El pasado domingo, 17 de noviembre, sonó en el Auditorio Nuevas Dependencias Casa del Reloj de Madrid Josué Bonnín de Góngora. Sonó él porque fueron su idea, sus maneras, su expresión y su técnica las que mantuvieron a una sala, llena, atenta a la interpretación de su propia obra. No es común hoy en día que un compositor recree en público su repertorio, como lo hicieron Liszt o Gershwin en sus respectivas épocas. El éxito fue total, hasta el punto de ofrecer tres propinas muy ovacionadas, la última a petición de un insólito e inquietante momento de mudez, en el que nadie se movía un centímetro en su butaca; así fue llamado el maestro a ocupar el escenario en una situación de intensa colaboración con él por parte del público, en el que éste preparó el silencio desde el que toda música acontece de manos de un intérprete.
Pero todo empezó después de un caluroso recibimiento. Tocó Josué Bonnín de Góngora una selección de piezas en las que, junto a la lírica prolongada de su melodía, se reconoció el contrapunto inteligente en el que aprovecha registros, figuraciones y armonías, para desarrollar los juegos de voces, las progresiones y los climax que le son propios.
La primera obra, Evocación, de línea limpia y muy delicada, con un acompañamiento amable y respetuoso, fue interpretada queriendo al instrumento, cuidándolo y buscando unos pianissimi que resultaron exquisitos. A esta le siguió el Cuento del Retiro n.º 2. En la recreación de esta obra parecía que el maestro estuviera re-componiendo el cuento para el público en ese instante; la gestualidad calmada de sus brazos y su mirada, a veces centrada en el teclado, a veces proyectada al infinito, como si estuviese descubriendo su propia obra, daba pistas de una más que probable inspiración compositiva en origen improvisada. Recordaba aquí Josué Bonnín a Wilhelm Kempff interpretando el primer movimiento de la Sonata n º 14, Claro de Luna, de Beethoven, al mostrar asombro sobre lo que oía mientras él mismo tocaba, como si no lo hubiera interpretado ya un millón de veces antes. No es difícil escuchar en el pianissimo de Josué Bonnín el resultado del toque perlado, o glissée, que fue seña de los momentos más íntimos de este Cuento n.º 2 cuando la obra se expresaba ágilmente en los agudos.
A continuación, su Poesía n.º 9, dibujada entre el impresionismo, pequeños rasgos orientales y la interválica española. Algunos de los diseños característicos de Bonnín de Góngora, como las melodías en octavas y los bajos que preparan, estratégicamente, el color de los acompañamientos en el registro medio, se revelaron con evidencia expresiva en su interpretación. De nuevo, otro Cuento del Retiro, el n.º 6, “El Vagabundo y la vida”, del que Josué advirtió que era una obra que exigía una atención especial por parte de quien la escuchase, y que trataba de reflejar que, “a veces, el peor enemigo que tiene el ser humano es uno mismo”. Su voluntad era la de conectar con el alma. Comienza la obra con cierta aspereza tonal y explora a través de octavas paralelas, cruces de manos, trinos y progresiones arpegiadas muy rítmicas, una factura pareja al romanticismo enérgico de las Polonesas o los Estudios de Chopin.
Llegó otra Poesía, esta vez, la n.º 14; que traía a la memoria al compositor John Field, por su dulzura, pero sobre todo por el empaste perfecto entre melodía y acompañamiento, no siendo una sin el otro. Después se escuchó una Miniatura pianística, “La muchacha dorada”, título recogido de un poema homónimo de Federico García Lorca, en la que el maestro desplegó un uso muy variado de la agógica, a través de la cual la música respiraba generosamente entre frase y frase. Son muchos los discursos, mucha la pedagogía sobre el uso oportuno de las variaciones de tempo para vivificar una partitura, y aquí, Josué Bonnín de Góngora es único y muy original cuando articula las preguntas, las respuestas o los finales de frase, haciendo del “Why not?” con el que grandísimos intérpretes y maestros, como el violinista Pinchas Zukermann, recomiendan expresarse a sus alumnos: ¿Por qué no? ¿Por qué no alargar a aquí, por qué no ceder allí, por qué no avanzar ahora? Algunas de estas indicaciones no están anotadas en la partitura, no se pueden escribir, pero están. Con Josué tenemos la grandísima oportunidad de escuchar toda esta agógica en su manera más cierta y más íntima, porque la música que toca, precisamente, es la suya.
Finalizó el recital con la interpretación dos obras de cronología extrema, una de sus primeras composiciones, deliciosa, redactada con ocho años, el Vals en do menor, y otra, en curso, uno de los fragmentos solistas del Concierto para piano, coro y orquesta, también en do menor que despierta recuerdos de algún tema popular español, de alguna zarzuela, pero también del núcleo umbilical, formal y armónico, alemán, al que toda música occidental está inevitablemente ligada, y con el que Josué Bonnín de Góngora viaja siempre a través de su admiración, sobre todo, por Beethoven. Deseando escuchar ya la versión completa.
El maestro Bonnín de Góngora no hizo más que proceder en su interpretación con el principio que Wagner prescribió en su Tratado sobre dirección: “la ley de la belleza es la única medida de lo posible”.
Elena Esteban Muñoz *
Josué Bonnín de Góngora, piano
Auditorio Nuevas Dependencias Casa del Reloj, Madrid
Domingo, 17 de noviembre de 2024
* Catedrática de Piano en el RCSMM
Foto © María Díez