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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

CRÍTICA / El Requiem que nos dio la vida (Festival de Granada, por Mercedes García Molina)

Granada - 15/07/2020

La 69 edición del Festival Internacional de Música ha estado marcada por dos acontecimientos importantes que han dotado de características inéditas a uno de los festivales más veteranos de España. Por un lado, el cambio de dirección con el nombramiento de Antonio Moral en enero tras las dimisión de Pablo Heras-Casado y por otro, por la pandemia causada por el Covid-19 que ha mantenido cerrados los escenarios hasta su progresiva y parcial apertura a lo largo del mes de julio.

El Festival de Granada ha sido el primero en levantar el telón con varios conciertos en streaming  y este tercer concierto con público, el primero tras el confinamiento  para la formación inglesa. Esta matinal con los Tenebrae fue diseñada por el anterior director y ha sido llevada a buen puerto gracias a los esfuerzos del actual equipo del festival,  ya que hasta dos semanas antes no había seguridad de que  Tenebrae pudiera llegar desde Londres. 

El programa fue cambiado poco antes para adaptarlo a la nueva situación, centrándose en obras pertenecientes a dos focos geográficos, España e Italia, con el nexo entre ambos que ejerce la figura de Tomás Luis de Victoria, y pertenecientes por otro lado a los Oficios de Tinieblas y de Difuntos de la liturgia católica.

Tenebrae Consort abrió el concierto con el motete Versa est in luctum del compositor sevillano Alonso Lobo (ca. 1555-1617), compuesto para el funeral de Felipe II en 1598. Alumno de Francisco Guerrero y continuador de su estilo contrapuntístico, compuso este motete perteneciente al Oficio de Difuntos durante su magisterio de capilla en Toledo. Realizado con un contrapunto menos complejo del habitual en Lobo, cuenta con tres claras secciones separadas por los momentos de clímax textual y musical: “Versa est in luctum cithara mea” (Mi arpa se ha transformado en luto), la segunda “Et organum meum in vocem flentium” (Mi órgano en la voz de los que lloran) y la tercera “Parce mihi Domine nihil enim sunt dies mei” (Perdóname Señor, porque mis días no son nada).

Con diez cantantes, dos sopranos primeras, dos segundas, dos mezzosopranos, dos tenores y dos bajos, abordaron este motete a seis voces (SSATTB) que inicia con un doliente hexacordo descendente en imitación entre las líneas de las sopranos. Con un sonido leve y delicado en el comienzo, fueron conduciendo los volúmenes y la tensión musical hasta las palabras  “flentium” y “nihil enim sunt dies mei”, puntos culminantes y más dramáticos del motete, hasta disolverla en un final casi extático con una perfecta afinación de los acordes y un suave manejo de las líneas melódicas.

El Miserere de Gregorio Allegri (1582-1562) ha sido a lo largo de la Historia de la Música una obra rodeada de misterio y expectación. Guardada en el Archivo Vaticano, su interpretación fuera de los muros de la Capilla Sixtina estaba penada con la excomunión. Ha llegado hasta nosotros en una copia transcrita de memoria por un Mozart niño y corroborada por el Padre Martini. Allegri, continuador de Palestrina y Anerio en la Capilla Sixtina, compuso este salmo del Oficio de Tinieblas en torno al año 1650. Consiste en una sencilla armonización o fabordón del canto llano, en “alternatim” con los versos gregorianos. Lo que proporcionó la fama y la afluencia del público asombrado cada Semana Santa a la capilla eran las bellísimas y difíciles ornamentaciones añadidas posteriormente.

Como transición mientras hacían los cambios de colocación para el doble coro del Miserere, The Tenebrae cantaron las Lamentaciones en canto llano haciendo recaer la interpretación de los versos de forma individual en cada los cantantes masculinos, incluido el propio Nigel Short (ex-Kings Singers). A lo largo del Miserere demostraron de nuevo la  perfecta declamación del texto en homofonía - cuestión nada fácil- , la contenida expresividad y la perfecta afinación de los acordes hasta hacer reverberar los armónicos en las bóvedas de San Jerónimo. Fue sobresaliente la recitación de los versículos gregorianos por parte del tenor Nicholas Madden y las ornamentaciones a cargo de la soprano Victoria Meteyard, que llegó con soltura al do5 y que sólo se vieron  afectadas por una ligera falta de fiato al final de  los versos.

