructurales.

Una gran obra en el corazón de la velada que llevaba en programa, un antes y un después. Antes (como relativa novedad): un detalle de una compositora que bien podría visitarnos con obras de mayor porte. El Scherzo pianístico de Grażyna Bacewicz, en orquestación del propio Urbański, fue un eficaz y estimulante entrante para los dos platos fuertes sobre la mesa, el Tchaikovsky citado, y, tras el descanso, la Séptima sinfonía de Antonín Dvořák.

Una Sinfonía exuberante la del bohemio, si atendemos a su riqueza melódica, genuina voluntad romántica e inspiración, con permanentes claroscuros, cambios de dinámica relativamente imprevistos, incluso dentro del propio tema, diversas estratificaciones de compleja textura… Cualidades, entre otras sutilezas, que lucen la pronta adaptación, “feedback”, ligereza de gesto y cuidado lirismo que caracterizaron al podio de hoy.

A destacar, la compacidad, clarividencia y convicción con que se resolvieron sus tres primeros movimientos, con un sólido Poco adagio entre tanto y, un exquisito Trío, encubierto en el seno del célebre Scherzo.

Más intrincado se me antojó lograr el mismo grado de convencimiento en el último Allegro. Finale donde los giros compulsivos y dramáticos transgreden la claridad asertiva del discurso. Cuestión inherente, todo hay que decirlo, a la convulsión melódica planteada por la propia partitura.

Luis Mazorra Incera

 

Bomsori, violín.

Orquesta Nacional de España / Krzysztof Urbański.

Obras de Bacewicz, Dvořák y Tchaikovsky.

OCNE. Auditorio Nacional de Música.

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