En el programa de mano del concierto que el pasado 21 de noviembre ofreció Iván Martín se podía leer que el pianista “es un buscador infatigable de ideas nuevas que disfruta compartiendo con sus intérpretes”. Ciertamente, en muchas ocasiones el propósito de estos textos no es otro que el de favorecer la actitud del oyente ante la escucha, pero en este caso hay que reconocer que la descripción es exacta. Y que no solo disfruta el intérprete, sino también el público.
La elección de las obras ya fue un acierto, pues la Sonata n. 13 en Si bemol mayor KV 333 y, sobre todo, la Fantasía en re menor KV 333 de Mozart muestran una sensibilidad muy próxima a la de los pasajes más intimistas de las cuatro Baladas de Chopin. La vinculación entre ambos compositores, no siempre evidente dado el inevitable virtuosismo del polaco, quedaba así puesta de manifiesto, y más bajo los dedos de Martín. Su Mozart fue una lección de clasicismo en la que la música fluía con apabullante naturalidad, sin aspavientos que forzaran ni el tempo ni la dinámica ni, menos aún, un fraseo elegante y lleno de sutilezas. En Chopin se dio también esa atmósfera mágica, sobre todo en las dos últimas baladas, en las que el contraste entre lirismo y virtuosismo no es tan brusco. En definitiva, un excelente concierto.
Juan Carlos Moreno
Iván Martín, piano. Obras de Mozart y Chopin.
Palau de la Música Catalana, Barcelona.
Foto: Iván Martín, piano.