Tras el deshielo de Khrushev, la estética del realismo socialista con la que debían cumplir los artistas soviéticos se volvió lo suficientemente laxa para evitar volver con dureza durante la era Brézhnev. Ello posibilitó la búsqueda de nuevos lenguajes que, tras cierta especulación de vanguardia, se reafirman en el redescubrimiento de la (neo)tonalidad de tan balsámico como religioso trascendentalismo, evidenciable en los estonios Arvo Pärt y su estilo tintinnabuli o en la folklorizante música de Veljo Tormis sobre la monodia rúnica.

De una generación posterior y compatriota de los citados, Lepo Sumera (1950-2000) aúna la tradición sinfónica soviética con las estéticas rupturistas de sus compatriotas tras abandonar el serialismo en su bipartita Sinfonía n. 1 de 1981, que desgrana un amplio paisaje neomodal en el que pequeñas células temáticas germinan y repiten motivos para crear un eco de gran contraste dinámico y jugar con la percepción de las distancias. Mucho más depurada, crepuscular y abstracta, pero también más dramática y enigmática, es la Sinfonía n. 6 del año 2000, finalizada y estrenada un mes antes del fallecimiento del compositor. Obra tensa, se genera sobre un ostinato rítmico que ordena los materiales en forma de variaciones. Con un cálido, preciso y atmosférico registro de calidad Ondine, esta nueva versión a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional de Estonia dirigida por Olari Elts supera a los ya excelentes registros de Paavo Järvi en Bis. Muy recomendable.

Justino Losada