No existe una única historia de la música clásica, sino varias; está la historia de los grandes autores, los grandes nombres que brillan e irradian esplendor con sólo nombrarlos, y al costado o quizá escondida detrás, la de los compositores que no serán nunca tan esplendorosos pero que cumplen con creces al ofrecer obras que hacen felices a intérpretes y oyentes. El nombre del británico John Rutter (1945) no es conocido por aquí, pero difícil será encontrar en toda Gran Bretaña a un corista profesional o amateur que no haya cantado sus obras y hable de ellas en tono laudatorio. Tres obras de su importante catálogo coral religioso vienen aquí en las mejores condiciones posibles, y en todas se ve el profundo conocimiento de la voz cantada y de la centenaria tradición coral inglesa, alimentada en catedrales e iglesias. ¿Quedará Rutter como un gran compositor? No lo sé ni nos debe importar. Pero mientras, atrévanse a disfrutar de una obra como el Gloria, de 1974, con ese grupo de metales que lo solemnizan o de la alegría que desprende el Magnificat (1990), donde entrevera el texto en latín con una poesía del XV dedicada a la Virgen y una oración en latín. Y el programa lo cierra un Te Deum. No será vanguardista, pero es buena música.