Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
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Ritmo [EDNcf:Mes] - Núm.

BACH: Variaciones Goldberg.

Zhu Xiao-Mei, piano. Incluye documental de Michel Mollard.
Accentus, ACC20313 (DVD)



La crítica

Y DIOS ESTÁ SENTADO A LA DERECHA DE BACH

Que Bach puede llegar como un tornado a cualquiera de los rincones de este planeta, se demuestra con el testimonio veraz de la pianista Zhu Xiao-Mei (Shanghai, 1949), cuya vida parece haber sido consagrada a un eterno apostolado en favor del todopoderoso cantor de Eisenach; padre, hijo y espíritu santo de la música moderna. Lleva tres décadas viviendo en París, pero su existencia y carrera parecieron truncarse cuando en plena Revolución Cultural de Mao fue internada durante cinco años en un campo de trabajo para su “reeducación” (existe su autobiografía -aún sin traducir al castellano- titulada “The secret piano: from Mao’s labor camp to Bach’s Goldberg Variations”). Un lustro de reseteado de memoria artística, en los cuales la sombra de Bach actuó como ángel de la guarda, pues fue el mero recuerdo de su música lo que le dio fuerzas para resistir. Por él incluso se jugó la vida, copiando a escondidas la partitura del Clave Bien Temperado, algo que allanó el camino hasta dar de bruces con esa Piedra Rosetta del teclado que son las Goldberg, obra que le cambiará la vida para siempre.

Taoísmo bachiano

De todo esto nos habla la pianista en el delicioso y cautivador documental que complementa al recital titulado El retorno es el movimiento de Tao, filmado a caballo entre un alpino e invernal Vallée de la Clarée (hasta donde gusta de peregrinar monacalmente en busca de inspiración) y el seductor París. Su afrancesada voz en off actúa como narradora, en un fluido e hipnótico recitar con fuertes aromas poético literarios. Su timbre cálido y misterioso, a veces casi susurrado, nos introduce en un universo natural y fantástico, repleto del sortilegio que suele ofrecer el soñador “érase una vez”. “Bach no es un lenguaje, es un sentimiento y las Variaciones Goldberg son ya parte de mí, son treinta capítulos de mi vida”, nos asegura. Con un salto de eje pasamos del nevado ventanal exterior, al salón donde estudia al piano, confirmándonos que esta música parece surgir del silencio (“como esa escultura que termina emergiendo del bloque de piedra”, nos dice), en lo que es un intento por acercar el universo de Bach a la figura del filósofo chino Lao Tsé. Sosegado el tempo narrativo con que se dota a este íntimo diario, con un montaje escasamente fragmentado que nos envuelve en una neblina de recogimiento místico espiritual. Todo se mira a través de una lente contemplativa, anegándose la pantalla de los embriagadores sonidos de la naturaleza, pues a la pianista la música de Bach le evoca ese fluir de agua cristalina que avanza serena y sin sobresaltos.

Subdividido en varios capítulos, a cual con título más bello y sugerente, a veces se tiene el detalle de sobre impresionar la partitura. “La polifonía nos pone voz a cada uno de nosotros… debemos escucharla para que no hablen siempre los más fuertes y poderosos”, asevera Xiao-Mei, “pues los artistas, al igual que hace su música, siempre debemos estar con los más débiles y desprotegidos”. Nos enseña en su casa con vistas al Pont Neuf la única copia existente de la partitura con anotaciones autógrafas (el original se perdió), mientras escuchamos los versos de Tagore diciéndonos eso de “reconoced la diversidad y llegaréis a la unidad”.

Mención aparte merece el capítulo “Bach y Dios”, en especial por el comentario analítico que ofrece de la Variación 25 (Adagio), epicentro emocional de la obra, a la que compara con la música de la escena de la negación de San Pedro en la monumental Pasión según San Juan. Como decía Cioran: “Dios le debe todo a Bach”. Termina preguntándose si seremos capaces de transmitir el espíritu del Kantor a las generaciones venideras, pues las Goldberg nos confirman que hay algo mucho más poderoso que la muerte.

Soli Deo Gloria

Con el piano a escasos metros de su tumba en la Iglesia de Santo Tomás en Leipzig (ciudad donde las compuso), Xiao-Mei interpreta el ciclo (en un Steinway) dentro del marco del Festival Bach del año pasado (con el público sentado en los bancos). Todo un cepillado de ingeniería, pues la toma sonora adquiere una presencia y limpieza asombrosa, digna del mejor estudio de grabación (sin lugar para retumbes, reverberaciones o molestos ecos). Además el realizador se recrea explorando con la cámara algunos de los rincones de la Thomaskirche, como las arterias del techo de la nave central o esas vidrieras con las facciones del propio Bach o su idolatrado Lutero. Pese a que toca con los ojos cerrados, la china no es una pianista que levante pasiones, suspiros, o produzca desmayos entre los oyentes, aunque su forma de encarar Bach sí que inducen respeto y profesionalidad. El sonido posee mucha potencia y volumen. Gusta de subrayar y remarcar los contrastes dinámicos. Rítmicamente está muy trabajada, siempre predominando el caminar sobre el correr y cuidando al máximo la polifonía del bajo (vigorosa mano izquierda). Pese a que hace una pausa entre Variación y Variación, su visión posee gran homogeneidad de conjunto, embelleciendo y ornamentando siempre que puede la línea de canto, con una pulsación nítida pero a la vez densa, que provocará que a ciertos oídos resulte algo espartana y excesivamente romantizada.

Todo está dibujado bajo líneas de tempi amplios y expandidos (85 minutos en total), ejecutando todas las repeticiones y apoyándose en un timbre de vocación muy orquestal (relucientes metales), sin dudar nunca en echar mano de los pedales (quizá autoimpuesto por la acústica del templo). Eso sí, se echa en falta más carga de lirismo en el fraseo, así como una mayor concentración de delicadeza, ternura y candor, teniendo problemillas de digitación en los pasajes más vertiginosos (como esas personas que hablan más deprisa de lo que pueden), pero sabiendo perfectamente como interiorizar el verso en los pasajes más íntimos, donde confluyen la sinceridad, expresividad y espiritualidad más netamente bachiana. Al terminar deja un ramo de flores en la contigua lápida, como reverencia visual a ese sol que nos da luz diariamente y que ilumina al resto de planetas que conviven sumisos dentro del universo de la música. Todos estamos condenados a girar alrededor suyo por los siglos de los siglos.

Javier Extremera

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