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Crítica / Mutter, virtuosismo con sentido - por Darío Fernández Ruiz

Santander - 29/08/2023

Habían pasado dos años desde la última presencia de Anne Sophie Mutter en el Festival Internacional de Santander, pero el recuerdo de su magnífica versión de la Sonata en La mayor de César Franck seguía muy vivo entre el público que abarrotó la Sala Argenta del Palacio de Festivales para escuchar de nuevo a la violinista alemana, acompañada en esta ocasión por esos jóvenes formados al calor de su Fundación denominados Mutter’s Virtuosi y con quienes gira habitualmente por Europa, América y Asia.

El programa, como sucede siempre que toca junto a ellos, presentó una selección de obras bien conocidas -como los conciertos de Bach y Vivaldi- y otras apenas frecuentadas o simplemente nuevas, como el Concierto para violín en la mayor op.5 nº 2 de Joseph Bologne o el Noneto que André Previn escribió precisamente para los Mutter’s Virtuosi.

Fue él, André Previn, quien, con motivo de la publicación de la recopilación ‘ASM35 The complete musician’ de Deutsche Grammophon, escribió sobre ella un artículo no muy largo que suscribo plenamente y que en resumidas cuentas viene a decir que Mutter pertenece a ese reducido grupo de intérpretes -entre los que se encuentran Zimerman, Heifetz, Karajan, de Larrocha y algún otro- con los que resulta innecesario elogiar tal o cual detalle. Impávida ante el vocabulario tantas veces estrafalario del crítico, serena en su maestría, segura en su virtuosismo, Mutter es ese tipo de artista supremo que, añado yo, se halla por encima del bien y del mal; diríamos, en definitiva, que tiene un repertorio de sonidos casi ilimitado, que uno solo puede maravillarse ante sus elecciones de fraseo y manejo del arco, que es la intérprete ideal, la violinista ideal.

No obstante, después de lo escuchado en la capital cántabra, cumple dejar constancia de que Mutter sigue obteniendo de su stradivarius un timbre de brillo y cuerpo envidiables y que la riqueza de sus armónicos deslumbra, más allá de que uno esté o no de acuerdo con sus planteamientos. De todo ello dio muestras desde el Concierto para tres violines en Fa mayor RV 551 de Vivaldi (3’39’’, 2’05’’, 2’43’’) con que comenzó la velada. Sacerdotisa griega de belleza aria y presencia escénica apabullante, puede que en esos instantes el conjunto de sus jóvenes acompañantes no luciera a la altura o no tuviera la chispa de las espumosas lecturas de la música vivaldiana que Europa Galante nos brindó hace unos días, pero si esto fue así, esa sensación se diluiría por completo antes de acabar el concierto.

En cierto modo, Bach acaparó la mayor parte del mismo con el Concierto para violín nº 1 en La menor BWV 1041 (3’24’’, 6’28’’, 2’55’’) y el Concierto de Brandemburgo nº 3 en Sol mayor BWV 1048 (4’46’’, 0’55’’, 4’19’’), pero no tanto el interés, que encontramos mayor en la posibilidad de escuchar el Noneto (6’09’’, 6’59’’, 4’59’’) de Previn y el Concierto para violín en La mayor op. 5 nº 2 (10’30’’, 6’12’’, 4’27’’) de Joseph Bologne que cerró el programa. En el primer caso, para dejarnos engatusar por el juego armónico que el músico norteamericano establece entre dos cuartetos de cuerda y un contrabajo que hace las veces de árbitro, de juez de paz, en esa sucesión cíclica de orden y caos que, como si de un entretenimiento infantil se tratara, caracteriza su primer movimiento, aunque nos pareciera más inspirada la melodía de aire sombrío y meditabundo que cantan los violonchelos en el segundo y el vigoroso efecto de los staccati del tercero. Y en el caso de ese verso suelto que fue en todos los sentidos el caballero de Saint-Georges -cuyo ascenso y caída en desgracia se nos cuenta en Chevalier, muy interesante película de Stephen Williams-, para descubrir una música un punto falta de sustancia, aunque primorosamente escrita para el lucimiento de un virtuoso de la talla de Mutter y pocos más. De hecho, fue entonces cuando más evidente se hizo su maestría y más palpable nos pareció la elegancia y la apostura de un sonido terso, redondo, emitido con esa aparente facilidad que sólo se alcanza después de muchos años de dedicación y esfuerzo.

El entusiasmo del público obtuvo una recompensa que se nos antojó escasa y que quizá encerraba cierta carga simbólica: el último movimiento (2’19’’) del verano de Las cuatro estaciones de Vivaldi que, en un presto verdaderamente vertiginoso, nos recordó el final de nuestras vacaciones estivales y la vuelta a la rutina.

Darío Fernández Ruiz

 

72º Festival Internacional de Santander

Anne Sophie Mutter (violín) y Mutter’s Virtuosi.

 

Foto © Pedro Puente

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