Con todos sus ingredientes (el primer día, habitual día “de estreno”, el pase se realizó con el coro en huelga, o sea, lo que se diría en imaginado argot teatral: haciendo mutis por el… “coro”...) disfrutamos, pues, este segundo día de La tabernera del puerto de Pablo Sorozábal, con todo su plantel de solistas (el segundo reparto), con todo su coro y orquesta, y con todo el personal de sonido, iluminación, acomodadores etc. que levantan día tras día, pase tras pase, cada una de las producciones de este histórico Teatro de la Zarzuela madrileño. Un inesperado segundo pase… “de estreno”, pues.
Última producción de la temporada, que ya hemos reseñado con rotundo éxito en otras ocasiones con otros protagonistas sobre las tablas (algunos, por cierto, felizmente comunes con el plantel de hoy… como la magnífica composición del personaje de Ripalda por Ángel Ruiz en un papel característico donde hace alarde, incluso, de su breve, pero perfectamente resuelta, línea de canto).
Una obra, drama y música excepcionales, que siempre es garantía de éxito (y “hacer caja”, también…). Porque, una vez más, se colgó el “lleno hasta la bandera” en el pase del que fui testigo y se mantiene (si consultan la taquilla virtual de internet lo comprobarán) hasta la última representación… Y, dicho sea de paso, se lo crean o no, con jóvenes veinteañeros incluidos entre el público (¡pagando su entrada, ojo; no de invitados…!). Me consta, porque de hecho, coincidí en el descanso con un grupo de alumnos del Conservatorio de Atocha celebrando el cumpleaños de uno de ellos… con Sorozábal… en el paraíso (en todos los sentidos, sin lugar a dudas).
Y es que está reposición ofreció buen número de momentos emotivos, con escenas que no se nos van a apartar nunca de la retina, como la tan conseguida de la tempestad en la lograda introducción al tercer acto… Verdadera “galerna… de emoción y de curtido ingenio teatrales”.
Me viene a la mente, en ligera paráfrasis, aquel consejo que, de inicio, hacia con buen tino Marola a Leandro y, de paso, a todo el respetable: Marinero hazte a la mar… que la tierra es mundo traidor…
Una dirección de escena que no nos cansamos de celebrar en las críticas previas y en ésta de hoy, capitaneada por Mario Gas; un convincente y práctico escenario (incluido el eficaz chapoteo con el agua en proscenio…) de Ezio Frigerio y Ricardo Massironi; acorde vestuario por Franca Squarciapino; una vital iluminación de Vinicio Cheli de la que dependen algunos de los efectos teatrales y, en particular, aquella tormenta nocturna, protagonista de un Cantábrico embravecido en la imaginada y universal Cantabreda.
En lo concerniente a los solistas sobre las tablas, voy a comenzar con el mismo tono con el que nos desayunamos esta noche con esta Tabernera. Me refiero al excepcional dúo inicial que nos ofrecieron, de primeras, Leandro y Marola. Un dúo que, en esta ocasión y con todo a punto, bien podría haberse “bisado” (ya sé que eso no es posible… ¿o sí?) Musicalidad expresiva y plasticidad vocal en ambos, Serena Sáenz y Celso Albelo, que, en aquel momento de puesta a punto del elenco en el foso, no siempre seguía y arropaba con la flexibilidad dinámica necesaria una orquesta dirigida por José Miguel Pérez-Sierra. Un foso que fue de menos a más en la representación a medida que los tres actos se fueron sucediendo y, especialmente, ya con la festiva entrada del segundo, sitos en el mítico bar de Marola (¿... en un país de fábula?).
Albelo fue un tenor que destacó por sus cualidades canoras: limpios, enérgicos y emotivos agudos; una linea de canto perfectamente delimitada con maleabilidad y lógica musicales y, ¡claro está!, con su bis en el No puede ser… casi obligado… (un bis que el público pide en deferencia al tenor que lo defiende en primer término pero, quizás sin pretenderlo, rinde tributo al genial compositor que lo creó).
Juan de Eguía en la presencia y calidad vocal de César San Martín, fue el otro vértice de este moderno por muchos aspectos, triángulo amoroso (equívoco pero, en cierto modo, más profundo que en la acepción habitual de esta expresión). En suma, sólida composición del personaje y adaptación dramática.
Simpson, por su parte, perfectamente encarnado y en la poderosa voz de Simón Orfila.
Un personaje algo apartado en la trama pero crucial en su aportación y significado consciente e inconsciente (casi, y sin casi, diría que… freudiano), y con mucho y variado papel e importante carga dramática sobre sus espaldas, el joven Abel (siempre con su acordeón en ristre) fue defendido con holgura, entrega y personalidad por Ruth González.
Y ¡cómo no! (At last but not least) la pareja formada por la sardinera Antigua, con Vicky Peña, y el patrón Chinchorro, con Pep Molina. Geniales ambos, aunque con algo más de papel uno que otro, se vieron también, algo perjudicados (ensombrecidos acústicamente) en su característico dúo cómico inicial, por similares razones al dúo de protagonistas antes mencionado. Un dúo, este último citado de Antigua y Chinchorro, que, además, musicalmente tiene gran importancia en la relativa lógica de Leitmotive (en plural, de ahí la e final en alemán) que plantea Sorozábal.
Una obra excepcional de partida, salida de las manos de Sorozábal en la música, sí, pero con un libreto no menos excepcional de nada menos que la pareja formada por Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw (colaboradores asiduos en títulos de la categoría de: La canción del olvido, Doña Francisquita, El caserío, La rosa del azafrán, Luisa Fernanda, La chulapona…). Tensión latente con secretos familiares en ciernes, de los que (piano, piano… con savoir-faire dramático) se hace participar al público; la rudeza marina y su brutalidad cercana al cine negro de la época (y, aún, hasta el de nuestros días) y, de fondo o en proscenio como fuera el caso aquí, la simbólica intemperancia oceánica (¿La sociedad de la que formamos nosotros mismos, frente a los actores de este u otros dramas…? ¿con este mar iracundo, o poniendo agua, literalmente, de por medio?). Una simbología marina para la música de un país, como el nuestro, de facto, rodeado por mares y océanos de costa a costa, hasta alcanzar el mismísimo mágico fin de la tierra (Finisterre) bañado por este indómito Atlántico de Cantabreda.
Luis Mazorra Incera
Reparto:
Marola: Serena Sáenz, Leandro: Celso Albelo, Juan de Eguía: César San Martín, Simpson: Simón Orfila, Abel: Ruth González, Antigua: Vicky Peña, Chinchorro: Pep Molina, Ripalda: Ángel Ruiz, Verdier: Xavier Ribera-Vall, Fulgen: Rafael Delgado, Senén: Didier Otaola y Valeriano: Ángel Burgos.
Orquesta de la Comunidad de Madrid y Coro del Teatro de la Zarzuela / José Miguel Pérez-Sierra.
La tabernera del puerto de Pablo Sorozábal con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw.
Teatro de la Zarzuela. Madrid.
Foto © Elena del Real