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Crítica / Tratamiento del “motivo”: a la francesa, alemana y rusa / por José M. Morate Moyano

Valladolid - 27/10/2025

Tercer Programa de Temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCyL) en su de nuevo lleno Auditorio, afirmando ligero incremento en el número de abonados, casi al límite de lo que permiten las dos sesiones más entradas libres a la venta.

Emocionante comienzo, triste y grato a la vez. Emoción plasmada en larguísima ovación por ser el último concierto junto a sus compañeros, del matrimonio de violinistas Iuliana Muresan-Dorel Murgu, 35 años en la OSCyL de la que son fundadores; triste porque cesan dos excelentes profesionales; y grato porque, tras su jubilación, dejan una orquesta en mejor condición artística que cuando la inauguraron y éso, es muy satisfactorio. Además, la calidad de la velada les dejará un, seguro, imborrable recuerdo, que seguirán compartiendo entre nosotros.

El programa, de los que dejan huella. Debussy, Wagner y Rajmáninov parecen poco propicios a conciliar, pero ahí está el acierto del Titular, Thierry Fischer, para buscar nexo de unión entre sus repertorios y montar una sesión totalmente lógica en planteamiento. Contó también con la prestación del extraordinario pianista Kirill Gerstein (Vorónezh, 1979; hoy en USA), tercera vez con la OSCyL, en la que es ahora Artista Residente.

De entrada, Preludio a la siesta de un fauno (1894), poema sinfónico de Debussy sobre “La siesta de un fauno” (1876), poema del simbolista Mallarmé que, en coreografía de Nijinsky, se convirtió en Ballet de gran popularidad por su Obertura y el soberbio solo de flauta. A Debussy no le interesó tanto el sueño erótico del personaje mitológico, sino los simbolismos que sobre él sugería el poema, las nuevas ideas musicales con qué plasmarlo, que le llevaron a diseñar  juegos rítmicos, ambigüedades tonales y formas fluidas con diferentes colores instrumentales, añadiendo el Impresionismo al mundo sinfónico. Todo ello en el Preludio, remedo del famoso de “Tristán e Isolda” y respuesta “a la francesa”, con ese Mi M. que al fin plantean las arpas tras tanta ambigüedad.

Esta versión (la 7ª) fue genial, comparable a la de V. Petrenko 12 años atrás, pero con mejor prestación instrumental. El flautista fue onírico y flexible en sus 4 intervenciones en la parte I, de las VI en que podría subdividirse el Preludio. Arpas, trompas (qué bien su solista), oboe, contrabajos, fagotes, todos en un conjunto de lirismo, dinámicas y ritmos marcados por Fischer, dando sensualidad a la atractiva música hasta que en la coda, el “motivo” se fue reduciendo a sus notas esenciales, tal como ocurre en el último verso de Mallarmé. Ovación absoluta en la Sala.

Y como Wagner ya había anticipado con su “motivo” alemán, vino la Suite sinfónica de “El oro del Rhin”, versión sinfónica de Philippe Jordan (Zúrich, 1974) cuando dirigía la Nacional de la Ópera de París. Trabajo respetuoso del todo con el original, levemente modificado para unir Preludio, Interludios y Entrada de los dioses en el Valhalla, que marcan Preludio y Acto único de la ópera con 4 cuadros, 1869, que abre “La Tetralogía”. Realmente queda un poco corto para lo esperado por los puristas, pero permite al resto disfrutar de esa música y más servida como se sirvió: 101 intérpretes entregados a un repertorio inusual, al que Fischer sacó estilísticamente gran partido, contando con la entrega de todos y la habilidad de los solistas en lo puro orquestal o sustituyendo a algún protagonista vocal cuando toca hacerlo.

Se tocan, Preludio y su “motivo de El Rhin”, tranquilo en su fondo aurífero y ondulado en sus aguas; canción de “sus hijas” y “tema del Anillo”; aparición de Loge, semidios del fuego, y su viveza musical; junto a Wotan, descenso y ascenso del Reino de la oscuridad (Nibelheim) y los 18 golpes de yunque de los esclavos enanos extrayendo el oro al mando de Alberich, maldito por poseer el Anillo robado; canción de Donner que, con su martillo aparta las nubes del castillo (Valhalla), al que se accede por “el puente de iris”, con el lamento de las hijas del Rhin por haber perdido su oro, que cede ante la triunfal entrada en el Castillo, con los metales rutilantes. Todo fue sonoro y ajustado, con la trompeta baja muy acertada y las trompas wagnerianas destacadas, amén de un crescendo imponente inicial. Tanta energía concentrada, explotó al final en acogida ardiente de un público absolutamente ganado y agradecido.

Pero aún faltaba lo mejor: por 9ª vez en los atriles, Concierto para piano y orquesta nº 3, en Re m., op. 30 (1909) de Rajmáninov, esa cumbre pianística erizada de dificultades que pocos logran coronar con éxito, pues exige no sólo    técnica y toque infalible, sino musicalidad y resistencia para mantener tensión compitiendo con la orquesta en equilibrio perfecto y donde velocidad, tremenda rítmica y duro staccato, dan variedad e interés a la partitura.

Todos esos caracteres y más se dieron con un increíble Gerstein y una OSCyL primorosa y primorosamente llevada por su Titular, todo música y experiencia. Qué cadencia la “ossía” del Allegro ma non tanto, tan exigente y deslumbrante por pasión y naturalidad de Gerstein, y qué presentación de todos los “motivos” del Concierto por una cuerda inspirada y conjunta en la melancólica melodía inicial; qué bien el oboe presentando con elegancia el Intermezzo y cómo todos atacaron con pasión el Alla breve final, en cuya recapitulación recuperaron con tensión creciente los temas originales que cierran el ciclo total de la obra; con ese paso a M. triunfal del Re m. iinicial y esas 4 notas rítmicas que, se dice, son la rúbrica musical del autor. Todo fue fantástico y así respondió el Auditorio, obligando a repetidas y aclamadas salidas de pianista, a dúo con el Maestro y de todo el conjunto. Viernes para el recuerdo.

José Mª Morate Moyano

 

Kirill Gerstein, piano

Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCyL) / Thierry Fischer

Obras de C. Debussy, R. Wagner-Ph. Jordan y S. Rajmáninov

Sala sinfónica “J. López Cobos”, en el CCMD de Valladolid

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