Dura temporada, pésimos tiempos y capea del temporal. Ante un fenómeno nunca visto (las epidemias siempre han sido errantes y nunca simultáneamente globales), se ha podido ver una reacción humana conjunta, tampoco nunca vista, al conseguir en tiempo récord resultados distintos para atajar el desarrollo del mismo virus, y a la vez el esfuerzo de la Cultura por ayudar anímicamente a superar la grave crisis mundial. Y en esto último España ha sido de los países más aventajados, volviendo a abrir teatros/auditorios antes que casi nadie (hemos ido dejando constancia del testimonio de muchos grandes artistas agradeciendo poder hacer música aquí, cuando el resto de Europa estaba cerrada).
No recordamos que en los 30 años del Teatro de la Maestranza y de la ROSS se haya programado la Novena de Beethoven para cerrar la temporada. Muchas grandes orquestas europeas lo tenían -y alguna queda- por costumbre. Creemos que al margen de la excelencia que culminar una temporada con la sinfonía de las sinfonías, la oda a la alegría que nos canta nos habla de una superación humana, antes que propiamente vírica.
A pesar de las limitaciones de espacio escénico, la cantidad de instrumentos necesarios, los solistas y un gran coro obligó a alargar la escena hasta el patio de butacas, y pensamos que -innecesariamente- se relegó a los solistas a un lado. Y eso que ya pasó la moda abyecta de colocarlos tras la orquesta; aún así, las grandes voces sobresalieron y las pequeñas se desgañitaron o apenas se llegaron a oír.
Entre las primeras, un heroico bajo arrasador, José Antonio López, iniciaba la parte vocal de la sinfonía, y sus méritos iban más allá de su fuerza, puesto que no perdía brillo, homogeneidad en todo el registro, tersura y claridad de dicción. También estuvo en esta categoría Raquel Lojendio, aunque esta un poco más forzada, sin motivo alguno, porque Faus no se acerca siquiera a su torrencial volumen.
Esta mezzo nos había encantado como Paloma en el reciente Barberillo de Lavapiés, donde nos cautivó la belleza de su color vocal, pero ahora nos desorientaba al meterse en un torbellino de decibelios. Y la cosa es que ya la había cantado con Mena en Madrid en 2020 y ya debería saber que el grito de esperanza requiere un volumen. Sanabria intentó ponerse al nivel, para lo que tuvo que forzar su registro; unas voces no muy grandes en este apoteósico final terminan siendo engullidas tarde o temprano (pensemos en su parte ‘Froh, froh’ que es un crescendo al que se van sumando orquesta y coro, con unas notas cada vez más agudas).
Claro que esto lo tuvo que oír Mena en los ensayos e intentar equilibrar algo tal dispar. Con el coro le pasó algo parecido, aunque en este caso el desajuste vino entre coro y orquesta: la masa canora puede haber ensayado en un tempo y la orquesta en otro, pero es el director, en los ensayos, quien tiene que unificar. Porque tanto unos como otros tienen una gran experiencia en todo tipo de repertorios y siempre han brillado; máxime, en esta ocasión, donde los dirigía el maestro jerezano Juan Luis Pérez.
Hubo también problemas en algunos momentos más complicados orquestalmente, donde se adensaban las texturas y sin embargo estas no se distinguían con toda claridad, precisamente cuando más definición requerían. Uno de estos pasajes nos pareció encontrarlo al final del Scherzo, confuso, y sin embargo en el Trio central las diferentes coloraciones de las maderas y trompas, junto a las cuerdas, ofrecieron un fresco verdaderamente emotivo y conmovedor. Tampoco ayudó el que el concertino Crambes, sobre todo al inicio, se anticipara ligeramente, como lo hacía tiempo, creando una especie de tartamudeo de los enunciados melódicos. Por fortuna, en la recta final los contrapuntos son majestuosos y muy rítmicos, con lo que el camino discurrió hacia el triunfo final.
Carlos Tarín
Raquel Lojendio, Cristina Faus, Juan Antonio Sanabria y José Antonio López.
Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza (Dir.: Juan Luis Pérez).
Real Orquesta Sinfónica de Sevilla / Juanjo Mena.
Sinfonía nº 9 en Re menor, Op. 125 ‘Coral’.
Teatro de la Maestranza, Sevilla.
Foto © Guillermo Mendo