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Crítica / JONDE: Elmira & DSCH - por Luis Mazorra Incera

Madrid - 18/01/2024

Unda maris de Javier Quislant García descubrió un lenguaje donde la claridad formal no estaba reñida con una renovada sonoridad orquestal. Un lenguaje que engarza con habilidad, multitud de pequeños motivos, a menudo con reguladores enfrentados de entrada y salida, como piezas de un mosaico a varios niveles, y querencia cromática en sus frases más notorias.

Un carácter temático que se expresó con toda su fuerza en un destacado, expresamente acentuado desde el podio por Pablo Heras-Casado, punto culminante que sellaba un equilibrio formal no exento del relativo vaivén que inspira el nombre de la pieza.

Era la sólida obra de Quislant, merecedora del Premio Reina Sofía de Composición Musical en su edición del pasado año 2022.

Así, por estos modernos fueros arrancó el concierto de la Joven Orquesta Nacional de España en la sala sinfónica del Auditorio Nacional de Música, en su primer encuentro del año.

El deslinde entre secciones tímbricas de la orquesta en el inicio de Romeo y Julieta, obertura-fantasía de Piotr Ilyich Tchaikovsky, anunció una versión donde la incisividad rítmica y tímbrica fuera una constante.

Bien es verdad que los brillantes pasajes tumultuosos de por sí lo propician, si bien los aspectos más mayestáticos de la pieza y su estética decimonónica general, quedaban reemplazados por estos otros, más perfilados e incisivos.

Una concepción, con consecuencias estéticas, que tuvo, lógicamente, mayor premio con la Décima sinfonía de Dmitri Shostakovich que seguía al descanso.

El célebre segundo movimiento, un Allegro acuciante y vertiginoso, dejó paso al juego irónico del tercero, Allegretto, y, así, descubriendo con gusto y admiración los destacados detalles puntuales de sus atriles solistas (protagonismo compartido por todas sus secciones sin excepción, pero especialmente por los solos de viento madera, donde podría nombrar a todos los primeros espadas, y aún a los segundos… sin ser injusto…) en mucho más que notables (profesionales, por supuesto) intervenciones, llegamos a un final de tenaz autoafirmación “DSCH“ (como saben, anagrama de las iniciales de la transliteración de sus nombre y apellido: re-mi bemol-do-si) tras el reiterado tema “de Elmira” (un anagrama también, algo más alambicado: mi-la-mi-re-la) en la trompa (todo un guiño entre ambos, críptico sí, pero explícito y en primer plano, sin lugar a dudas), donde el conjunto y su dirección se emplearon a fondo (a mi modo de ver, obviando levemente en algún momento pasajero y postrero las peculiaridades, por decibelios y saturación acústica, de esta sala).

Ovación merecida para todos, presentados (como está mandado) sección por sección, atril por atril cuando fue necesario, y dos regalos fuera de programa, a priori, “más amables” (sic) pero ejercidos con las incisivas características dominantes anteriormente dichas: Vals de las flores, siguiendo con Tchaikovsky y su Cascanueces, y en segundo lugar… la propina “por antonomasia”… ¿Cuál…? (¡Han acertado!): el incombustible (¡y que lo sea por muchos más años!), en cierto modo apremiante también hoy: Intermedio de La boda de Luis Alonso de Gerónimo Giménez (las dos con G… de genial…).

Luis Mazorra Incera

 

Joven Orquesta Nacional de España / Pablo Heras-Casado.

Obras de Quislant, Shostakóvich y Tchaikovsky.

JONDE. Auditorio Nacional de Música. Madrid.

 

Foto © Elvira Megías 

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