El octavo concierto de abono de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria no fue dirigido por el anunciado John Wilson, debido a cusas familiares, siendo sustituido por Adrian Leaper, director titular de la orquesta durante 8 temporadas. Se mantuvo el programa inicialmente previsto, dedicado a la música británica, territorio que el también británico Leaper conoce y frecuenta.
Abrió la sesión el Concierto para violín de Britten a cargo del violinista James Ehnes, que tan buen recuerdo había dejado en su anterior comparecencia con la orquesta. El canadiense es violinista de una sensibilidad extrema y exquisita musicalidad, poco dado a los exhibicionismos externos, de fraseo impoluto y sonido hermosísimo en todos los registros, que sin tener un enorme volumen comparado con otros grandes solistas, está excelentemente proyectado y llega sin problemas a la sala. Con aparente facilidad y sin alharacas solventó admirablemente los escollos virtuosísticos, haciendo gala de una impecable capacidad poética, hermosísimas las frases en el registro más agudo, muy solicitado, lo mismo que en el grave, con suficiente cuerpo y redondez. Leaper supo desbrozar una orquestación rica y compleja, sin deslucir la labor solista, con un cuidado extremo por las dinámicas y el equilibrio sonoro entre las distintas secciones orquestales y de estas con el solista, que propició una interpretación arrasadora pero a la vez contenida de uno de los grandes conciertos violinísticos del siglo XX, escasamente interpretado.
La Sinfonía nº 1 de Elgar, es una de las piezas de referencia del sinfonismo británico, que con su figura alcanzó, por primera vez desde Purcell a finales del XVII, alturas internacionales. Obra de plena madurez vital y creativa, es un fiel reflejo del personalísimo estilo de su autor, incorporando abundantes ritmos de marcha, un acendrado lirismo de cuño propio y una sonoridad muy particular que le otorgan un sello distintivo. Leaper supo reflejar este sonido apoyándose en una Filarmónica de Gran Canaria muy segura, cohesionada y flexible a los requerimientos de la batuta, que se preocupó de ponderar el sonido entre las distintas secciones instrumentales, con tutti poderosos de texturas bien aireadas, que permitían discernir las diferentes partes instrumentales que los conforman.
El maestro británico adoptó tempi generalmente reposados, que propiciaron un desarrollo sin apresuramientos, recreándose en los hermosos temas elgarianos, pero no pudo impedir caídas de tensión en el amplio primer movimiento, donde la excesiva ralentización de las partes más poéticas impidió mantener la tensión interior, dando como resultado un desarrollo fragmentado, pese a que la sonoridad global era plenamente elgariana. El allegro que conforma el segundo movimiento estuvo mejor expuesto en este sentido, contrastando con acierto el vertiginoso tema inicial con un segundo tema en forma de marcha típicamente elgariano, para pasar sin interrupción al tercer movimiento, adagio, donde las sutiles modulaciones entre los dos temas principales, manteniendo siempre un carácter sereno y elegíaco, le otorgan una pátina de añoranza acertadamente plasmada por Leaper. Muy acertado el delicado final del movimiento con una música que se va diluyendo hasta perderse en el silencio. El finale progresó de manera coherente en su sucesiva exposición de temas ya expuestos en movimientos anteriores, con crescendi diestramente realizados, evitando las sonoridades apelmazadas que puede propiciar la densa escritura instrumental, que desembocaron en la grandiosa aparición final del tema en forma de marcha que abrió la pieza, concluyendo de manera asertivamente triunfal.
Juan Francisco Román Rodríguez
James Ehnes, violín.
Orquesta Filarmónica de Gran Canaria / Adrian Leaper.
Obras de Britten y Elgar.
Auditorio Alfredo Kraus. Las Palmas de Gran Canaria.