Música clásica desde 1929

900

Una visión objetiva sobre RITMO en su número 900
por Pedro González Mira
Consejero editorial de RITMO
Redactor-jefe entre febrero de 1987 y octubre de 2013

(Publicado en la revista RITMO de Octubre 2016, en ocasión del número especial 900)

900: tres dígitos que, alineados, indican que esta revista ha sido editada ya ese número de veces; pero también que  ya queda muy poco para que cumpla 90 años; y algo más, pero que también es poco: para que llegue a los 100. Algo soberbio, increíble, imponente: una publicación musical que tiene serias posibilidades de convertirse en centenaria, en un país en el que sus más egregios historiadores del pasado presente tildaron de país de sordos, pero que, a la chita callando,  supo  y ha seguido sabiendo esquinar esos grandes discursos para, modestamente y sin vergüenzas, llenar las salas de conciertos del mundo de solistas criados en su seno, huyendo de la penuria musical que esos mismos intelectuales de la apreciación creaban con sus opiniones llenas de ignorancia cuando no de intenciones poco confesables. Es decir: aquí talento musical nunca ha faltado, y hasta el extremo de abrirse paso entre las zancadillas de unas estructuras de Poder que siempre vieron en la Cultura una especie de entretenimiento para señoritas, y en ningún caso una pieza clave para la formación de la gente, amén de un indicador más –y no el menos potente- de nuestro producto interior bruto.  Es absolutamente necesario entender esto – y aceptar que así ha sido en un pasado no muy lejano y, por desgracia, para algunos políticos así sigue siendo en la actualidad-  para comprender otras cosas: por ejemplo, cómo demonios ha conseguido esta publicación regalarnos esos 900 números; cómo ha logrado atravesar las múltiples crisis sociales, económicas y hasta de pura identidad cultural que le ha tocado vivir.

Pues, para empezar, con una sorprendente capacidad para posicionarse ante los distintos Gobiernos en cada momento con una independencia a prueba de bomba, y hablando siempre claro. Para empezar. Porque ese posicionamiento ha tenido lugar en un clima de manifiesta hostilidad, ante crisis –muchas y diversas en la historia pasada y reciente de España- que si bien han sido significativas para desentrañar la naturaleza y los porqués de los buenos y malos momentos de nuestra andadura musical, nunca justificaron esa (falsa) durante demasiado tiempo cacareada ausencia de talento de nuestros músicos. RITMO ha llegado donde ha llegado con una reivindicación como bandera: la defensa de la música española, lo que es de pura justicia poner de manifiesto a la hora de hacer cualquier comentario sobre su historia, pues hoy todo el mundo se ha subido ya a ese carro (es lo que le sucede a los que nacieron cuando ya estaba hecho el trabajo sucio), cuando hace treinta o  cuarenta años la moda más burguesa dictaba que esa era una apuesta de perdedores. En resumen: durante décadas, RITMO no solo ha tenido que sortear crisis, posicionarse ante las clases dirigentes (sin ir contra nadie, pero no a favor de nadie), definir un rol cultural para el periodismo musical aceptable para todos  y convencer a sus lectores; también abordar activamente un asunto que en España ha sido espinoso durante décadas: la evolución de la relación entre el talento de su producto (sus músicos) y los medios –públicos y privados-  existentes para que la música pasase de ser un pasatiempo a constituirse en verdadera industria cultural.  Como resultado de todo ese proceso, un repaso minucioso de los contenidos de esta revista en una horquilla temporal generosa revela que, efectivamente, se han ganado unas cuantas batallas para la creación, difusión y gestión de la música en nuestro país, pero, para desesperación de todos, la responsabilidad de cuantos  males han tenido que vivir esos tres aspectos fundamentales de la cosa musical  casi siempre ha recaído en las políticas culturales dictadas por nuestros dirigentes políticos, nada proclives a una educación en libertad, y  con herramientas libres. Antes y hoy. El de la música clásica en nuestro país ha sido y sigue siendo un problema importante. Pero solo una pequeña parte de un grandísimo problema, el de la Educación.    

