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Crítica / La magia de Bach - por Blanca Gutiérrez Cardona

Madrid - 09/05/2024

Si está leyendo esta reseña significa que:

  1. Le gusta la música de J. S. Bach
  2. Las Variaciones Goldberg están entre sus obras favoritas
  3. Es fan del clavecinista Benjamin Alard
  4. Todas las anteriores son correctas

Y podríamos añadir una más: no pudieron acudir el domingo 28 de abril al concierto que Alard ofreció en el teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Si son fans de Alard ya les podemos adelantar que ofreció un gran recital. Actualmente los aficionados a la música tenemos la suerte de que, tras la estela de los grandes pioneros del movimiento historicista, han seguido surgiendo músicos que son verdaderos maestros del clave. Y Alard, pese a su relativa juventud, es uno de ellos.

El francés lleva desde 2018 inmerso en el colosal trabajo de grabar lo que será una integral de la obra para tecla de J. S. Bach para el sello Harmonia Mundi (va por el volumen 9), de manera que creemos no equivocarnos si afirmamos que Bach corre por las venas de este artista. No ha grabado aún las Variaciones Goldberg, la obra que presentó en Madrid en este último recital, pero podría hacerlo en cualquier momento, ya que tiene la obra perfectamente resuelta, tanto a nivel técnico como artístico.

Técnicamente ofreció un trabajo de altura, dominando siempre la obra, desde unos presupuestos quizá algo fríos y analíticos, pero siempre elegantes, y, sobre todo, ajustados y medidos a lo que pide la partitura, sin alardes de imaginación extemporánea. Esa frialdad mencionada, quizá una mera impresión de quien esto escribe, se fue desvaneciendo a lo largo del recital, conforme avanzaron los minutos y las Variaciones, mientras el artista de genio dejaba atrás al músico consumado. Porque fue un artista en todo el sentido de la palabra quien nos deleitó con una versión de las Goldberg plena de matices, de dinámicas contrastadas y de una ejecución inspirada.

Las Variaciones Goldberg son un pequeño mundo en sí mismas, un juego de espejos distorsionantes, que demuestran la capacidad abrumadora de Bach para mutar la personalidad de la pieza de origen a través del tamiz de las sucesivas variaciones. Cada una de las Variaciones tiene una cualidad diferente, y hace falta un verdadero artista como Alard para pulir cada arista de cada una de ellas y que brillen de manera individual.

Alard construye bien la dramaturgia del evento, consciente de que tiene entre sus manos el sortilegio que nos hará disfrutar de una gran velada. En primer lugar, nada más salir al escenario, un silencio preparatorio, el inicio de lo que casi podemos sentir como una liturgia, y él como un sacerdote laico.  Y de pronto, la magia, la cascada de música que inunda nuestros sentidos en una especie de conjuro. No sabemos si Johann Gottlieb Goldberg logró que el conde Hermann Carl von Keyserlingk (1696-1764) se entretuviese con las Variaciones durante las noches de insomnio que este sufría, pero nosotros quedamos hechizados en un tiempo sin tiempo, en no lugar donde solo la música existe.

Porque Bach es siempre Bach, y escribió una obra que es siempre nueva y fresca por más veces y veces que se la escuche. Conforme avanzan las variaciones, el tiempo se suspende y dejamos de respirar, atentos a lo que nos cuenta, dejándonos enredar en esta sutil maraña musical, un embrujo que enreda al oyente entre las notas y el edificio musical que se alza efímero durante el tiempo que dura la interpretación.

¿Cómo no pensar que Bach está contando a Dios con esta obra? La profunda espiritualidad que subyace bajo sus notas, en la época del autor solo tenía un referente, Dios. Pero ya desde hace mucho tiempo somos capaces de pensar en nosotros mismos como la divinidad reflejada a la que se dirige esta música.

¿No son eso en definitiva las obras maestras, un diálogo veraz entre el autor y el público de cualquier época?

Blanca Gutiérrez Cardona

J. S. Bach: Variaciones Goldberg BWV 988.
Benjamin Alard, clave.
Madrid. Teatro Fernando de Rojas. 28/05/2024. Círculo de cámara


Foto © Elvira Megías

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