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Crítica / Para el espíritu y la carne - por Gonzalo Pérez Chamorro

Madrid - 11/01/2022

Habituado a recibir todos los aplausos del mundo, el pianista ruso Evgeny Kissin mantiene una actitud autómata ante el público que lo ovaciona, repitiendo una y otra vez los mismos tics, como si estos estuvieran preparados y la posibilidad de improvisar sobre la marcha le pudiera provocar un incómodo traspié en el mismo escenario. De tal manera se comporta una y otra vez en su esperada visita a los ciclos de Ibermúsica, del que es fiel desde que su cabeza rizada hiciera su presentación allá por 1988. Pero una vez sentado al piano, este genio se transfigura, se convierte en otro ser; es en este elemento donde desarrolla su inigualable arte, siempre magnético, seductor e irrepetible.

Que el concierto del domingo 9 de enero estuviera dedicado a su maestra Ana Pavlovna Kantor, fallecida a los 98 años el pasado verano, no creo que hubiera variado la calidad del mismo, a pesar que el componente emotivo pudo evocar el magistral Adagio en si menor de Mozart o alguna de las delicadas Mazurkas de Chopin.

No fue la famosísima Toccata y Fuga BWV 565 de Bach, en el arreglo de Tausig, el mejor Bach para escoger, a pesar de lo que puede sugerir su conversión, ya que el piano no acaba de encontrar la acogida sonora que sí encuentra otra pieza de Bach que el moscovita tiene grabada en disco, la colosal Toccata, Adagio y Fuga BWV 564, en el arreglo de Busoni. A pesar de todo, hubo detalles inmensos de color y fraseo, de claridad y poder sonoro. Fue un arranque sin concesiones, a todo tren.

Tras esto, fue sorprendente ver como Kissin se encogió sobre sí mismo para interpretar un bellísimo Adagio en si menor KV 540 de Mozart, una obra muy ausente de los conciertos, que su espíritu pre-schubertiano la hace esquiva de pianistas, que ante tan pocas notas y tanta música se desconciertan. Con un dominio de la estructura total, con un sentido melódico único y un toque denso, pero suave, el ruso dispuso a la sala para un encantamiento a través de su lento devenir hasta el curioso cambio de tonalidad mayor al final, que sustrae en parte la tristeza que transita toda la obra y que Kissin manejó como un mago.

E igualmente con la Sonata Op. 110 de Beethoven, Kissin hace las veces de un hechicero, ya que acomete los movimientos iniciales (especialmente el complejo Moderato cantabile, molto espressivo) sin pensar en el público, creando su propio coctel sonoro. La interpreta para que parezca una música tan extraña como lo fue hace doscientos años, cuando su editor recibió la sonata creyéndola plagada de errores. Aunque en el inefable final, en esa doble fuga que es el bachiano Adagio, ma non troppo, la magia que despliega lo hace volverse “entendible”, cantando de manera única el bellísimo y sencillo motivo alla Bach, que desemboca en uno de los momentos más hondos e íntimos de todo Beethoven.

Hasta aquí lo que fue una primera parte para el espíritu.

Con Chopin, Kissin lleva entendiéndose desde que los pies no le llegaban a los pedales. Y ahora, el Chopin de Kissin es sinónimo de “no hay otro igual ni mejor”. Escogió varias Mazurkas, ninguna de ellas entre mis favoritas, salvo la que cerró el grupeto, la Op. 33/4, desplegando una variedad de matices extraordinaria, todas vertebradas por un sentido rítmico (mini valses ternarios) excepcional, creando cada Mazurka como un pequeño universo tan parecido entre ellos como tan distintos. Y ya para acabar de llevarse al público a su terreno, con el Andante Spianato y Gran Polonesa Brillante, también de Chopin, la capacidad suprema de cantar la melodía y con el arrebatador virtuosismo que le caracteriza, la Polonesa (una música repetitiva, pero de naturaleza como su adjetivo) lo llevó hacia el modo “sonrisa” y como tal a toda la sala, incluidos los espectadores que no consiguen silenciar sus móviles aunque se diga una y otra vez por megafonía o que Clara Sánchez lo avise con elocuencia ante de cada concierto.

Hasta aquí lo que fue una segunda parte para la carne.

Con los bises, Kissin volvió a demostrar que no los toca para encandilar al público ávido de notas, ya que un Coral de Bach o un Rondó de Mozart no están entre lo más demandado como bis, a pesar que Chopin siguió estando presente en dos ocasiones, en especial en el más alucinante Estudio n. 10 Op. 25 que el que escribe haya escuchado en su vida, y puedo asegurar que han sido muchos.

Regresará Kissin a Madrid con Ibermúsica, pero ya estamos contando las horas para otro concierto más de los que no se pueden olvidar. Si esta vez, por los motivos que todos sabemos, no pudo ir, reserve su tiempo que volverá.

Gonzalo Pérez Chamorro

 

Ibermúsica, Madrid.

Auditorio Nacional, sala sinfónica.

Evgeny Kissin, piano.

Obras de Bach-Tausig, Mozart, Beethoven y Chopin.

Foto © Rafa Martin / Ibermusica

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