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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica - En la delgada línea roja (Philharmonia Orch. / Ibermúsica)

Madrid - 30/04/2019

Repertorio exclusivamente ruso en el primero de los dos conciertos que la Philharmonia Orchestra presentó en el ciclo de Ibermúsica. La violinista estadounidense-coreana Esther Yoo actuó como solista bajo la batuta de Vladimir Ashkenazy, Director Honorífico de esta gran formación inglesa. En programa, el Concierto para violín y orquesta en Re Mayor, Op. 35 de P. I. Chaikovski y la Sinfonía Núm. 10, Op. 93 de D. Shostakóvich. Dos obras emblemáticas de dos genios creadores que, desempeñando gran parte de su vida artístico en la misma ciudad rusa -San Petersburgo- en distintos momentos históricos, son depositarios de la mejor tradición musical que nos ha brindado ese país.

Con gesto preciso, Ashkenazy abrió el Concierto para violín del primero de ellos. Si la sección de cuerdas mostró desde los primeros compases el gran empaste que le es propio ello no bastó para poner de relieve los sutiles matices expresivos de esta obra de referencia concertante. La versión resultó aterida y rígida en demasía, con un tempo manifiestamente lento, sin elasticidad en el fraseo de sus sugestivos motivos melódicos y con una dirección severa, atenta más al necesario equilibrio sonoro con la solista -carente de la presión de arco y proyección acústica adecuada-  que a la introspección musical. Si bien Esther Yoo mostró en general precisión y fluidez en la ejecución, así como buen entendimiento con la formación y maestro, estos valores no fueron suficientes para sacar a relucir el vigor e inspirado Pathos romántico de la obra. En la Cadenza, la solista mostró estos mismos aspectos resultando, además, algo difusa en la ejecución de las dobles cuerdas, registros sobreagudos o los pasajes en escalas. Fue destacable, sin embargo, el acertado solo de flauta en la reexposición del tema principal del Allegro Moderato, que dio cierto respiro a la rígida interpretación.

Sin solución de continuidad fue abordado el segundo movimiento, Canzonetta: Andante, donde la sección de maderas tuvo una remarcable intervención, sobre todo en la presentación del motivo coral y subsiguientes repeticiones por los distintos solistas de esta sección instrumental. Yoo mostró más precisión que profundidad expresiva en su parte, lo que unido a la falta de rubato y recreación en el fraseo por parte de Ashkenazy hizo que este movimiento central sufriera una clara pérdida de pulso.

A pesar de los intentos de recuperar la vitalidad latente en la partitura a través del virtuosismo del violín solista y la energía rítmica desplegada en el Finale: Allegro vivacissimo, no se logró el equilibrio necesario para contrarrestar el devenir musical precedente, ni un cierre convincente a esta “apolínea” versión de la obra.

Esther Yoo ofreció como propina, junto a la viola solista de esta formación, una lectura pirotécnica y vacua del arreglo para violín y viola de la Passacaglia de Handel realizada por J. Halvorsen.

Con la Sinfonía Núm. 10 de Shostakóvich se compensó, en parte, la pérdida de aliento vital mostrado hasta el momento. De nuevo, fue la sección de cuerdas la encargada de abrir el Moderato con sonido amplio y muy bien mixturado, clara en sus líneas contrapuntísticas -como si de un cuarteto de cuerda amplificado se tratara- y flexible en el fraseo y las respiraciones. El tempo elegido por Ashkenazy dio fluidez al movimiento pero restó un poco de carácter a su marcada atmósfera sombría. Los momentos acumulativos de los sucesivos tutti orquestales fueron bien conducidos por maestro y formación, logrando intensos y controlados clímax. Las maderas volvieron a demostrar todas sus virtudes en los solos de trompa, clarinete o en las bicinias de las dobles lengüetas y clarinetes.

El Allegro resultó rotundo, implacable y vertiginoso gracias a una Philharmonia Orchestra magníficamente engranada y centelleante en todas sus secciones. La ironía y elegancia inherentes al Allegretto quedó algo desdibujada por la mecánica dirección de Ashkenazy, lo que no quitó, sin embargo, fuerza y tensión a su dramática e impetuosa sección central o a las muy acertadas intervenciones de los solistas de flauta, clarinete, fagot, piccolo, corno inglés, oboe, concertino y, sobre todo, de la trompa solista cuyo rol se torna esencial en esta parte de la sinfonía. El Andante. Allegro discurrió fluidamente con los destacables solos de oboe, flauta y fagot sobre las tenues cuerdas, creando esa atmósfera enigmática y glacial -muy a lo Shostakóvich- que desemboca sorpresivamente en el optimista y vibrante final.

Todos los agentes sonoros implicados crecieron exponencialmente en el Allegro, mostrando ese empaque, virtuosismo y fulgor que hacen de esta orquesta una de las mejores formaciones europeas de la actualidad. Si bien la sinfonía se mostró contundente en su cierre, la visión (un tanto superficial) planteada por Ashkenazy -situada en “la delgada línea roja” que separa a una gran interpretación de una somera lectura- tuvo un resultado satisfactorio aunque sin llegar a leer entre líneas los más ocultos valores de esta enérgica, dramática y elocuente partitura.

Juan Manuel Ruiz

Esther Yoo, Philharmonia Orchestra / Vladimir Ashkenazy.
Obras de Chaikovski y Shostakóvich.

Ibermúsica. Auditorio Nacional de Música, Madrid.

Foto © Rafa Martín

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