Podría decirse que, de alguna manera, Renaud Capuçon alcanza con este disco su mayoría de edad discográfica. Un programa exigentísimo, la orquesta por antonomasia para este repertorio, un director afín: se le ha puesto en bandeja la posibilidad de tocar el cielo y el violinista francés no ha desaprovechado la oportunidad. En el libreto, Capuçon parece ser consciente también del significado simbólico de este disco, que dedica a la memoria de su compatriota Christian Ferras, su ilustrísimo antecesor, que grabó el Concierto de Brahms en 1954 con la Filarmónica de Viena dirigida por Carl Schuricht. Aun en pleno entorno vienés, Capuçon no renuncia a sus orígenes y toca un Brahms muy pulido técnicamente, hermosísimo en lo sonoro y contenido en lo emocional. Su Berg es mucho más intenso y le permite desplegar su incomparable registro agudo, esencial en esta partitura. La portada, con su grafía art nouveau y su retrato como de principios del siglo XX, parece decantarse más hacia la obra de Berg y lo cierto es que, casualmente o no, Capuçon tiene más cosas que decir y se muestra más personal en el Concierto “A la memoria de un ángel” que en la página de Brahms, donde resulta más difícil percibir una voz personal y abiertamente original (impecable, sin embargo, su cadencia de Kreisler). Harding dirige ambas obras muy cerebralmente, pero su Berg es también más creíble y comunicativo. Espléndidas notas de Daniel Wagner en el libreto.