B. Aldenhoff, K. Böhme, H. Hopf, M. Bäumer. Staatskapelle Dresden / J. Keilberth, R. Kempe, G. Pflüger.
Hänssler PH11044. (3 CDs)
¿OTRA VEZ WAGNER?
A finales de febrero de 1945 más de cuatro mil toneladas de bombas aliadas salvaban a Dresde de los nazis, manchando de sangre todo su liberador escombro (Semperoper incluida). El comunismo llegaría para no irse. Entre la lista negra de causantes del desastre se encontraba (en letras doradas) Richard Wagner, el músico más politizado de toda nuestra historia. En la ciudad donde se estrenaron Rienzi, El holandés errante y Tannhäuser, la ley seca recaía sobre su obra. Tuvieron que pasar cuatro años para poder deshacer el nudo de su mordaza operística. Un 24 de septiembre de 1949 los soviéticos levantaban el veto con Tannhäuser. Elisabeth volvía a gritar (imagino que llenando de congoja las butacas) aquello de: “sala querida, de nuevo te saludo… en ti volverán a la vida sus canciones”. Precisamente esos años posbélicos a orillas del Elba quiere testamentar este tercer volumen de la lujosa Semperer Edition (incluye un detalladísimo librito) titulado Wieder Wagner? (¿de nuevo Wagner?). El protagonista de esta asombrosa recopilación de archivos radiofónicos (aparecidos en Babelsberg) es la voz wagneriana, que resucita con todo su esplendor en este amplísimo repertorio, gracias a un milagroso trabajo de restauración.
La primera impronta que recibe el oído es que en lo referente a la lírica hemos dado zancadas hacia atrás. Si hoy Rossini o Mozart son cantados al fin como se merecen, en Wagner hemos perdido guías y rumbo. Y si no, donde encontramos estos días a un heldentenor tan abrasador y varonil como Bern Aldenhoff, de titánica potencia y cegador brillo en el agudo que moldea un Siegfried de pelo en pecho (muy parecido al que desparramara en el templo de Bayreuth). O la de Hans Hopf (portentoso en la media voz), que con la ciudad ya liberada le hacía un nudo en la garganta a las tropas americanas con un lacrimógeno “In fernem land” (“En un país lejano”). O las del vienés Ernst Gruber, que recrea un Tannhäuser forjado con fuego y acero, o Kurt Böhme y su rocoso Gurnemanz. Voces que hoy (aparte de ser millonarias) se las rifarían los teatros de medio mundo.
Kempe demuestra que fue uno de los grandes wagnerianos del siglo pasado, adquiriendo trascendencia cuando agarraba Lohengrin, que pregona (pese a su estado embrionario) lo que nos iba a deparar el futuro (dulzura, claridad de texturas y mágico lirismo incluido). Lo único que perdura del kapellmeister Keilberth con esta Dresden Staatskapelle (que también manoseara Wagner en sus años mozos) es una emocionante y jovial Obertura de Meistersinger, que como los buenos caldos mantiene intacta su calidad. En definitiva, unos compactos que merecen ser exhibidos bajo vitrinas museísticas, que no hacen sino engrandecer y honrar a estos maestros alemanes a los que, sin duda, se refería Hans Sachs
J.E.