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Crítica / La viuda negra - por Javier Extremera

Sevilla - 15/11/2022

Resulta tortuoso enfrentarse a una obra tan extensa, plagada de tinos y entuertos como es la del bergamasco Gaetano Donizetti, un creador que se movió como pez en el agua por el subgénero belcantista, y que fue capaz de componer más de sesenta óperas (algunas de ellas paridas en apenas unos días de trabajo). Si lo comparamos con otras expresiones artísticas (un director con más de medio centenar de películas a sus espaldas o un escritor que ha publicado la misma cantidad de novelas) está claro que no todas esas creaciones pueden tener nunca por igual el mismo peso en su carrera.

“Roberto Devereux” forma parte de las más vistosas y esmeradas que surgieron de su ingenio, de esas que se siguen sin pestañear, pese a que su libreto no sea excepcional, dentro de un luminoso repertorio en el que sobresalen obras maestras del calibre de: “Don Pasquale”, “L’elisir d’amore” o “Lucia di Lammermoor”.

El Teatro de la Maestranza ha elegido una producción de la Ópera de Cardiff, que ya se pudo ver en el Real madrileño (2015), de notable valía musical y teatral, para inaugurar una temporada que se barrunta bastante prometedora, pues a esta “parada obligada” del bel canto, le seguirán nada menos que la eterna “Bodas de Fígaro”, la racial “Vida breve”, la popular “Tosca” y una esperadísima “Jenufa” que promete elevar muchos metros el listón artístico del coso del Guadalquivir.

Pocas reinas han estado nunca mejor envueltas en música que Isabel I de Inglaterra. Una regente que fue capaz de fomentar y alentar bajo su reinado a ilustres y dispares personalidades como fueron Shakespeare o el pirata Francis Drake. La “reina virgen” fue capaz de tender una mano a las artes y la ciencia, mientras que con la otra afilaba el hacha de sus verdugos. Y es justo en la conclusión de esta refulgente partitura operística cuando su personalidad (de evidente fragancia literaria) sale a relucir en todo su esplendor.

Elisabetta en el fondo no es más que una pobre mujer que siente y padece. Despojada de sus artificiales oropeles y su casposa peluca, nos canta una memorable aria final de enorme intensidad y calado emocional que acaba con un sepulcral “non regno, non vivo” que hiela la sangre. Las pasiones y los demonios de una persona que al fin se desnuda ante nosotros echando mano de una línea de canto salpicada de saltos y giros, pero siempre aferrada a una enorme expresividad y humanidad. Una escena de gran énfasis psicológico, que consigue que muchos vislumbremos continuamente lo que estaba por llegar, nada menos que la obra del dios Verdi, cuyo espectro estilístico parece estar ya golpeando la puerta.

Grandes sopranos líricas han dado vida a la última de los Tudor. Desde Beverly Sills (que no dudaba en reescribir a su antojo la partitura), hasta la mítica Leyla Gencer, la inalcanzable Montserrat Caballé o más recientemente la malabarista Gruberová. Yolanda Auyanet, pese a sus limitaciones con la coloratura, supo cómo hacer evolucionar acertadamente su personaje en cada una de sus escenas, llegando muy entera a ese desplome vital final (estupendo “Spietato cor!”), repleta de volumen y musicalidad, aportando la canaria naturalidad en el sobreagudo y conteniéndose en la ornamentación con el fin de no romper la credibilidad y el realismo dramático, dotando al personaje de una convicción interpretativa muy humana (“convulsa di rabbia” exigió Donizetti en esos compases). El suyo fue un momento de altísimo vuelo teatral.

Alessandro Talevi, que firma la sombría y lúgubre escena, se decanta más por la introspección interiorizada y el trabajo con los actores. Transformó a la monarca en una vengativa araña, una funesta viuda negra capaz de devorar incluso al macho que la fecunda. Y la verdad es que es todo un espectáculo verla cantar subida a un artilugio mecánico en forma de arácnido (a lo Fura dels baus) mientras persigue a los personajes por el escenario.

Visualmente, es muy impactante y sin duda uno de esos momentos que perduran en esta puesta escena, estática e irregular, de alto voltaje psicológico, con algunos fogonazos de talento, de atractiva belleza plástica y elaborado vestuario, cuyo mayor acierto fue el magistral uso de iluminación diseñada por un inspiradísimo Matthew Haskins, que no ceja en su empeño expresionista de jugar con las luces y las sombras, para reflejar los estados de ánimo de los personajes. Efectivas también esa celda de la torre de Londres en la que Roberto está maniatado a una especie de tela de araña roja o ese tétrico fondo repleto de picas y cabezas recién cortadas para la última escena y que recuerda a las fascinantes atmósferas cinematográficas shakesperianas del genial Orson Welles (especialmente Macbeth).

El jerezano Ismael Jordi es un tenor lírico elegante y aseado, que pese a tener un instrumento de recortado volumen y resonancia, sabe como exprimirlo al máximo gracias a un efectivo despliegue técnico. Algo frío y rígido en el arranque, levantó el vuelo en el bello “Come un spirto angelico” amarrado a unas sanguinolentas sogas.

El veterano barítono milanés Franco Vasallo compensa su desgaste y fatiga vocal con una notable presencia física. Pese a que su emisión no es refulgente, su forma de frasear (tan humana y con tanto dolor) y esa bravura expresiva le vinieron de perlas a su experimentado Duque de Nottingham. La anchura vocal y el arrojo de Nancy Fabiola Herrera quedaron patentes en una Sara noble y de raza.

Muy aplaudido el canadiense Yves Abel que desplegó una dirección equilibrada, solvente, colorida y de buen gusto, sabiendo no perder nunca las riendas en las vibrantes cabalettas. Con brillo y dinamismo, dejó respirar estupendamente a todos los cantantes, mimándolos y casi acariciando su línea de canto. Acertado despliegue lírico para las arias y electricidad rítmica para la segunda parte de las mismas, aferrado a una atenta y efectiva Real Orquesta Sinfónica de Sevilla que sonó afinada y transparente durante toda la representación (empezando por una luminosa y chispeante Obertura), asumiendo incluso el protagonismo melódico en algunos pasajes, como en esa marcha fúnebre donde alcanzamos a imaginar al conde de Essex camino del cadalso.

Para concluir, mención especialísima al Coro de la casa, dirigidos eficazmente por el maestro Íñigo Sampil.

Javier Extremera

 

Donizetti: Roberto Devereux.

Yolanda Auyanet, Ismael Jordi, Nancy Fabiola Herrera, Franco Vassallo.

Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro del Teatro de la Maestranza.

Director musical: Yves Abel.

Director de escena: Alessandro Talevi.

Sevilla. Teatro de la Maestranza. 12-Noviembre-2022.

 

Foto © Guillermo Mendo

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