Se comprenderá que una glosa de una revista como esta, además de incluir  un largo listado de logros o méritos, debe comenzar con una reflexión como la expuesta arriba. Porque en este país, al hacer este tipo de análisis se sigue imponiendo partir necesariamente de un punto de mira fijo sobre el concepto de supervivencia cultural. En el caso de RITMO, musical, que todavía es peor. Cumplir años encierra su mérito; significa, en principio, haber hecho las cosas bien. Pero a veces, ni aun así: convertirse en testigo de desaliños colectivos, describirlos, denunciarlos y dar soluciones no es un trabajo agradable: esta revista nació en1929, pronto tuvo que parar máquinas por la Guerra Civil, y cuando esta acabó se tuvo que acomodar a una situación política nada fácil; es muy periodístico trabajar en estas condiciones (la censura azuza el ingenio), pero, al mismo tiempo, eso aleja de la esencia informativa para caer en un sentimiento crítico que lo invade todo, aun dentro de los férreos límites que establecía tal censura. Así se tuvo que trabajar en la redacción de RITMO hasta la llegada de la Democracia; con un inconveniente constante: la crítica en sí misma es muy buena, pero cuando se toma como fin, vicia y ensucia la realidad. Se hace necesario, por eso, recordar que en RITMO, como en otras empresas culturales en la España de la post-guerra, sus colaboradores fueron cegados por el vicio de criticar todo lo autóctono y encumbrar los logros de lo extranjero. Hasta hace bien poco hemos seguido arrastrando estas cadenas. Como muchas otras. 

Los primeros años de la revista  fueron de severa supervivencia. Resistir en esos convulsos años con un producto de diseño artesanal de increíble altura fue lo que hizo el primer representante de la saga de los Rodríguez, Don Fernando Rodríguez del Río,  fundador y alma mater de la ´primera´ RITMO. Rogelio del Villar y Nemesio Otaño  fueron los primeros directores (1929-1936 y 1940-1943, respectivamente), hasta que don Fernando desembarcó en el cargo, que ocupó hasta 1976. Aquellla  RITMO fue un extraordinario producto de época, por las firmas que configuraron su mancheta; una publicación  que supo combinar  altura intelectual y el ´ juego´  con el régimen franquista de las secciones femeninas y frentes de juventudes de turno: realmente se tuvo que pagar un precio muy bajo para poder seguir haciendo lo que realmente interesaba: prensa musical nacional en todos los órdenes, y en todos los lugares,  desde los conservatorios a las salas de concierto pasando por la universidad y las asociaciones corales o de bandas municipales. Todo lo que hoy se puede consultar sobre el mundo musical de la España de la  Dictadura, lo bueno y lo menos confesable, pasa indefectiblemente por repasar aquellos números de RITMO.

A don Fernando, que era un notable pianista, le sucedió su hijo, don Antonio Rodríguez Moreno -que era un hombre al que le gustaba la música para órgano de Bach, y, ante todo y sobre todo, ´su ´RITMO-, se podría decir que en un momento en el que el país estaba afrontando su primera transición política. Suele decirse que esta revista ha conocido hasta hoy tres etapas, con los nombres de los Rodríguez al frente, pues a la muerte de don Antonio, el trabajo de la dirección recayó en Fernando Rodríguez Polo, es decir, su actual director. Es verdad, pero no toda la verdad. Porque desde el abuelo al nieto, nunca  en esta casa se ha podido percibir una línea programática cerrada. Lo mejor de esta publicación es poder comprobar a través del tiempo que, efectivamente, no hizo nunca doctrina sino que el tiempo, cada tiempo, fue - y sigue siendo-  su dueño. Por eso hacer coincidir sus etapas con las de los tres directores es una falacia: las etapas de la revista han sido las que ha atravesado el país desde 1229 hasta hoy, lo que arroja un total de bastante más que tres. ¿Se pueden delimitar, diferenciar, definir?

Ya se ha hablado de la primera, que es clara: los años de galeras. Pero a partir de la teórica segunda etapa, ya con don Antonio como director, los acontecimientos en RITMO se suceden a la misma velocidad que los cambios en el país: a un ritmo frenético y con diferentes resultados. El flamante nuevo director hereda la idea básica de su padre acerca de la necesidad moral de trabajar por la música española; pero la música española de la España oficial no avanza a la misma velocidad que la de la España real. Y esa tensión dialéctica entre sueños y realidades se pone de manifiesto en las páginas de la revista con envidiable fluidez y todo lujo de detalles, algo en lo que, sin duda, jugó un papel determinante un plantel de firmas que en esos momentos se estaba creando pero que apuntaba altas maneras, como al paso del tiempo se ha demostrado palmariamente. RITMO se convirtió así en escuela de críticos, pero continuaba siendo un producto artesanal, mientras que  las cosas avanzaban muy rápido hacia una democracia que nadie imaginaba pudiera surgir de manera tan natural y sencilla, al menos en apariencia. Pero sucedió. En ese momento la revista podría haber seguido el camino fácil, el testimonial, el trazado por las últimas fuerzas del oficialismo, pero no fue así. Gracias, sin duda, a la sagaz visión de futuro de don Antonio.

