Esperado comienzo de la temporada de la Franz Schubert Filharmonia, en cuyo extenso ciclo de conciertos se cumplirá su vigésimo aniversario. Para ello se ha sido escogido un bellísimo programa de dos obras maestras de la música. La más importante de las selecciones, por ser una partitura no muy difundida por nuestras tierras; es el “Concierto para violín, Op.35” de Erich Wolfang Korngold, una obra espléndida en la línea romántica tardía con amplios despliegues de destreza técnica y deslumbrantes efusiones melódicas del solista y la orquesta. Como corresponde a una obra importante para los solistas, el violinista Paul Huang (que acaba de registrarla en Inglaterra), el director Tomás Grau y la Franz Schubert Filharmonia, le otorgan una expresión magnífica, una energía concentrada y un colorido magnífico, y la impregnan de una calidez dorada poco común en interpretaciones de obras modernas poco conocidas.
Korngold (1897-1957) fue un compositor y director de orquesta austrohúngaro, nacionalizado estadounidense, conocido como uno de los fundadores de la música cinematográfica de Hollywood. Fue un niño prodigio en la música y compuso bandas sonoras de gran éxito para películas como “El Capitán Blood” o “Las aventuras de Robin Hood”, por las que ganó premios de la Academia. Además de su trabajo en el cine, compuso varias óperas, piezas de música de cámara y obras orquestales se convirtió en uno de los compositores más prolíficos de su generación, escribiendo en todos los géneros importantes y teniendo un impacto particularmente fuerte como compositor de óperas, recibiendo elogios unánimes por su ópera “Violanta” de 1916 y repitiendo el éxito con su “La Ciudad Muerta”, representada triunfalmente en Hamburgo y Colonia durante 1920. Pero en 1934, como tantos otros músicos germanos exiliados en la época, Korngold se estableció en Hollywood, donde renovó su asociación con el director de teatro Max Reinhardt, y se convirtió en el más célebre de una generación de compositores europeos emigrados, recordados principalmente por sus bandas sonoras para películas. Pero a pesar de la reconocida calidad de sus obras para la gran pantalla, sería fútil pretender que estas contribuyeron en gran medida a la reputación de Korngold como compositor "serio". Lo que sí contribuyó enormemente en este sentido fue el apoyo y el mecenazgo de grandes artistas, entre ellos el célebre violinista Jascha Heifetz, para quien Korngold compuso su “Concierto para violín en re mayor, Op.35”, en 1945.
El concierto para violín es una obra descaradamente romántica, con un vibrante carácter cinematográfico, que desmiente la idea de que ningún compositor de celuloide podría escribir una obra que no solo se clasificara como uno de los mejores conciertos de su época, sino que también conservara el aire populista de una película de Hollywood en la inolvidable estructura de su material temático. El concierto consta de tres movimientos, todos ellos basados en motivos melódicos de sus bandas sonoras. En el primero (Moderato mobile), Huang entra casi de inmediato, con una melodía exuberante y de amplio alcance, la quintaesencia de Korngold. La música avanza con paso firme hacia un episodio más rápido, con constantes recordatorios de las ideas iniciales y planteando exigencias inquisitivas al solista gracias a su estilo altamente rapsódico. El movimiento también incluye una cadencia virtuosa y una coda final de una fuerza cautivadora. El movimiento central (Romanze) aporta el contraste necesario, en una pieza de delicada partitura en la que el solista reflexiona extensamente sobre un material de conmovedora coloración nostálgica. Un tono poderosamente asertivo prevalece de nuevo con la llegada del final (Allegro assai vivace), cuyos ritmos angulares y fuertemente motorizados sirven como recordatorio de que Korngold provenía del mismo grupo creativo que Schoenberg y Zemlinsky (su mentor de la infancia), a la vez que era un modernista en el sentido de ser plenamente capaz de escribir de una manera totalmente original e independiente. Una vez más, el movimiento exige una técnica excepcional y un virtuosismo intrépido, pero un episodio central más relajado y lírico aporta de nuevo el contraste necesario. La sección final, un emocionante cordal pirotécnico, donde de nuevo Huang y Grau mantienen un perfecto equilibrio entre solista y orquesta, vuelve a imponer severas exigencias técnicas para ambas partes. Sin duda un gran descubrimiento para la mayoría del público asistente.
Tchaikovski compuso su “Sinfonía nº6 (Patética) entre febrero y agosto de 1893, y dirigió el estreno el 28 de octubre de ese año en San Petersburgo. Ya en 1890, Tchaikovski había escrito a su “madrina”, Nadezhda von Meck, sobre una posible "sinfonía programática". Para 1893, estaba listo para llevar adelante la idea, dedicándola a su sobrino Vladimir Davidov, el "Bobyk" (o "Bob") de muchas entradas de diario y cartas durante la década de 1880. Sin embargo, tras un exitoso estreno, no quedó satisfecho con el resultado. Solo tres semanas después, bajo la batuta de Eduard Naprávnik, la obra disfrutó de un verdadero éxito. Desafortunadamente, mientras tanto, Chaikovski había muerto. Modest, su hermano menor, no pudo resistir la oportunidad en 1893 de publicarla como “Sinfonía Patética”. El sobrenombre se le ha mantenido desde entonces. Durante la incubación de la obra, Chaikovski se encontraba de un humor excepcional, complacido con su audacia y fluidez, especialmente en el innovador final, un prolongado Adagio de carácter fúnebre. Donde otros aún escribían movimientos lentos convencionales, él dio con la idea de un Vals cojeando en compás de 5/4. La marca de Chaikovski para este movimiento de "vals" en re mayor es Allegro con grazia: una canción y trío con una coda extendida cuyo tono puede ser melancólico a mitad de camino, pero cuyo espíritu es de ballet, hasta el punto de evocar el "Vals de las Flores" de “Cascanueces”, compuesto un año antes. E hizo del Scherzo una marcha que crece hasta alcanzar tal intensidad de emoción que, desde entonces, el público, en todas partes, aplaude al final. El final es uno de los cúlmenes de la historia de la música; un lúgubre prólogo de “Adagio” comienza con un solo de fagot en mi menor que asciende a través de la oscuridad de los contrabajos, seguido de un pequeño y nervioso motivo que florece en el tema principal de una estructura de sonata Allegro ma non troppo en si menor. La memorable melodía susurrante, de tonos malva, que domina este movimiento es en realidad su tema secundario. Un tutti orquestal estruendoso establece la sección de desarrollo apasionadamente agitada, seguida de una repetición condensada y una coda breve y serena. La atmósfera general que impone Grau a una orquesta en estado de gracia es de un dolor inconsolablemente doloroso, de una conmovedora expresividad. Finalmente, la música regresa a esas turbias profundidades en las que nació la sinfonía unos 40 minutos antes, sin, sin embargo, bendición ni esperanza. La interpretación global, merece ser destacada por la riqueza de la paleta orquestal y la amplitud y profundidad de las dimensiones sonoras que sorprende por su viveza. Como en el Allegro non troppo, donde se percibe todo el impacto de su sonido, especialmente en las penetrantes sonoridades de los metales y la percusión. Este movimiento es solo un preludio a la variedad de colores y ataques que siguen en el cadencioso Allegro con grazia, el cautivador Allegro molto vivace y el desolado Finale. Hay una pasión desbordante en la interpretación y una angustia abrumadora en los compases finales.
Luis Suárez
Teatre de Tarragona.
Obras de Erich Wolfang Korngold y Tchaikovsky.
Paul Huang, violín.
Franz Schubert Filharmonia.
Tomás Grau, director.