Música clásica desde 1929


Un punto de encuentro de actividades musicales con artistas, instituciones y gestores


Aprender a crear creando

Todos creamos (dentro del Proyecto Pedagógico del CNDM)

mayo 2018

Llevo años afirmándolo; incluso gritándolo: la educación musical es una de las pocas medicinas posibles para la enfermedad del mal pensar, y la aplicación inteligente de su praxis quizá la única manera de que, en todo, la Humanidad deje de ser lo que es, un conglomerado de brutalidades, amargas frustraciones, incomprensión e ignorancia antropológica. Si nuestros curas, nuestros banqueros, nuestros periodistas, nuestros juristas, nuestros comerciantes, nuestros médicos, nuestros políticos…, todos aquellos que de alguna manera intervienen en un grado u otro en la organización social, entendieran de una vez por todas el papel que podría jugar la educación musical en la formación humana del individuo, el mundo sería mejor, más lógico y más fácil. Y mucho más placentero. E inteligente; infinitamente más inteligente. Por eso se entiende mal la poca importancia que se da en los medios musicales más intelectualizados, y muy concretamente en el mundo de la crítica musical, a proyectos pedagógicos como el que se comenta ahora desde esta página. Porque si ya es especialmente doloroso que los que detentan el Poder lo ignoren (en absoluto les interesa lo contrario; es el camino más corto para ejercer el dominio), más doloroso resulta que los que saben del asunto pasen por encima de ello sin hacer el más mínimo caso. Todos estamos más por el oropel de la música como comercio que por la música como herramienta educativa.

Una actividad, un trabajo, un proyecto como Todos creamos (dentro del Proyecto Pedagógico del CNDM) no solo debería de ser exhibido donde lo ha sido (¡ya por quinta vez!) sino que debería ser parte de los planes de estudio de los colegios de Primaria, ESO y Bachillerato. Es muy gratificante asistir a un concierto como este, por haber podido comprobar de lo que son capaces de crear pedagogos, profesores y alumnos cuando alcanzan una química colectiva, es decir, cuando todos ellos son capaces de superar las más desgastadas reglas de la pedagogía tradicional, para decidir por fin algo tan sencillo como ¡trabajar juntos! Lo es, sí. Pero se queda corto. Porque al fin y al cabo lo deseable sería que una experiencia así se convirtiera en norma educativa, no en objeto para ser mostrado. Lo que estos chicos hacen en las preparaciones previas con sus profesores, a su vez dirigidos por Fernando Palacios y su equipo, adquiere un crédito de materia educativa, como si del aprendizaje de la matemática o la química se tratara. Solo que una materia no como esas, específicas, sino como una herramienta mucho más potente para formar a los jóvenes como personas; para conseguir desarrollar potencialidades genéricas tales como la memoria, la retentiva, la concentración, la observación, la intuición, las capacidades de análisis y síntesis, el desarrollo lógico, la facilidad  para escuchar al de enfrente, al gusto por lo bien hecho, la empatía hacia lo bello, etc., etc. No deja de ser chocante que estos chicos acaben teniendo más facilidad para estudiar y aprender las disciplinas convencionales que aquellos a los que no se les brinda tal posibilidad. ¿Chocante? Pues sí; porque se sabe que esto es así, pero no se toma la decisión de universalizar seriamente este tipo de didácticas. A la postre es una labor de titanes en medio de un mar de ignorancia. Y de fracaso en el aprendizaje de la vida.

