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Crítica / Akhnaten, un espectáculo total - por Juan Carlos Moreno

Barcelona - 24/10/2025

No se puede negar que el Gran Teatre del Liceu ha apostado por el riesgo para iniciar su temporada 2025/2026. El título inaugural, La zorrita astuta de Janácek, es una absoluta maravilla, pero no es precisamente una de esas obras que llenan un teatro (¡y es una lástima!). El segundo era, si cabe, aún más arriesgado: el Akhnaten de Philip Glass que pudo verse el pasado 22 de octubre.

El riesgo viene sobre todo porque Akhnaten no es una ópera al uso. No lo es en el sentido de que no desarrolla una historia según una línea narrativa clásica, sino a partir de cuadros que condensan momentos concretos de la vida de Ajenatón, el faraón hereje que convirtió al disco solar Atón en la divinidad de Egipto. No puede hablarse, por tanto, de acción propiamente dicha.

El texto cantado, cuando lo hay y no es una mera vocalización, tampoco es el de un libreto típico. Elaborado por el compositor en colaboración con Shalomon Goldman, Robert Israel y Richard Riddell, reproduce himnos y poemas de época faraónica en su lengua original, con la única excepción del “Himno al Sol” del segundo acto, que Glass recomienda cantar en el idioma del país en el que la obra se representa. Todo ello da a la obra un tono estático, más propio de un oratorio que de una ópera, a lo que aún hay que sumar las particularidades de la propia música de Glass, ese minimalismo que, aunque pueda sonar paradójico por el dinamismo con que fluyen sus patrones rítmicos y melódicos, tiende también hacia lo estático.

Sí, Akhnaten no es una ópera al uso, pero ello no quita que sea una obra extraordinaria, de una fuerza expresiva, dramática y por momentos épica que no deja indiferente. A veces enerva con algunas repeticiones que parecen no acabar nunca, pero sobre todo encanta, hipnotiza, como si estuviéramos presenciando un ritual de un tiempo muy pretérito, arcano, oscuro e inquietante, pero que, al mismo tiempo, nos interpela.

Ese carácter precisamente es lo que lo resalta esta producción de la English National Opera y la LA Opera. La puesta en escena lleva la firma de Phelim McDermott, un director que sabe ya lo que es montar otras obras de Glass, tras su trabajo en Satyagraha y The Perfect American.

En Akhnaten, McDermott no busca una recreación arqueológica del antiguo Egipto, aunque muchos elementos presentes en la escena lo evoquen, si bien de una forma fantasiosa y sin miedo a combinarlos con otros de otras épocas, principalmente del siglo XIX, el momento en que la cultura egipcia empezó a ser recuperada en Europa.

El suntuoso y barroquizante vestuario de Kevin Pollard es, en ese sentido, ejemplar, como también lo es la escenografía de Tom Pye, opresiva en los espacios cerrados, minimalista en los abiertos, como en la construcción de la ciudad de Ajenatón, el dúo entre el protagonista y Nefertiti, o el “Himno al sol”. La iluminación de Bruno Poet, ora tenebrista, ora matizada, resalta esos valores de forma impecable.

El elemento más distintivo de la producción es la introducción de una compañía de malabares. McDermott refiere que la imagen más antigua de unos malabaristas es egipcia y ello le llevó a convertirlos en parte esencial del espectáculo. Su inclusión sorprende al inicio, pero es un acierto absoluto, pues acaban convirtiéndose en un elemento que no solo contribuye a dar una mayor plasticidad y ritmo escénico al espectáculo, sino que ayuda también a ligar la acción con cierto presente. El trabajo del grupo Gandini Juggling es sencillamente espectacular.

La música de Glass no es nada fácil para los solistas, coro y orquesta por la precisión y concentración que requiere. A los cantantes, además, les obliga a cantar en tesituras imposibles, sin que les dé tampoco demasiadas posibilidades de lucimiento personal. La excepción es Akhnaten, el único que cuenta con un aria, el “Himno al Sol”, que el contratenor Anthony Roth Costanzo cantó en un catalán muy encomiable y con una expresividad sabiamente graduada. El papel parece especialmente concebido para él, pues, tanto a nivel vocal como escénico, sabe dar al faraón ese aire andrógino y como ausente, frágil, propio de alguien que se mueve en un mundo que no es el real.

La soprano Katerina Estrada Tretyakova, como reina Tye, la madre del faraón, y la mezzosoprano Rihab Chaieb, como su esposa Nefertiti, brillaron también a gran altura. Sobre todo la segunda, cuyo dúo de amor con Akhnaten en el segundo acto es una de las páginas más hermosas de esta partitura.

La labor del actor Zachary James no fue menos sobresaliente gracias a una presencia física imponente, el modo en que proyecta la voz y la claridad de su dicción. El suyo es un papel narrado, y en inglés, que sirve para unir y explicar las escenas, a veces adelantando el texto traducido de lo que se va a escuchar.

El resto de intérpretes, Joan Martín-Royo (Horemhab), José Manuel Montero (Gran Sacerdote de Amón), Toni Marsol (Aye) y las cantantes que encarnaron a las seis hijas del faraón, cumplieron satisfactoriamente.

Muy seguro se mostró también el coro, que hubo de hacer algún que otro pequeño juego malabar, a primera vista no muy difícil, pero harto meritorio por el solo hecho de tener que cantar al mismo tiempo una música con la que no está precisamente habituado.

Mención especial merece la orquesta. Sin violines, lo que le da a la partitura un tono más oscuro, se desenvolvió especialmente bien en la nada fácil tarea de desgranar ese flujo constante de células melódicas y patrones rítmicos que se repiten una y otra vez, pero que, de manera sutil, van cambiando de colores e intensidades, progresando a medida que se les van agregando otras capas, cuando no generando melodías más amplias. Aunque la palabra está ya muy gastada, es la que mejor define esta música: hipnótica. El mérito de esa excelente prestación de la orquesta fue de la directora Karen Kamensek, quien supo mantener la precisión y tensión que cada escena exigía.

En definitiva, este Akhnaten es un espectáculo total y traerlo al Liceu ha sido todo un acierto. La temporada solo ha hecho que empezar, pero lo cierto es que el nivel que marca esta producción es muy alto y no será fácil igualarlo.

Juan Carlos Moreno

 

Anthony Roth Costanzo, Rihab Chaieb, Katerina Estrada Tretyakova, Zachary James, Joan Martín-Royo, Toni Marsol, José Manuel Montero, Alba Valdivieso, Carmen Buendía, Mar Esteve, Carol García, Marina Pinchuk, Anna Tobella.

Compañía de malabares Gandini Juggling.

Cor i Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu / Karen Kamensek.

Escena: Phelim McDermott.

Akhnaten, de Glass.

Gran Teatre del Liceu, Barcelona.

 

Foto © Sergi Panizo

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