Pero donde realmente brilló en todo su esplendor el grupo británico fue en la interpretación del Oficio de Difuntos de Tomas Luis de Victoria, por cuya grabación fueron nominados para los prestigiosos BBC Awards. El Officium Defunctorum es la última obra de Tomás Luis de Victoria (ca.1548-1611) compuesta en 1603 en su puesto de organista y capellán en las Descalzas Reales de Madrid, para las exequias de su patrona, la emperatriz María de Austria, hermana de Felipe II. Publicado en Madrid en 1605, está considerada una de las más grandes obras del Renacimiento. Como compositor educado en Roma desde los dieciséis años en uno de los más exclusivos centros de la Contrarreforma, Victoria realiza al final de sus días una obra cumbre que une la sencillez de medios y austeridad del Requiem de tradición hispana, el uso de una plantilla vocal grande (SSATTB) siguiendo la costumbre neerlandesa o italiana y las innovaciones de un Barroco en ciernes, como el uso de madrigalismos y una armonía rica y cambiante.

Según cuenta Mercedes del Castillo en sus excelentes notas al programas, el Oficio de Difuntos de Victoria es una obra que ofrece un resultado de claroscuro debido a los cambios constantes de texturas ( contrapunto/homofonía, polifonía/ recitado gregoriano) y a los cambios de modo mayor/menor.  Victoria compuso las partes del Ordinario de la Misa de Difuntos, algunas del Propio como el Introito, Gradual y la Comunión. Añadió el motete Versa est in luctum con el mismo texto de Job que el de Lobo, el responsorio final Libera me, Domine y  la Lectio II de la Lección de Maitines del Oficio, Taedet anima mea. Pese a la variedad de partes, Victoria logra la unidad a través de un motivo melódico basado según Owen Reese, en las notas iniciales de la antifona Salve Regina, en alusión a su patrona María de Austria.

La versión de Nigel Short y los Tenebrae fue exquisita en el declamado del texto homofónico, tal y como ocurrió en el Miserere, transparente y despojada en los momentos de mística calma y expresiva hasta el desgarro en las partes del texto que expresan la desolación y la incertidumbre del hombre ante la muerte (el Tártaro). Hubo instantes realmente sobrecogedores gracias a la sabia interpretación de la expresión retórica del texto. Con claridad, dejando paso al genio de Victoria sin los manierismos de otros grupos ingleses, emocionaron y elevaron al público especialmente en el clímax  (de nuevo en la palabra “flentium”) del Versa est in luctum y en los versos tremendos del Libera me, Domine (Dies irae, dies illa).

El Requiem de Victoria no es una obra fácil (todo el que la haya cantado lo sabe), por la extensión de las tesituras, especialmente incómodas para las altos y sopranos II, de frases largas y de un enorme carga emocional que va acumulándose sobre el cantante a lo largo de la obra que se interpreta de forma continua en concierto y no separadamente como tal y como fue concebida. Me consta por tanto el esfuerzo físico y mental de unos cantantes separados por dos metros de distancia en la difícil acústica del enorme templo del monasterio. Sin embargo ofrecieron lo mejor de sí mismos, llegando a cotas de absoluta perfección técnica y expresiva.

Destacaron especialmente las voces de Rosanna Wicks (S2), Bethany Patridge (S1), las de la mezosoprano Martha McLorinan, el tenor neozelandés Nicholas Madden y el barítono Jimmy Holliday. La dirección de Nigel Short, de gesto amplio y suave, transmitía una naturalidad que luego reverberaba en el público a través  de sus cantantes. Dotó de sensación de facilidad a una obra técnicamente exigente y de contenida emotividad sin perder de vista en ningún momento la expresión fiel de los afectos. A lo largo del Requiem nos llevó del dolor de la muerte a la esperanza de la Resurrección, sin solución de continuidad. Las lágrimas en los ojos de Nigel Short, de algunos cantantes y de parte del público al finalizar, hicieron de este concierto un hecho único, no sólo desde el punto de vista de la excelencia musical sino también desde el punto de vista humano.

“Passion and Precision” es el lema del conjunto británico y lo llevaron a sus últimas consecuencias. Un concierto que quedará en la memoria colectiva y que hay que agradecer por el esfuerzo y la valentía, al Festival Internacional de Música y Danza de Granada y a Antonio Moral. Fortuna audaces iuvat.

por Mercedes García Molina

Tenebrae Consort

Glorias del Renacimiento: obras de Allegri, Lobo y Victoria

69 Festival Internacional de Música y Danza, Granada

Foto © Fermín Rodríguez

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