Esos titanes aquí se llaman CNDM (léase Antonio Moral) y Fernando Palacios, un hombre del que ya lo he dicho casi todo en mi vida, por la sencilla razón de que ha sido y es mucho, muchísimo, lo que ha hecho y hace. El mérito del primero consiste en desplegar la clarividencia necesaria para dar cancha a algo así desde su condición de director del Centro, que, como todo el mundo sabe ya, abandona. Manda bemoles, como diría el castizo musical. Y el del segundo, el haber puesto en marcha semejante tinglado, bajo una idea primigenia que de tan elemental y sencilla echaría atrás a cualquiera con un número corto de agallas: se aprende a crear creando. La idea es: un profesor, un pedagogo, no es un transmisor de doctrina sino un individuo capaz de proporcionar herramientas individuales y colectivas correctas para el aprendizaje. O sea, para la invención, que, de lejos, es siempre lo más importante para una auténtica formación en libertad.

Más de cien niños de varios colegios, alguno de ellos de educación especial; una orquesta de jóvenes y otras instituciones pedagógicas han edificado este Bosque de Bomarzo, como antes sucediera con Las torres de Babel, Los viajes de Gulliver o El Bosco. Ahí es nada. Se va a por todas. Nada de ñoñerías, de concesiones; tras la diversión y el disfrute de los chavales hay educación pura y dura. Pero con sentido. Unos 1000 niños han gozado de esta experiencia durante estos años, en un ambiente colectivo donde la inclusión se convierte en otro motor.

Y no menos de 1000, quizá contando con algún que otro papá, contemplaron este espectáculo, el último por ahora, guardando un silencio y prestando una atención sorprendentes. Todos pendientes del escenario, donde, alrededor de un decorado que se iba transformando para acabar convirtiéndose en una de las esculturas más famosas del parque de los monstruos del enigmático jardín de Bomarzo, la finca inmortalizada por Mugica Laínez (y por Ginastera), un grupo de chavales de entre 12 y 17 años se montaron su función: una mezcla de canto, música instrumental, poesía, danza y expresión corporal, con músicas diversas, unas veces de su propia cosecha compositiva, otras recordando al huidizo y descerebrado Gynt o al egoísta y ambicioso Fafner.

Nos decía una niña de no más de 12 años antes de comenzar: “es mucha responsabilidad, pero nos lo pasamos muy bien y hemos aprendido un montón”. Esto no tiene precio. Pero aunque el resultado estético no fuera genial (que está al borde de serlo con todas las consecuencias), estos chicos ya saben que existe un lugar y una obra literaria capital. E incluso al margen de este aprendizaje indirecto, está la experiencia que se les ha permitido vivir, quizá no solo inolvidable para todos ellos sino, sin que lo sepan, crucial para su formación, y no solo como personas con mimbres para acabar amando la cultura y la creación sino, quién sabe, como futuros profesionales de las artes escénicas.

¿Es todo esto extraordinario? No debería de serlo. Este modo de operar debería de ser norma en los colegios. Pero ni estos cuentan con muchos profesores como los responsables del programa que ha dado vida a este espectáculo, tan dispuestos a funcionar como correa transmisora del conocimiento, en este caso entre la dirección del cerebro Palacios y ellos mismos, ni tan participativos como para situarse al lado del alumno en el proceso creativo. Felicidades a todos ellos, pues a nadie se le escapa que este gremio no es precisamente el más motivado en esta España de hoy, no ya tacaña en Cultura, sino, lo que es peor, en Educación. 

Pedro González Mira 

Alumnos del Colegio Real Armada, Instituto Felipe II y Centro de Educación Especial Princesa Sofía, Orquesta Arcos-Iuventus, CTE (colaboran otras instituciones). Director: Fernando Palacios. En el bosque de Bomarzo.
“Todos creamos”, CNDM. Auditorio Nacional de Música, Madrid. 

Enlaces de Internet a los 4 proyectos anteriores:

https://youtu.be/dCDVCthtG8E

https://youtu.be/d0oceaL_H9s

https://youtu.be/zCz_9TosH4I

https://youtu.be/OpQuScPXD-E 

Foto: El autor de esta crónica junto a parte de los felices chavales que han participado En el bosque de Bomarzo, dentro del programa pedagógico “Todos creamos”, del CNDM. 

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