Los frescos sinfónicos cordobeses que surgen de la orquesta atrapan al oyente del mismo modo si este paseara por las callejuelas de la Mezquita. En la Sinfonía Córdoba (2015), de Lorenzo Palomo, el contenido programático es alto, hay una descripción cuidadosa de la ciudad, sin olvidar que la encargada de transmitir es la orquesta, que recibe una partitura de excepcional belleza melódica y sabia orquestación. En sus texturas hay inteligencia, conocimiento de la forma y de la orquestación. El tríptico cordobés tiene en Paseo a la mezquita una de las grandes obras maestras de la música sinfónica española, con su momento de relax dedicado al tenor (un idóneo García López), como un “alto en el camino” del paseante, que se detiene a escuchar los versos de ensoñación y enamoramientos canturreados por un mozalbete de la misma calle, con la hermosa guitarra de Javier Riba. Vendría a ser como un Mahler andaluz, con esa ligereza y profundidad que los grandes saben imprimir a sus creaciones.

La alternancia de los temas entre toda la orquesta provee de constantes momentos para que los muy buenos músicos de la Sinfónica de Castilla y León se luzcan, con la excelente dirección de López Cobos. Fulgores (2011), muestra que el camino a seguir por la creación actual deriva entre los que se pierden en los sonidos sin decir nada, los que dicen cosas sin saber escribirlas y los que saben hacer ambas cosas con suficiencia, como Palomo.

Gonzalo Pérez Chamorro