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Crítica / A Sea Symphony - por Luis Mazorra Incera

Madrid - 27/11/2023

Para clamorosa ovación, la que recibieran de principio Sheku Kanneh-Mason, exquisito solista al violonchelo, junto a la solícita batuta de Guillermo García Calvo, director de la Orquesta Nacional de España en esta jornada de viernes de temporada, tras un lírico, fluido y de gustosa factura, Concierto para violonchelo de Edward Elgar.

Una primera parte de concierto, junto a la inevitable propina (en esta ocasión, con su punto simpático de relativo tono despreocupado y lúdico), que colmó las expectativas puestas de antemano. Más aún, ante esta partitura que, pese a su recurrencia como “príncipe” de su repertorio (el “rey” sería el Concierto de Dvořák…) goza de una envidiable frescura.

Delicadeza consecuente en el sonido de unos y otros, sin la fatua grandilocuencia que se acostumbra agregar a sus puntos culminantes de orquesta, especialmente en su dramático primer movimiento, Adagio-Moderato. Una virtuosa continuidad sinfónica y concertante entretejida por y para todos, con el natural protagonismo de solista y podio.

Tras el descanso esperaba, monumental y flemática, la Primera sinfonía «Una sinfonía marina» de Ralph Vaughan-Williams (del original: A Sea Symphony, que yo titularía en nuestro idioma: Una sinfonía marinera, a tenor de la insistencia de su tenaz contenido). Eso sí, a la postre, El mar se elevará como metáfora de un espíritu universal e indómito, la valentía y el coraje de quienes, si no lo doblegan, lo enfrentan y superan… En último término, de la “victoria sobre la muerte”.

Frente a la Orquesta, dos voces adecuadas por proyección, densidad y una relativa oscuridad que le va bien al tema. Sally Matthews, soprano, y José Antonio López, barítono, resolvieron con solidez sus comprometidos papeles. Comprometidos por extensión y exigencia. Una exigencia especialmente en lo dinámico, con la contrapartida de tamañas fuerzas instrumentales y vocales detrás, cada cual más poderosa que la otra. Un parejo vibrato (especialmente en la soprano) quedaba fundido en este generoso crisol acústico. Un crisol que incluyó la forma en esta mezcla de oratorio y sinfonía (casi) mahleriana, y la estética de Vaughan-Williams, en un lenguaje tonal con guiños de cierta modernidad en las cadencias, afianzados por repetición, que propone el inglés en su (conservadora, sí, pero personal) marcha armónica.

Memorable final de contrabajos que remite, en apenas unos segundos, al olor a salitre y al sonido ronco y quebrado de la herrumbre de los aparejos marineros.

Lucimiento consecuente de García Calvo en el podio para elevar esta construcción ciclópea, contundente en lo acústico y en lo pretendidamente simbólico, llevada siempre con naturalidad, soltura en el gesto y labrados reflejos de director curtido.

Al margen y para terminar, he de confesar la parcialidad y emoción que me sigue produciendo escuchar esta monumental obra, tan poco frecuente, que fue la primera con la que colaboré desde el puesto de profesor de órgano en una (otra bien conocida, con sede y temporada en esta capital que no viene al caso mencionar) orquesta sinfónica y coro, ambos de esta imponente magnitud (gran coro hoy, por cierto, con dos procedencias, el Nacional y el de la Comunidad de Madrid, y en lo que respecta a la Orquesta, con la cuerda dimensionada sobre la base de ocho contrabajos etc.).

Luis Mazorra Incera

 

Sheku Kanneh-Mason, violonchelo.

Sally Matthews, soprano, José Antonio López, barítono.

Orquesta y Coro Nacionales de España y Coro de la Comunidad de Madrid / Guillermo García Calvo.

Obras de Elgar y Vaughan-Williams.

OCNE. Auditorio Nacional de Música. Madrid.

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