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Crítica / Luces, ópera… ¡Il Trovatore! - por Verónica G. Prior

Málaga - 05/06/2022

Ver una ópera es mirarnos en un espejo... Asistir a una de ella no es sólo hacerlo a un espectáculo, sino acudir a él para verte a ti mismo. La ópera es capaz de contestar a nuestras preguntas (quién eres, de dónde vienes, cuáles son tus ilusiones, cuáles son tus emociones…) a través de la conducta y el parlamento de sus protagonistas. Y es por ello que la conmoción debe estar asegurada entre sus asistentes, amantes de este teatro musical. Aunque siempre existirá una cuota de ocupantes de butacas que incida en odiosas comparativas o en críticas aceradas: éstos son, sencillamente, espectadores… El verdadero amante de la ópera, resuelta por una excelsa y reputada orquesta como la Filarmónica de Málaga (OFM), unos consolidados solistas, un carismático y experimentado Director y un Coro de voces capaces de cantar tumbados, no podrá ver más que la enorme belleza de “la verdad de la mentira” (sic Ramón Gómez de la Serna; el cine, en contraste, sería “la mentira de la verdad”). La entrega coordinada de sus intérpretes, el sudor en el foso y la agitación o recogimiento sobre el escenario y la inquietud ante su propuesta escénica finiquitaron exitosamente la partitura de su compositor y el acierto lírico del libretista de Il Trovatore.

La ópera es un evento tan integrador y completo cuyas posibles imprecisiones o desaciertos interpretativos (o escénicos… -según opiniones-) no deben desmerecer el conjunto enardecedor que representa para todo amante de la vida, que es a lo que equivale la ópera…

El compositor de Il Trovatore, Giussepe Verdi, a pesar de que ya a partir de su tercera ópera, fue venerado por el público italiano (y hoy es admirado por un público internacional) y de que sus obras posteriores se convirtieron mayoritariamente en grandes éxitos para el músico de Busseto, la popular trilogía  formada por Rigoletto , Il Trovatore y La Traviata representan una inflexión en el estilo de Verdi que sigue subyugando incluso a un público advenedizo o no especializado.

Il Trovatore (1853) se estrenó en Roma, en el Teatro Apollo al que acudía un público popular y por consiguiente y como es lógico a su contexto, Verdi tuvo que adaptar su obra al gusto del público y de ahí  que esté llena de compases de galops, bailes o danzas que eran populares o estaban de moda en su época (ritmo de vals, por ejemplo); todo ello conformaba una música muy viva para garantizar la atención del público y que estuviera entretenido no sólo con el argumento, sino también con una música atractiva y entendible para la mayoría. Esta ópera se inspiraba en la obra teatral El Trovador, libreto de Salvatore Cammarano, según el drama escrito por la mano del escritor español Antonio García Gutiérrez. Y aunque su argumento de capa y espada inicialmente es un endiablado galimatías, su música carece de fisuras cualitativas. Verdi está considerado de los primeros compositores que con música logra describir el perfil psicológico de los personajes consigue que es otro rasgo para considerar su ópera una indiscutible obra maestra.          

El argumento original del Libreto sucede en la Edad Media, si bien en nuestro Trovatore se produce una transposición temporal a la época napoleónica y la España de Goya. No en balde, la quietud de los personajes en determinados momentos recuerdan a una imagen fija, idéntica a la de un cuadro, lo que conecta curiosa y acertadamente  con el carácter popular, cercano a lo pintoresco o costumbrista de la música que engendró Verdi. La original del montaje que nos ocupa es el de la oportuna y bien traída representación de cuadros que son pictóricos y musicales a la vez.

La Filarmónica de Málaga bajo la batuta de Carlos Aragón consiguió transmitir, en los momentos pertinentes, la música lóbrega, inquietante e incluso terrorífica de esta ópera verdiana. Resultó emocionante escuchar a unos músicos que son capaces de pasar del lirismo mágicamente simple de la partitura de Il Trovatore, a los fulgores orquestales y violentos contrastes que requiere un libreto incidentalmente turbulento y feroz, pasando por los ritmos danzantes, populares que recuerdan a la canzona por el acompañamiento del laúd o la expresividad de bellas melodías sean expresivas o virtuosas.