Hay varios factores que en ese momento determinan el importante cambio a que se ve a ver sometida la publicación. Por un lado, una apremiante necesidad de profesionalización de sus cuadros; y  por otro la fuerza de la creatividad que marca el empuje de la tercera generación de los Rodríguez: Antonio sigue al pie del cañón, pero su hijo, el segundo de los ´fernandos´, apremia con ideas y hechos: RITMO ha de adquirir un compromiso comercial claro, ´al servicio de la Música´, de toda la música,  sin el cual es imposible no ya su absolutamente necesaria modernización sino su supervivencia (otra vez la palabra mágica). Es decir por segunda o tercera vez la revista muestra su instinto, su auténtico ADN.  Y otra vez saca la cabeza. En esta ocasión, con mucha más fuerza.

Con más fuerza; quizá la misma con que España va haciendo suya la idea de país descentralizado administrativamente; de país necesitado de construcción de piscinas en sus pueblos, pero también de redes culturales que se extiendan en la España radial que se está diseñando. Este es quizá el momento de mayor gloria de la revista, el de la Transición política, posterior construcción de sus principales infraestructuras musicales (salas de concierto, orquestas, etc., en el caso de la música)  y puesta en marcha de las mismas. Todo este trasiego marca sin duda otra época en la publicación, en la cual se realiza una importantísima labor en la difusión de la gestión musical realizada desde las recién nacidas comunidades autónomas, que es muchísima, muy buena y sobre todo necesaria para abordar un futuro que mira hacia Europa sin complejos. Es decir, situando el vector del progreso no ya en la descentralización sino en la cesión de identidad nacional a Europa para ganar algo mucho más esencial: la entrada por la puerta grande en un mundo que comienza a globalizarse. 

Pero los hechos se suceden a tal velocidad que en poco tiempo las ideas se agotan. ¿Hablamos ya de una nueva etapa? Pues algo así. Porque ya metidos en la década de los ochenta del siglo XX se produce una tremenda revolución  que a cualquier revista de música que se preciara le concerniría directamente: el paso del vinilo al soporte digital en la reproducción musical grabada. Si los años 60 y 70 habían sido para los principales países europeos las décadas del auténtico despegue artístico tras la post-guerra europea, los ochenta, con sus recién nacidos cedés significaban para nosotros los españoles la democratización musical esperada: se acabó eso de tener que viajar a Londres para comprar vinilos con prensados de calidad; los Furtwängler, Klemperer, Barbirolli, Walter, Karajan, etc. comenzaron a entrar en nuestras casas de forma masiva y bien oídos.  Y RITMO, otra vez, tuvo que cambiar. Y cambió. Porque ante semejante avalancha discográfica la revista se escoró en buena medida hacia el mundo del disco, de manera directa o indirecta: no solo había discos, se creó un estilo periodístico que han seguido al pie de la letra todas las que han venido luego: hablar de un músico, de una música, de un intérprete… pero explicando todo eso con un disco en la mano. El disco como guía espiritual y herramienta de trabajo se había convertido en el rey de la fiesta musical.  

La primera década del siglo XXI  significa para RITMO un nuevo cambio, que si bien estaba siendo cantado a velocidad de vértigo, nadie podía prever que fuera acompañado de una de las crisis económicas más salvajes de la historia reciente y la más importante revolución sociológica en el consumo probablemente de la historia del hombre: la industria discográfica, que llevaba ya tiempo sometiendo al disco a un grado de explotación insoportable, agotó al consumidor, al mismo tiempo que se consolidaba Internet y Lehman Brothers daba el estallido. La crisis de la que todavía seguimos hablando hoy había comenzado, ante la pasividad y el descreimiento de la autoridad competente. Para la revista, todo esto coincide, además, con el fallecimiento de don Antonio. Su actual director ha de gestionar en estas circunstancias  avatares muy complejos: un mercado musical no ya esquilmado sino absolutamente roto y unos hábitos de consumo cuya base intelectual tiene tres dígitos (140 caracteres) no son las mejores circunstancias para seguir desarrollando una empresa cultural como RITMO. En el  nuevo escenario -un mar de aguas turbias y revueltas-  la nueva música, los nuevos intérpretes (que son mejores que nunca) y los compositores jóvenes tienen que buscarse la vida para sobrevivir. Pero ¿y RITMO? ¿Qué hará en los próximos años?  Pues a mí me parece que lo de siempre: seguir estando al lado de la Música, de sus protagonistas, porque, al fin y al cabo,  esta  es una revista que siempre supo dónde estar y hacer bien algo tan sencillo y a la vez tan complejo: sobrevivir. Ojalá no esté equivocado.