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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / El amigo Perianes - por Ramón García Balado

Santiago de Compostela - 02/05/2022

Concierto dentro de la serie del Ciclo Ángel Brage, recibiendo de nuevo a Javier Perianes, como director y solista con la Real Filharmonía de Galicia (y de concertino invitado, Cibrán Sierra, del Cuarteto Quiroga) con afortunadas colaboraciones con esta orquesta, entre ciclos y concursos de compromiso, y que una vez más ratificaba la excelente empatía con nuestra  formación. Un Perianes que reconoce la importancia que en su evolución tuvo Daniel Barenboim, desde la asistencia a diversos masters, desde Viena a Berlín o la colaboración con el proyecto del West-Eastern Divan, con los respectivos ensayos, que redundarán en un gran beneficio artístico.

El maestro siempre elogió en él su talento, instruyéndole en todo momento a que cuidase el gusto por el sonido, y la manera en cómo tratarlo, partiendo de la base de que el piano, es un instrumento en el que hay que saber percutir la cuerda con criterio y sensibilidad. Las ocasiones frecuentes en las que coincidió con su admirado maestro, siempre supo estar atento a esos detalles que tenía a gala estimar.

Mozart en el Jeunehomme-Konzert K. 271, esa obra de Salzburgo y cuyo nombre recibe de la producción pianística editada con tal nombre, en parte por una virtuosa francesa Mademoiselle Jeunehomme, que había visitado poco antes Salzburgo, ofreciendo una gala concertística, durante una gira. Nuestro artista, harto entonces del ambiente de la corte de Colloredo, el encuentro con ella resultó un estímulo irrenunciable , quedado como testimonio esta obra, sobreponiéndose además al gusto del momento, gracias a la riqueza de la forma y a las atenciones otorgadas a un diálogo equilibrado y refrescante, entre el solista y la propia orquesta, manteniendo el carácter sinfónico y las proporciones como elementos destacados, que facilitan al mismo una clara unidad dentro de esa componente tradicional.

En un salto de siglos, Olivier Messiaen, comentará que es un salto sobre la muerte, fiel compañera de las veladas mozartianas y que supondrá la iniciación a la verdadera vida.

El Allegro, para el solista, se distanciaba  del universo galante, en la clara disputa entre su actitud y orquesta, para llevarnos a una exposición densa en la que encontramos importantes sorpresas como la aparición del solista con un gracejo personal enfocado hacia una recapitulación en un ascenso cromático, tras la parte orquestal. No quedan concesiones a un posible reposo, preparando el alarde de la conclusión con la sorprendente aparición del piano que recuperaba rasgos en arpegios, preparando la conclusión.

El Andantino, un puro contraste, mediado por la  tonalidad menor, puede parece similar al Andante de la Sinfonía concertante K. 364, y que algo se observa de un recitativo operístico, por su devaneo que nos traslada a un largo de clara serenidad, en la que la orquesta se muestra como una reconocible oposición. Ya en el Rondó, sí se acerca al distanciado espíritu galante, en el que el piano, parece tomar un detalle del aria de Monostatos, en La flauta mágica. Nuevas sorpresas se escucharán manejadas por la imaginación del salzburgués, apostando por un final de atractivo irresistible.

Beethoven y el Concierto  para piano y orquesta n º 3, en Do m. Op. 37, presentado en el Theater an der Wien, en abril de 1803, en el que ejercía el mismísimo Schikaneder y que para aquella cita, incluía la Segunda Sinfonía Op. 36, siendo solista el propio autor, con la partitura todavía incompleta, lo que ocasionaría no pocos problemas. A mayores, la temible sordera como amenaza confirmada.

El musicólogo C. Rosen, no dudará en encontrar reminiscencias mozartianas en este concierto, siendo el pasaje más notable la imitación de la coda del K, 491, en el que el solista interpreta arpegios, tema que resulta poco común, al final del primer movimiento. Además, el músico se salta el ritornello final, después de la cadencia, pasando directamente a la  coda.

El Allegro y Rondó finales, suponen estilísticamente un paso atrás recuperando el típico manierismo vienés, que parecía ya postergado. Ese Allegro con brio que reposa en la típica forma sonata, con una dramática retórica, próxima a un curioso humorismo, modelo de los conciertos de género, que posiblemente pueda parecer plagada de ramalazos pretenciosos. El concierto avanzó con el Largo que nos ubica en las alturas de las grandes obras maestras, una confirmación evidente del salto cualitativo, en un tiempo dotado de una fascinación propia de  una escena de aliento imponente, que sobrecoge al oyente gracias a la ostensible declamación manifiesta en el piano, quizás una traslación de un himno de aire arrebatado, de claro virtuosismo refinado. Un largo final, precede a una seductora aparición final en escalas ascendentes.

El Rondó: Allegro, quedaba como una página agradable y fresca, que más de un analista, encontraba quizá un tanto pintoresca, mostrándonos  al Beethoven más apreciable en los aspectos puramente técnicos.

Ramón García Balado  

 

Javier Perianes / Real Filharmonía de Galicia

Obras de Mozart y Beethoven

Ciclo Ángel Brage

Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela

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