La presencia de la Orchestra e Coro dell' Accademia Nazionale di Santa Cecilia en el Festival de Granada no es un hecho menor. Se trata de una orquesta experta y curtida, con más de un siglo de historia como referente del repertorio sinfónico italiano y europeo. Fue la primera formación del país dedicada en exclusiva al ámbito sinfónico y ha trabajado con algunas de las batutas más influyentes del siglo XX —de Mahler y Strauss a Karajan, Solti o Abbado—, estrenando obras fundamentales del repertorio moderno. En esta nueva etapa, con Daniel Harding como director titular desde la presente temporada, el conjunto afronta un repertorio francés de extrema sutileza con una seguridad que habla tanto de su pasado ilustre como de su versatilidad actual.
Que La mer de Debussy se abordara con una plantilla cercana al centenar de músicos podría haber suscitado reservas. La orquestación de Debussy exige transparencia y sutileza, más sugerencia que masa, y no siempre los grandes efectivos favorecen esa estética. Sin embargo, Harding supo conjugar densidad y ligereza en una lectura extremadamente matizada. El primer movimiento, De l’aube à midi sur la mer, emergió casi desde el silencio, en un pianissimo que se fue desarrollando capa a capa, sin forzar transiciones ni buscar efectos inmediatos. El equilibrio entre secciones fue sobresaliente: las cuerdas trazaron un vaivén orgánico y sugerente, y los vientos —especialmente la flauta, con su línea arabesca— se integraron con naturalidad en el tejido complejo tejido tímbrico propio de Debussy.
Más allá del color, lo más destacable fue la manera en que Harding articuló la obra: sin cortes expresivos, con claridad de planos y una estructura interna perfectamente reconocible, que no traicionó el carácter estático y contradictoriamente fluido de la partitura. Sólo un leve desajuste rítmico en los violines primeros al comienzo pareció empañar por un instante el conjunto, aunque fue rápidamente subsanado. La acústica del Palacio de Carlos V —espacio con una acústica a priori desconcertante— y el calor de la noche añadían ciertas dificultades, pero la orquesta supo mantener la afinación y el empaste dando lugar conforme avanzaba la obra a un sonido compacto y a la vez mórbido. El público, inmerso en la música hasta el final, tardó unos segundos en romper el silencio con los primeros aplausos.
En la segunda parte, Daphnis et Chloé mostró el verdadero alcance del trabajo de Harding y su entendimiento con la orquesta. Aquí no bastaba con controlar el color: era necesario organizar una estructura de grandes dimensiones, sostener el discurso, trazar los arcos expresivos y conducir con habilidad a través de la complejidad de texturas, de timbres y de capas sonoras que Ravel articulaba con la presión de relojero suizo. Harding lo hizo sin aspavientos y sin imponer su presencia y en constante diálogo con la orquesta.
El gesto fue siempre claro, discreto, eficiente, al servicio de la música. La interpretación tuvo un carácter decididamente mediterráneo, no en el sentido superficial de lo solar o lo brillante, sino en la calidez de los timbres, en la magnífica intensidad sonora en lo pasaje de forte, en la forma de modelar la luz dentro del sonido. El Lever du jour —pasaje paradigmático del impresionismo orquestal— fue tratado como un verdadero crescendo de energía y color. Las trompas iniciaron con una suavidad extrema, las arpas tejieron la atmósfera con refinada contención, y la cuerda se desplegó con un empaste excepcional. Entre los solistas destacaron el clarinete de Stefano Novelli, de sonido redondo y articulación elegante, y la flauta de Andrea Oliva, que firmó algunos de los episodios técnicamente más exigentes y musicalmente mejor resueltos del programa. Su virtuosismo y capacidad para sostener y modelar las largas frases arabescadas —tanto en La mer como en Daphnis et Chloé— ejemplificaron con claridad el ideal de línea continua y flexible del impresionismo.
También la sección de percusión —con máquina de viento incluida— supo integrar los efectos sin desviar el foco expresivo. La cuerda, liderada por Carlo Maria Parazzoli, mantuvo la flexibilidad y el control necesarios en una partitura que no permite relajación. El Coro dell’Accademia, preparado por Andrea Secchi, actuó como una prolongación natural del entramado instrumental, sin fisuras en la emisión ni en la afinación, incluso en los pianissimi más delicados. Lejos de limitarse a un papel decorativo, su intervención fue estructural: sus entradas aportaron color y textura, y su integración tímbrica con la orquesta fue absoluta. Especialmente eficaz resultó en las secciones más densas, donde logró preservar la claridad sin perder homogeneidad ni el bello sonido del que hicieron gala desde el primer momento.
La Danse géneralé, exigente tanto en precisión rítmica como en empuje acumulativo, cerró la interpretación con energía contenida y sin exceso. Harding, fiel a su estética de control expresivo y pulso interno, evitó el desenfreno fácil y optó por una resolución que equilibró impulso y transparencia. Ravel, a diferencia de Debussy, ordena su material con una lógica interna infalible; articula el color y estructura el tiempo con una meticulosidad que no excluye la emoción. Esa fue también la virtud de Harding: unir la riqueza de planos sonoros con una arquitectura rigurosa, sin diluir el dramatismo ni empobrecer el detalle. En sus manos, Daphnis et Chloé sonó con claridad estructural, riqueza tímbrica y tensión muy bien dosificada precisión de relojero, sí, pero con alma.
Mercedes García Molina
Festival Internacional de Música y Danza de Granada
Orchestra e Coro dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia/ Daniel Harding
Obras de Debussy y Ravel
Palacio de Carlos V, 5 de julio de 2025.
Foto © Fermín Rodríguez