El Coro de Ópera de Málaga, omnipresente en esta obra y dirigido por la joven y reveladora Mª del Mar Muñoz Varo, adoptó las tonalidades precisas y cambiantes que exige está ópera: el popular, el solemne, el religioso… Hiperactivo en su conducta escénica creo que aportó un dinamismo visual original y que no llegó nunca al desconcierto sino más bien a un acertado apoyo coreográfico de carácter incidental. No es frecuente ver a un ejército de soldados abatidos, esparcidos sobre el suelo del escenario (en la escena del Miserere) y cantando en posiciones imposibles. El efecto fue el de una sonoridad -si se me permite- telúrica, que viene de la tierra y asciende con un dramatismo tímbrico atípico que encandilaba, o mejor, sobrecogía.

Por su parte, los solitas supieron perfilar el lado más humano de personajes como Azucena, la gitana madre adoptiva de Manrico (el trovador) interpretada por la mezzo soprano Carmen Topciu, encarnando uno de los personajes más intensos de  toda la producción verdiana. Por su parte, Manrico a quien puso voz el tenor canario Jorge de León, quien tuvo el privilegio de abordar, al final del tercer acto, la célebre caballetta conclusiva “Di quellla pira”, con una seguridad vocal marcada por una gran fuerza y brillantez sonora.

Del característico Conde Luna, el barítono Carlos Álvarez -por motivos de salud- fue sustituido por Juan Jesús Rodríguez (1969). Este barítono dramático posee no sólo una dicción clara, sino también su voz aterciopelada y plena es capaz de llegar fácilmente al agudo, así como consigue poner los pelos de punta con su fraseo típicamente verdiano. Este barítono rival encarna el punto dramático del triángulo amoroso entre Manrico y Leonora. De ésta última, tenemos que decir que la soprano sevillana Rocío Ignacio arrancó al público fuertes aplausos y ovaciones, cautivados por un lirismo encantador. Tenemos que señalar que esta soprano se podría considerar una soprano falcon (este tipo de soprano poseía una tesitura de casi cuatro octavas y media) que es un tipo de soprano cada vez menos frecuente. Este tipo de ópera la suelen encarnar con frecuencia sopranos líricas que tienen gran potencial y agilidad. Es por ello, que Rocio Ignacio abarca un tipo de voz soprano lírico- dramática de coloratura que le va que ni pintado al personaje de Leonora, plena en matices y con un dominio técnico espectacular.

En cuanto a la actuación del Coro de Ópera de Málaga, dirigido por la joven Mª del Mar Muñoz, no cabe más que admiración ante tanta excelencia sonora. la arriesgada propuesta escénica era complicada para la interpretación de las voces. Se ve que el trabajo de equipo que hay detrás del coro más veterano de Andalucía dio sus frutos en las tablas del Cervantes. Me refiero a ello porque tener al coro en continuo movimiento y cantar es un trabajo extenuante que ya, de por sí, con el uso de la mascarilla se hacía más complicado aún, pues éstas operan como sordina. Si a ello le sumamos el continuo movimiento o la quietud de la muerte –momento en el que el coro yace en el suelo muertos por exigencias del guión escenográfico- en donde fue impresionante escuchar esas voces cantando el Miserere cual almas abandonan sus cuerpos… entonces se llega a la inquietud, a la emoción, a la Ópera.

No sólo destacaría el gran trabajo en equipo del Coro y su Directora en coordinación con el Director de escena, el francés Arnaud Bernard, sino que también pondría en valor el excelente trabajo del Director de Orquesta Carlos Aragón, pues, además de mostrar una gran complicidad y buen hacer con la OFM, nos pudo regalar a los oídos una partitura bien equilibrada y balanceada, en donde supo llevar maravillosamente bien a la OFM de forma que no taparan en ningún momento la importancia de las voces, tanto de solistas como del Coro, teniendo en cuenta que el foso del Cervantes no posee la mejor acústica, supo sacar el mejor partido a todo ello. En el Maestro de la batuta se vislumbra su experiencia no sólo en este terreno de la dirección orquestal, sino que el hecho de haber sido pianista acompañante de cantantes (muchos de estos años en el Teatro Real de Madrid) le permite, al llegar a la Dirección operística, ostentar una visión probablemente más certera de la que pueda tener un Director Sinfónico, por ejemplo). Su gran trabajo se materializa cuando al ser capaz de ofrecer un sustento musical honesto, perfectamente balanceado en presión sonora, que no rivaliza con las voces sino que le da alas a las mismas y a eso se le llama crear belleza. Todos los momentos ariosos o de dueto contaron con un soporte armónico de la Orquesta que Aragón midió al milímetro, ajustándolo a cada solista como se ajustaba el disfraz de cada uno de ellos a sus cuerpos.

