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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Debut de Edward Gardner con la Filarmónica de Gran Canaria - por Juan F. Román

Las Palmas de Gran Canaria - 12/05/2025

Uno de los programas a priori más interesantes de la actual temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria era este que nos ocupa. En él se conjugaban el debut frente a la agrupación grancanaria, primera vez que dirige una orquesta española, del prestigioso director Edward Gardner, actual titular de la Orquesta Filarmónica de Londres y la Ópera Nacional Noruega, y un rutilante programa de máxima exigencia para músicos y director.

Con Petruchka de Stravinski, versión de 1947, tuvimos una primera muestra de las maneras del británico. Gardner es un director concienzudo que no deja nada al azar. Su Petruchka fue muy elaborada, plasmando con nitidez los numerosos cambios de ritmo y de tempi, que ejecutados con precisión, sonaron con sentido y espontaneidad. La rutilante orquestación stravinskiana lució con plenitud, en una lectura de gran claridad, en la que se escuchaba todo, e incluyó una amplia gradación de volumen con base en inmateriales pianísimos que podían amplificarse, bien gradualmente en ajustados crescendos, o bruscamente en un salto inmediato al forte, recurso muy querido por Stravinski.

El empaste instrumental estuvo muy trabajado, evitando las sonoridades broncas, para lograr un equilibrio exquisito entre las diferentes secciones instrumentales. No es Gardner amigo de fortísimos desaforados. Sus climax estuvieron siempre bajo control, sin forzar al máximo las posibilidades decibélicas, de forma que el sonido resultante nunca se descontroló. Fue un Petruchka refinado, de aristas pulidas y algo recortado en su acidez. Precisamente por ello, en determinados pasajes no hubiera venido mal un fraseo más anguloso y algún contraste dinámico más acentuado, como las súbitas entradas de tambor y timbales, tan contenidas que diluyeron el elemento de sorpresa que buscaba Stravinski. Con todo, fue una interpretación de gran virtuosismo de batuta y orquesta, que posibilitó la exhibición de prácticamente todos los solistas de una Filarmónica de Gran Canaria en un momento especialmente dulce. 

El Mar de Debussy, otro desafío para batutas y orquestas, propició volver a admirar algunas de las mejores características de Gardner, en una pieza sin las aristas y angulosidades de Stravinski, que permitió al británico exponer su ejemplar capacidad para las transiciones armónicas y temáticas, realizadas con mimo y máxima atención al detalle, graduando con destreza las mínimas alteraciones de densidad y color instrumental, haciendo posible la escucha de innumerables matices que frecuentemente pasan desapercibidos, incluso en grabaciones, como los toques en pianísimo de los címbalos.

Su capacidad para cantar los temas tuvo fiel plasmación en las amplias secciones en las que los cellos se situaban en primer plano, exhibiendo un sonido aterciopelado y cálido, que se extendió a maderas, metales y a una percusión de la que extrajo delicadas pinceladas de color. Lástima que la colocación de las arpas en su lugar habitual, tras los primeros violines, impidiera su escucha en demasiadas ocasiones, incluso en una lectura de texturas tan diáfanas como esta. Frente a tanta delicadeza se echó en falta una mayor exaltación en algún climax como el que cierra el primer movimiento, que sonó admirablemente proporcionado y pleno de color, pero un tanto cohibido.

La segunda suite de Dafnis y Cloe de Ravel, que cerró el programa, propició que Gardner desplegara su sentido del color instrumental, plasmado en una exuberante paleta cromática que la Filarmónica de Gran Canaria ejecutó de manos de sus solistas y del tutti, alternándose en el primer plano toda la amplia plantilla de maderas con formidables resultados. La acertada decisión de ofrecer los tres movimientos sin pausa favoreció un desarrollo sin interrupciones y una mayor concentración en la escucha. La habilidad de la batuta para graduar intensidades fue puesta a prueba de nuevo en los sucesivos crescendos que dan forma al primer movimiento y especialmente al tercero, frecuentemente convertido en un pandemónium, que Gardner evitó recogiendo y soltando las grandes olas de sonido, marcando con precisión las progresiones que desembocaban en los sucesivos clímax hasta culminar en el exultante tutti final.

Espero que podamos volver a contar en próximas temporadas con la presencia de Edward Gardner en programas tan admirables como éste.

Juan Francisco Román Rodríguez

 

Orquesta Filarmónica de Gran Canaria / Edward Gardner

Obras de Stravinski, Debussy y Ravel. 

Auditorio Alfredo Kraus. Las Palmas de Gran Canaria.

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