Gustavo Dudamel, junto a la London Symphony Orchestra protagonizaron el primero de los dos conciertos ofrecidos en Madrid en Ibermúsica. En programa, dos obras imprescindibles del repertorio sinfónico: la Sinfonía núm. 41 en do mayor, K.551, “Júpiter”, de W. A. Mozart, y la Sinfonía núm. 1 en re mayor, “Titán”, de G. Mahler.
Si una de las metas de Dudamel es la de llevar a la gran música a un público de amplio espectro, para cambiar el mundo a través del arte, no cabe duda de que dicho propósito es cumplido con creces en cada una de sus actuaciones. Las largas colas para entrar en el Auditorio Nacional fueron el signo más visible del entusiasmo con el que el público madrileño sigue a esta carismática figura internacional de la dirección de orquesta, que se impone, incluso, al propio repertorio programado.
Comenzó el concierto con la Sinfonía núm. 41 de Mozart. Dudamel imprimió un tempo giusto al Allegro vivace, resultando asertivo en las octavas iniciales en “do”, fluido en su desarrollo, claro en la exposición de los temas y texturas, así como variado en contrastes, gamas dinámicas y articulaciones. El control ejercido por el maestro venezolano sobre el movimiento restó, sin embargo, cierta frescura y gracilidad a la interpretación.
Mucho más elocuente resultó el Andante cantabile, en el que director y orquesta mostraron mayor flexibilidad interpretativa alcanzando momentos de gran finura en los diálogos entre violines y maderas. Dudamel dio el cariz dramático adecuado al contrastante episodio en modo menor central del movimiento, logrando sutiles cambios de carácter mediante un fraseo dúctil y respiraciones entre los períodos melódicos.
El Allegretto discurrió con elegancia y mesura, mostrando con naturalidad sus distintos episodios.
Finalizó la obra con un vibrante Molto Allegro en el que maestro y formación dieron lo mejor de sí a la hora de exponer los variados pasajes fugados que Mozart combina de forma magistral con la forma sonata. La cuerda, que brilló por su vertiginosa articulación, fue apoyada por una sección de maderas precisa y diáfana en todas sus intervenciones. Fue destacable el papel de los timbales, bien empastados y claros en ataque, y que enfatizaron en todo momento los cambios de los distintos bloques temáticos para dar empuje y vigor a esta versión.
La Sinfonía núm. 1, “Titán”, de Mahler se inició con la tenue y estática atmósfera sobre la nota grave “la” de los contrabajos, doblada en armónicos sobreagudos por el resto de cuerdas en suavísimos matices, mediante la que el compositor nos sumerge en ese mundo irreal tan propio. Sobre este asiento sonoro, Dudamel fue recreándose en los pasajes de las maderas, incisivamente articuladas, para desgranar los variados y puntillistas incisos del comienzo del Langsam schleppend. El tema principal, procedente de las Canciones de un camarada errante, fue expuesto con gran sutileza, siendo el elemento catalizador de todo el movimiento junto al refinamiento tímbrico exhibido. Sin embargo, maestro y orquesta no lograron alcanzar la requerida unidad de los diversos elementos que constituyen el movimiento para percibir con nitidez su perfil estructural.
Más fluido y contundente resultó el Kraftig bewegt con su pesante y marcado tema del Landler en las cuerdas graves, que dio el impulso adecuado a la sinfonía. La orquesta se mostró cómoda y compacta, con brillantes tutti y logrados contrastes entre los bloques temáticos. Resaltó la entrada de las trompas en el Trío, que fue planteado por Dudamel con suma elegancia gestual y flexibilidad en los fraseos.
El solo de contrabajo con sordina sobre el ostinato de timbal imprimió carácter mórbido al Feierlich und gemessen. El movimiento fue desplegándose lentamente, sumando las distintas familias instrumentales a la implacable marcha fúnebre. Dudamel presentó con gran delicadeza los motivos de raíz tradicional insertados por Mahler, dando coherencia a los continuos cambios de tempo y carácter inherentes al movimiento.
La grandiosa construcción del Stürmisch bewegt final, por parte de Dudamel, remató con contundencia a la sinfonía. El agitado y tormentoso comienzo, totalmente equilibrado pese a la intensísima actividad de la sección de percusión –sobre todo en los dos timbaleros– propulsó a la obra a niveles excepcionales de energía dramática. El maestro venezolano dirigió con pulso firme y claridad expositiva cada una de las secciones del movimiento, otorgándoles la expresión idónea. Uno de los momentos más inspirados fue el tema luminoso de los violines en el Sehr gesangvoll, tras la tremenda sección inicial, donde Mahler adelanta la particular atmósfera de sus futuros adagios. Dudamel exhibió sus más refinadas cualidades interpretativas junto a una orquesta entregada y cómplice de todas sus indicaciones. El movimiento concluyó con rotundidad apoyado en la sección de metales que, en pie y con los pabellones de sus instrumentos al aire, logró el carácter triunfal con el que se cierra el complejo discurso musical plasmado por Mahler desde esta primera sinfonía.
Dudamel abordó resueltamente estas dos grandes obras separadas por un siglo. La última sinfonía de Mozart fue compuesta en 1788; la primera sinfonía de Mahler fue finalizada en 1888, como si del Alfa y el Omega del sinfonismo vienés se tratase. Las visiones ofrecidas por Dudamel fueron cruzadas: la sinfonía mozartiana resultó convincentemente expuesta, aunque contenida; la primera sinfonía mahleriana se mostró lírica e impetuosa, pero falta de mayor control en varios de sus movimientos. Los planteamientos del gran maestro venezolano asumieron sus riesgos por no ser repetitivos y centrar su interpretación en el mismo acto del concierto. El público recibió con largas y efusivas ovaciones ambas propuestas, realizadas por unos intérpretes de primera línea y totalmente entregados.
Juan Manuel Ruiz
London Symphony Orchestra / Gustavo Dudamel.
Obras de Mozart y Mahler.
Ibermúsica. Auditorio Nacional. Madrid.
Foto © Rafa Martín / Ibermúsica