Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Les Arts Florisants y Gesualdo, en la memoria - por Simón Andueza

Madrid - 10/02/2022

El 25 de octubre de 2018 una repleta sala de cámara del Auditorio Nacional asistía maravillada a la interpretación del Primer Libro de Madrigales de Carlo Gesualdo, que en su primera parte incluyó en exclusiva piezas que situaban al Príncipe de Venosa en su contexto musical y social, con obras de Carlo Gesualdo, Luzzasco Luzzaschi, Claudio Monteverdi, Luca Marenzio y Benedetto Pallavicino, autores muy poco frecuentados en nuestras salas de concierto, pero fundamentales en la vida y obra del compositor homenajeado.

Estos privilegiados espectadores no sospechaban que éste era tan solo el comienzo de un exhaustivo y concienzudo proyecto liderado por Paul Agnew -y por el musicólogo Pascual Duc que revisaría y editaría cada madrigal gesualdiano para su posterior interpretación de Les Arts Florissants- de toda la producción madrigalística del noble italiano que sería interpretada en gira y grabada para posterior deleite de todo melómano que se precie.

Este monumental esfuerzo ha llegado a su fin con unas ejemplares interpretaciones que muy pocos conjuntos de todo el mundo pueden lograr con el nivel de excelencia musical que el ensemble francés ha desempeñado en esta compleja y fascinante música.

Les Arts Florissants, convertidos en esta ocasión en un reducido conjunto vocal de cámara a capela de seis cantantes,  comandados por esa leyenda infatigable del historicismo vocal que es Paul Agnew, ahora convertido en el Director Asociado de Les Arts Florissants, siguen teniendo esa denominación de conjunto francés por su ubicación espacial, aunque en realidad deberíamos denominarlo como grupo europeo, ya que han contado para este proyecto con una soprano australiana, Miriam Allan, otra islandesa-escocesa, Hannah Morrison, dos mezzosopranos francesas, Mélodie Ruvio y Lucile Richardot, un tenor y un bajo ingleses, Sean Clayton y Edward Grint, todos ellos dirigidos por el tenor Paul Agnew, escocés.

El concierto que ha cerrado tan monumental esfuerzo comenzó con una serie de piezas que contextualizan al autor en la música y sociedad europea de su tiempo. En esta ocasión tan solo fueron tres las obras escogidas, dado que “el Libro sexto es extraordinariamente largo”, según comentó en un comprensible castellano la mezzosoprano Mélodie Ruvio, encargada de pronunciar unas amables palabras introductorias y esclarecedoras del programa.

Así, la deliciosa Music divine, del británico Thomas Tomkins, fue la composición encargada de romper el silencio con unos formidables pianissimos y estableciendo de inmediato un sutil y estremecedor afecto de dulzura y ensoñación, que fueron contrastados con la segunda sección mucho más activa y directa.

Las otras dos obras que ponen al Sesto libro en su contexto, fueron las del compañero y amigo de Gesualdo, también de la nobleza, Ettore della Marra, en donde bien pudimos observar un avanzado uso del cromatismo y de las audacias armónicas, tan presentes en la obra gesualdiana.

En la primera parte del recital pudimos degustar los siete primeros madrigales del Libro sesto, publicado en 1611 y realizado completamente en el propio castillo del Príncipe, quien se recluyó allí tras el desgraciado incidente por quien muchos conocen a Carlo Gesualdo, pero que no nos debe alejar de la fascinante música que surgió de su desbordante creatividad.

Así, ya desde el primer madrigal, Se la mia norte brami, las disonancias, retardos sin preparar, los radicales cambios de afecto…, se fueron sucediendo, en una magnífica lección magistral de cómo se debe interpretar esta música tan bella como compleja, demostrando una complicidad entre intérpretes que anula el concepto de individualismo y que pone de manifiesto la esencia de la verdadera música de cámara, que es lo que realmente debe ser interpretado.

Los pasajes homofónicos dieron una buena muestra de la buena dicción de cada miembro de Les Arts Florissants, en donde fue completamente prescindible la impresión de los textos y su traducción, algo que no fue en absoluto de este modo en las complejísimas secciones de imitaciones o de una libertad individual de cada parte en esta ya de por sí enmarañada música repleta de textos del mismo modo enrevesados. Si a todo esto sumamos la tenue luz que la sala presentaba, podemos afirmar que los espectadores se encontraron en su mayoría perdidos en cuanto a lo fundamental de estas composiciones: el texto y su significado. Sería una aportación fundamental, por parte del CNDM para próximos proyectos de similares características, la incorporación de sobretítulos proyectados en el escenario, algo que ya se viene haciendo en la sala sinfónica.

