Los críticos de música debemos saber de música, claro, e incluso podemos ser músicos, pero, ante todo, somos “grandes músicos” fracasados, de ahí que nuestras felicitaciones deban tomarse en serio y nuestras objeciones, no, o al menos solo lo justito. Digo esto porque el concierto de la Nacional realizado este fin de semana en el auditorio madrileño conlleva felicitaciones (serias) e invita a objeciones (con pinzas).
Comencemos con una felicitación: la que merece la programación. Hay que echarle valor para unir en una velada a tres autores de discursos exigentes (Mahler, Berg y Colomina), sin un agradable Mozart que echarse a las orejas para deleitarse cómodamente. Para redondear el valor, la obra contemporánea ocupó un lugar preeminente en vez de abrir el evento, y del compositor más “decimonónico”, Mahler, se ofrecieron un desecho (Blumine) y un epígono (el Adagio de la Décima Sinfonía). La primera de estas páginas mahlerianas, la que abrió el concierto, apareció en 1889 como segundo movimiento de la Primera Sinfonía, Titán. A partir de 1894, el autor decidió guardarla en un cajón, y preguntarnos cómo percibiríamos la sinfonía ahora si se hubiese mantenido su estructura original entra dentro de tertulias pedantes. El caso es que este andante muestra a un Mahler joven que todavía tiende a la luz de manera natural (bueno, todo lo natural que se podía ser en el Imperio Austrohúngaro); en manos de otro creador, estos pentagramas se habrían convertido en un barrizal de azúcar, pero la punzante inquietud de Mahler consigue una obra hermosa que no se deja caer en la cursilada (aunque se mueva al filo de la navaja). La orquesta la interpretó con absoluta corrección, pero de manera plana. Todo sonó agradable, pero ante todo porque la pieza es agradable y los ejecutantes saben afinar. Lo mejor, las transiciones entre episodios, desplegadas con sensibilidad por el director titular, David Afkham. Una pena que no demostrase el mismo mimo para bucear en el resto de matices.
A continuación, el estreno mundial de VISITACION[e]S constituyó una muestra de la maestría de Òscar Colomina i Bosch sobre los pentagramas. La obra, inspirada en la comunicación con el más allá (sea el infinito o sea el sueño) y con los ausentes (sean muertos o deseados), une tradiciones, filosofías y literaturas a través de poetas tan diversos como Li Bai, Omar Khayyam, Al-Rusafi, Guilhem de Peitieu o Joan Margarit. La composición es impecable, está perfectamente escrita, y la dimensión instrumental ilustra escrupulosamente el sentido de los poemas. A día de hoy, este tipo de lenguaje atonal ya no supone ningún escándalo, lo que demuestra tanto que el sistema ha asimilado estas sonoridades como que existe una corriente de atonalismo aceptado, de consenso, académico. Una obra pulcra, artesanalmente magistral, pero que no aporta nada nuevo. La orquesta y su director entraron en ella con respeto y gusto, sin la excesiva homogeneidad de la pieza anterior, y desplegaron su eficacia técnica además de la atención a la trama.
Pero por encima de todo y de todos, alguien que merece todas las felicitaciones: la soprano Jone Martínez. Posiblemente, una de las mejores interpretaciones vocales escuchadas en este auditorio. Su técnica responde a la mayor sofisticación, y sin ese saber no sería posible afrontar las numerosas dificultades de esta pieza, pero no le interesa tanto mostrar esa técnica como aprovecharla para alumbrar la realidad sonora. Su timbre es una navaja que entra hasta el estómago de sonidos y poemas para conmocionar al público. Poco se le aplaudió para lo que merecía.
La segunda parte comenzó con un monumento sinfónico del siglo XX: las Tres piezas para orquesta de Alban Berg, digno heredero de Mahler por inquietud y manejo del material tradicional. Escritas en los albores de la I Guerra Mundial, estas obras deciden echarle una palada de cal (o incluso de guano) al cadáver del ayer, desde la sociedad decadente hasta el patriotismos belicoso; de ahí la necesidad de deformar valses y marchas dentro de capas densas de identidad. La orquesta se lanzó a la aventura con ganas, especialmente en la Marcha final. Aunque ya sin resto de discurso plano, lo cierto, no obstante, es que faltaron sutilezas. Del matiz piano se podía pasar al fortissimo sin solución de continuidad, sin transitar. Todo muy espectacular, por supuesto, pero en absoluto imaginativo.
Esta falta de sutileza se hizo más patente en la última obra de la jornada, el Adagio de la Décima Sinfonía de Mahler, de lo último que llegó a crear. Tal vez resuenen ecos del joven Gustav encantador y más optimista de Blumine, pero lo cierto es que su manera de regodearse en el discurso es la gran conquista del autor. Sobre las tablas, de nuevo, eficacia instrumental y buen empaste y mejor coordinación, pero, también de nuevo, falta de matices dentro de los matices, poca curiosidad por bucear entre el aliento del discurso y cierto exceso de verticalidad en contra de la fluidez. Eso sí: estupendas todas las cuerdas graves (violas, chelos y contrabajos), característica presente durante todo el concierto.
La velada resultó agradable, pese al riesgo que suponen estos autores y estas obras, y la orquesta demostró su pericia, pero se requiere más imaginación por parte del director para hacer de un buen concierto un ritual catártico. Una última felicitación: la que merece la autora de las magníficas y poéticas notas del programa, Carmen Noheda.
Juan Gómez Espinosa
OCNE. Ciclo Sinfónico. Temporada 2025/2026.
Obras de: Gustav Mahler (Blumine, Sinfonía n.10, Adagio), Óscar Colomina i Bosch (VISITACIO[e]S) y Alban Berg (Tres piezas para orquesta, op.6).
Intérpretes: Jone Martínez (soprano), David Afkham (dirección), Orquesta Nacional de España.
Fecha y lugar: 29 de noviembre de 2025, Auditorio Nacional de Música (Sala Sinfónica).