Criticada por un sector del público (asistente a la primera representación, la del viernes 27 de mayo), la escenografía fue objeto de impresentables e inoportunos abucheos, “explicables” si el gusto por lo ortodoxo prima sobre la apuesta no historicista o innovadora. Un estático palacio de madera blanca y arquitectura elegante presidió toda la obra con una intención unificadora de sesgo minimalista que, sin embargo, sirvió de “lienzo” para hacer de cada escena un cuadro humano de apariencia pictórica. Un telón separador de escena del que se insertaba el cuadro de Goya, Los fusilamientos del 3 de mayo, repetía coherentemente la misma estrategia escenográfica. Las sombras de los cantantes se reflejaban alargadas sobre las paredes blancas y esto no sólo hacía más grandes a los personajes sino que alargaba subjetivamente su voz. Todo era un reflejo, una mentira, la sombra alargada del enemigo y también de Manrico, así como el hecho patente sobre la escena de una emoción transida por la voz en eco del trovador. Igualmente, unas efectivas llamas proyectadas sobre la arquitectura fija del “lienzo” sirvieron para proporcionar una acertada experiencia inmersiva.

Quien está acostumbrado al teatro y a sus códigos oblicuos de escena, sabe que un cañón representa la guerra o que basta un yunque y unos ropajes para identificar un campamento de gitanos. La metáfora visual, decodificada sin prejuicios, posee la suficiente eficiencia y realza el discurso sonoro sin tener que recurrir a la grandilocuencia o a volúmenes ciertos de castillos. Quizás, esta realidad escénica que acompañó al Il Trovatore pudo ser más perfecta, quizás –insistimos- con matizaciones lumínicas que abusaron de una temperatura fría de la luz para la mayoría de las escenas. Quizás… pero lo que sí está claro es que la apuesta innovadora no ha dejado indiferente a un público de lo más variado, al igual que el trabajo en equipo conjuntamente de Director de la OFM, como Directora del Coro de Ópera, como Director de Escena, así como OFM y cantantes solistas y Coro, realizaron un trabajo espectacular y en el que nada tienen que envidiar con las grandes producciones teatro musicales de otros latitudes, porque la interpretación artística de músicos y cantantes han sabido afrontar la envergadura de esta ópera, con una brillantez sencillamente admirable.

El domingo 29 finalizó el último día de la 33 temporada lírica con una interpretación de Il Trovatore que arrancó fuertes y largos aplausos, una gran acogida por parte del público asistente que sintetizó el gusto por un repertorio clásico pero con visos innovadores. Y es que el que no arriesga, no gana. Il Trovatore y su espectacular interpretación y minimalista puesta en escena es un canto renovado a la vida, el espejo en el que los amantes de la música se ven reflejados y que tan espectacularmente pudimos vivenciar allí.

Bravissimo Trovatore, bravo Verdi y bravo a OFM, Coro de Ópera de Málaga, cantantes y Directores (Orquesta, Coro y Escena). Verdi ben trovato!

 

Verónica G. Prior

 

Obra: Il Trovatore

Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) / Dirige: Carlos Aragón

Coro de Ópera de Málaga/ Dirección del Coro: Mª del Mar Muñoz Varo

Conde Luna: Juan Jesús Rodríguez

Leonora: Rocío Ignacio

Azucena: Carmen Topciu

Manrico: Jorge de León

Dirección de Escena: Arnaud Bernard

Producción Escénica: Teatro Nacional de Croacia. HNK Zagreb

Producción Musical: Teatro Cervantes de Málaga

Lugar: Teatro Cervantes de Málaga.

 

Foto © Teatro Cervantes de Málaga

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