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Crítica / Alcina en la prisión de Abu Ghraib - por Javier Extremera

Sevilla - 13/02/2024

Händel es el compositor más grande que ha existido jamás. Me descubro ante él y me arrodillaría ante su tumba 

(Ludwig van Beethoven)

La que hacía la 36 de las 46 óperas escritas por George Friedrich Händel, estrenada en Londres en 1735, fue sin duda el último gran éxito teatral del compositor más italiano que naciera jamás fuera de Italia. Alcina, monumento inigualable al “aria da capo” y a la inspiración melódica, es una obra llena de contrastes y discordancias, de lazos que se entretejen confusamente entre sí, de mentiras y falsas apariencias, de realidades vacuas en un mundo de imaginaria ilusión.

Alcina está locamente enamorada de Ruggiero, algo que termina por transformarla en un ser débil de carne y hueso. Este está prendado y hechizado también de la sibila, aunque su verdadero amor es Bradamante, que llega a la isla de la atormentada nigromante disfrazado de varón para rescatar de sus garras a su prometido, lo que provoca que Morgana (la hermana de Alcina) se sienta así mismo terriblemente atraída por la travestida heroína, que a su vez tiene al efusivo y celoso Oronte rendido a sus pies. Todo este juego de espejos sentimentales y eróticos, pero a la vez naif y confuso, todo este barullo de sábanas arrugadas y pulsiones a flor de piel, es ambientado en la amena, síquica e interiorizada propuesta escénica de Lotte de Beer, representada durante tres funciones en el sevillano Teatro de la Maestranza, en una especie de lujoso resort playero de esos de pulserita con todo incluido.

La holandesa, en su afán de buscar hasta debajo de las alfombras, explora todos los rincones psicológicos ocultos en el lacónico libreto, incluso dejándonos entrever el porqué Alcina odia al género masculino, pues un episodio de violencia de género con un individuo en su juventud fue el causante de tan imborrable trauma (como una especie de Turandot o Marnie la ladrona barroca). La parte más oscura, enfermiza y violenta del ser humano, representada teatralmente con un despliegue de demonios existenciales dignos de los universos fílmicos de Haneke o Bergman.

Bien socorrida por la soberbia iluminación de Alex Brok y el esmerado y colorido vestuario (muy a lo Hollywood de los años 50) de Jorine van Beek, la regista, con su implacable trabajo de dirección de actores, va desnudando poco a poco el rotatorio decorado hasta exponer la anémica soledad en la que finalmente va a acabar nuestra protagonista, que incluso está enfatizada en escena por la actriz Inma Alcántara dando vida a una Alcina de clase media, aburrida, anciana y solitaria.

La holandesa (que recortó a su antojo la partitura en beneficio de la dramaturgia) acierta a la hora de explorar el fútil glamour del reino de la hechicera, en la bajada a los infiernos de la guerra de sexos, al discurso sobre la fugacidad de ese amor que muchas veces acaba convertido en lágrimas, violencia, opresión, celos y poder sobre el otro. Un maltrato inhumano que incluso nos traslada hasta ese santuario de la infamia en que se convirtió la prisión iraquí de Abu Ghraib, con algunos extras en el escenario imitando a aquel icónico torturado encapuchado con manta y cableado en los genitales, impreso ya en todos los libros sobre la ignominia humana, por obra y gracia del pacificador ejército de liberación estadounidense.

Paraíso vocal

Si algo quedará de esta Alcina es el impresionante trabajo de la soprano vasca Jone Martínez y su derroche de belcantista talento vocal, nunca amanerado, de expresión intensa, timbre fresco y elegante, de centro pleno, robusto y extremos seguros, que pasó con nota los fragmentos virtuosísticos, aferrada a esa inexplicable fisicidad magnética sobre el escenario que tienen las grandes actrices. Mucho más entonada en los pasajes líricos que en los iracundos, fraseó su texto de forma conmovedora. Soberbia en el “Sì son quella!” del primer acto, legó uno de los grandes momentos operísticos en los últimos años del coso sevillano con su lánguido, inacabable y emotivamente declamado “Ah! Mio cor!” del acto final, de esos de guardar en vitrina. Las sobresalientes “Ombre pallide” y “Mi restano le lagrime” atestiguaron también que estamos ante una de las voces patrias con mayor futuro.

Estupenda también la Morgana de Lucía Martín-Cartón que llenó de fragancias mozartianas sus coloridas apariciones, como en la vivaracha y pegadiza “Tornami a vagheggiar” que cierra el primer acto o en la sentida “Credete al mio dolore” donde el engatusador violonchelo de Mercedes Ruiz le tendió una verdadera alfombra roja sonora.

El rol de Ruggerio (escrito originalmente para el famoso castrato Carestini) lo resolvió muy bien la mezzo Maite Beaumont, que tiró de veteranía y esmerada técnica para regalarnos un formidable “Verdi prati” o un melancólico “Mio bel tesoro” dulcemente acompañada por las flautas. Para cerrar el forjado círculo, la Bradamante de Daniela Mack (una precursora del Fidelio/Leonore) que literalmente se dejó la piel en la escena en que se desnuda frente a su amado en un inolvidable “Vorrei vendicarmi”. Eficacísimo el siempre terriblemente complicado Oronte de Juan Sancho (echando mano hábilmente del falsete para los pasajes más espinosos).

Cumplidora la joven Ruth González como el niño Oberto (único defensor del amor familiar) y algo desfondado el Melisso de Riccardo Novaro.

Andrea Marcon, gran valedor de esta ópera (inolvidable su puesta de largo en el Festival d’Aix-en-Provence 2015), ha realizado un trabajo impecable con la Orquesta Barroca de Sevilla, que sonó muy compacta y afinada, tocando siempre con estilo, cuidando la articulación, la dinámica y los golpes de arco, desplegando además un soberbio continuo en los breves recitados (impagable el clave de Irene Roldán, reforzada en los pasajes más tumultuosos por el propio director al segundo teclado). Dirección equilibrada y repleta de efectos teatrales que le vinieron de perlas a la psicológica escena, sin duda un nuevo acierto y deslumbrante espectáculo operístico parido por el coso de la orilla del Guadalquivir.

Javier Extremera

 

Georg Friedrich Händel: Alcina. 

Jone Martínez, Maite Beaumont, Daniela Mack, Lucía Martín-Cartón.

Orquesta Barroca de Sevilla.

Director musical: Andrea Marcon.

Directora de escena: Lotte de Beer.

Sevilla. Teatro de la Maestranza. 10-febrero-2024.

 

Foto © Guillermo Mendo

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