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Crítica / Entre lo espiritual y lo humano - por Abelardo Martín Ruiz

Madrid - 02/11/2022

El pasado 28 de octubre, tuvimos ocasión de presenciar el concierto de abono B/4 de la temporada 2022/2023 de la Orquesta Sinfónica y Coro de Radiotelevisión Española, que fue inaugurada recientemente. Para este compromiso, la agrupación sinfónica y coral contó con la colaboración de un reconocido director invitado como Pinchas Steinberg, así como con los cantantes solistas Carlos Mena, Sonia de Munck y Javier Franco; del mismo modo, para los últimos números de la segunda parte se contó con la participación de las voces infantiles de las niñas del Grupo Vocal Antara Korai.

La primera obra del repertorio, los Salmos de Chichester, forma parte de la considerable producción que Leonard Bernstein, una de las figuras más representativas de la dirección de orquesta durante el siglo XX, concibió en su también faceta compositiva, asumiendo planteamientos característicos de un lenguaje puramente personal en el que se conforman numerosas influencias de la tradición romántica y de la música popular americana, a partir de fundamentos diatónicos pero abiertos a las corrientes vanguardistas de su tiempo. Esta partitura, sin embargo, configura una de las creaciones en las que se establece una mayor utilización de la tonalidad de su producción, empleando, de idéntica manera, tratamientos propios tanto rítmicos como armónicos.

La visión de esta música se centró en una cuidada estructuración sonora desde las cuerdas, de una amplia elegancia y dulzura, con frecuentes contrastes marcados entre cada uno de los movimientos de los salmos, preservando, simultáneamente, en relación con el sentido del texto, unas articulaciones profusamente marcadas y un hermoso sentido de la textura cantábile, en su función de acompañamiento permanente, a la manera de un claro soporte compacto del discurso.

El sentido del fraseo del primer salmo generó un aura reminiscente del sonido arcaico en la que se conservaría una pureza singular de la antigüedad, revestida de la encomiable atmósfera proporcionada por las arpas. Por su parte, las voces femeninas del coro, manteniendo una línea de ligereza y sensibilidad, se erigieron ostensiblemente más fusionadas que las correspondientes masculinas en determinadas ocasiones, a las que les pudo faltar, en períodos concretos, cierta proyección y uniformidad de claridad en sus registros.

Consideraciones al margen, las preciosas dinámicas del segundo salmo, lírico, cantábile y profundamente evocador, en el que particularmente reseñable resultó la voz solista de Carlos Mena, sutil, delicada y con una exquisita proyección de su transparente timbre, contrastaron con los volúmenes de un tercero que casi pareciera aproximarse a un llanto desconsolado o a un grito desesperado, combinado con un sentido del lirismo en la disposición de las cuerdas graves y las voces masculinas frente a las cuerdas agudas y las voces femeninas. La pasión y el romanticismo en toda su magnitud terminaron adornando las hermosas aportaciones de unos impecables instrumentos de viento metal con sordinas, con un formidable empaste, y de las intervenciones solistas destacadas, con una sonoridad brillante y cristalina tanto del violín solista como del violonchelo solista, en alternancia con las voces solistas en el coro, antes de emprender un camino conclusivo que formaría parte de un imaginativo entramado de planos dotados de una sentimental esencia.

En la segunda parte, la fastuosidad de los Carmina Burana, con la monumentalidad de sus 25 números, se sumergió en la influencia de lo ancestral a partir del ritmo como generador de la estructura, con una mirada retrospectiva al pasado en combinación con los recursos de un siglo XX con tendencia a la instrumentación masiva, usada para hacer referencia a los cantos de los goliardos medievales, y al mundo folclórico, con el propósito de reflejar temáticas intensamente humanas, desde la trascendencia del destino hasta la visión íntima del amor.

El apoteósico inicio se asentó como uno de los momentos más esperados de la tarde, con especial desenfreno y exuberancia de una percusión que prevalecería como una sección preeminente. En el coro, las voces masculinas se asentaron y se ofrecieron mucho más impactantes y abiertas que en la primera parte, con un marcado protagonismo, pese a que determinadas secciones de canto llano pudieron percibirse de manera eventual con un revestimiento demasiado lírico, en la línea de la tradición romántica, para una música de afectividad solemne e intrínseca tranquilidad. Los tenores, generalmente con registros brillantes, se mostraron demasiado extrovertidos por períodos, sintiéndose reforzados por las restantes voces masculinas de tesitura grave. Especialmente dominantes se observaron las intervenciones de los tres solistas en tenores y en bajos, una sección que, en concreto, estuvo siempre presente con una preponderante vehemencia.

Por su parte, el equilibrio de las voces femeninas, de una impactante calidad durante el cómputo de la velada, hizo gala de una correcta pronunciación que eventualmente podía perderse ligeramente, con motivo posiblemente de las características acústicas de la sala, pero que en cualquier caso estuvo conectada continuamente con la dicción de unas palabras sobre las que, prácticamente al término, emergieron las voces infantiles con registros femeninos de niñas, deslumbrantes y destacables. En las mismas destacó ese intento de preservación de pureza del canto llano anteriormente indicado, con ciertas reminiscencias antiguas en contraposición al lirismo de los restantes cantantes. En los solistas, por otro lado, destacó la voz resonante, intensa y penetrante del barítono Javier Franco, con un apasionamiento arrebatador, junto a una excelsa aportación del contratenor Carlos Mena y un gran equilibrio de la soprano Sonia de Munck, específicamente sublime en su registro agudo, con una magnífica colocación en el centro de su voz, de sobrecogedora ternura.

En la orquesta, el soporte de las cuerdas, como un bloque bien asentado y con multiplicidad de caracteres adaptados a la expresión del texto, desde lo oscuro, lo tempestuoso y lo temperamental a lo luminoso, lo sugerente y lo inspirador, estuvo comprendido por el cuidado de la resonancia natural y un continuo gusto hacia una inspiradora belleza. Es preciso señalar la buena conjunción de los violines solistas, del viento madera entre flautas y oboes, con una notable preponderancia tanto de la flauta solista en sus fragmentos más demandantes como del fagot solista en su registro agudo, y la determinación en la compenetración de las trompas y de los vientos metales.

El maravilloso final, con las voces infantiles, la voz solista y el coro, en combinación con el acompañamiento rítmico, adecuado y bien timbrado de los pianos, retomó la impetuosa sección inicial para cerrar un extraordinario concierto de una agrupación sinfónica y coral que, como aconteciese en anteriores citas, se encuentra ofreciendo una calidad con la que continúa permaneciendo como toda una referencia en el panorama nacional.

Abelardo Martín Ruiz

 

Leonard Bernstein (1918-1990) - Salmos de Chichester

Carl Orff (1895-1982) -Carmina Burana

Carlos Mena, contratenor

Sonia de Munck, soprano

Javier Franco, barítono

Grupo Vocal Antara Korai

Orquesta Sinfónica y Coro de Radiotelevisión Española

Pinchas Steinberg, director

Teatro Monumental de Madrid

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