Es imposible narrar aquí todo el sofisticado universo y de sus innumerables detalles que esta música encierra, aunque sí podemos destacar algunos. Por ejemplo, en Beltá poiché t’assente, pudimos observar que la expresión de un determinado afecto que implica desgarro o desesperación el intérprete no debe tener miedo de afear su timbre vocal y obtener momentos de menor empaste global, algo en lo que se mostraron muy implicados la soprano Miriam Allan o el propio Paul Agnew. En esta pieza, sobresalió sobremanera la extraordinaria calidad y calidez de la mezzo Mélodie Ruvio, por su precioso timbre vocal y por su pulcritud siempre exquisita.

Debemos advertir que la complejidad de esta música es tal que, hasta un conjunto tan prestigioso y puntero como lo es Les Arts Florissants, pasa por momentos de dificultad en un recital tan exigente como este. Así, en Tu piangi, o FIlle mia, pudimos comprobar desajustes rítmicos o incluso alguna entrada fuera de lugar, que no fueron obstáculo para la demostración de los formidables y profundos graves del bajo Edward Grint, siempre seguro, afinadísimo y de timbre natural y noble, quien fue el único intérprete en no descansar en toda la velada.

La primera parte concluyó con el sublime Mille volte il dì moro repleto de fantásticas disonancias y efectos madrigalísticos sobre los cambios de carácter del texto poético, y con constantes cromatismos sin preparar, un fantástico ejemplo de hasta dónde puede llegar la inventiva y provocación de Gesualdo.

Ya en la segunda mitad podemos destacar Io pur respiro in così gran dolore, obra que contiene unas armonías más propias del siglo XX que del XVI. Las increíbles disonancias, cromatismos y enarmonías fueron especialmente remarcadas por los miembros del grupo francés, recreándose en ellas, especialmente en la cadencia final ed al gran duolo.

Pudimos comprobar los aduces, enredados y radicales cambios armónicos de Ardo per te, mio bene, ma l’ardore, tan extraños para la audiencia como para los intérpretes, quienes sufrieron en su cuasi perfecta afinación.

Muchas veces la fama de una obra es de total justicia, como pudimos comprobar en la asombrosa Moro, lasso al mio duolo, paradigma absoluto de la creación de Carlo Gesualdo, tanto en la expresión del poético texto lleno de cambiantes afectos, como en la utilización audaz de recursos musicales tan expresivos como infrecuentes a comienzos del siglo XVII. Así, su comienzo inolvidable repleto de enmarañadas armonías de una expresividad fastuosa en el registro grave q, que contiene innumerables cromatismos y disonancias, da paso a una segunda sección en la que Miriam Allan tuvo la suerte de interpretar su fantasiosa línea ideada por la exhuberante imaginación del genio de Venosa, con unos inusuales cromatismos, tanto ascendentes como descendentes que presagian la trágica cadencia final, mi dà morte.

De los pocos madrigales amables de este libro, quizás sea Volan quasi farfalle, uno de los más bellos, y los cinco miembros del conjunto supieron mantener un plácido ambiente con un equilibrio sonoro absoluto, favorecido sobremanera por el cálido timbre de la soprano Hannah Morrison y su perfección melódica.

El concierto terminó con tres piezas especialmente complicadas, Anchor che per amarti io mi consumi, que tras sus disonancias fastuosas de da miei martire da paso a una complejísima sección central repleta de cromatismos, cambios figurativos radicales, enarmonías, cromatismos… completamente integrados en la interpretación de cada miembro de este lujoso grupo de cámara vocal. Las últimas dos obras, fueron una dicha de virtuosismo en los pasajes más ágiles, en donde el tenor Sean Clayton se mostró como un avezado experto, y que fueron respondidas por un clamorosa y cálida ovación del público.

Por último, no debemos de dejar de alabar la labor de Paul Agnew, quien, a pesar de los muchos años de carrera a sus espaldas en este repertorio, desde sus comienzos como joven intérprete en el legendario The Consort of Musicke de Anthony Rooley, hasta llegar a dirigir grandes obras sinfónico corales siendo la mano derecha de William Christie, no ha dejado de presumir de esa vitalidad, pasión y empatía contagiosa con el público que solo los grandes intérpretes poseen, a la vez que mantiene su característica voz de tenor intacta y pulcra.

Un final de ciclo que permanecerá en nuestra memoria durante mucho tiempo.

Simón Andueza

 

Solistas de Les Arts Florissants. Miriam Allan y Hannah Morrison, sopranos, Mélodie Ruvio, contralto, Sean Clayton, tenor, Edward Grint, bajo, Paul Agnew (tenor y dirección).

Madrigales del Libro VI de Carlo Gesualdo y sus contemporáneos (VI).

Universo Barroco, CNDM.

Sala de Cámara del Auditorio Nacional, Madrid.

8 de febrero de 2022, 19:30 h.

Foto © Elvira Megías | CNDM Universo Barroco

471
Anterior Crítica / De cumplir protocolo a nutrir lo que nos hace humanos - por Alicia Población
Siguiente Crítica / El magnetismo de Valery Gergiev - por José Antonio Cantón